Las cosas hay que entenderlas como son, aunque parezcan complicadas o nos rompan los esquemas, pero un católico que se preste, ha de hacer lo posible por conocer la doctrina de su religión. Porque al final, la tergiversación entre lo que es, lo que pienso y lo que entiendo, puede acabar trastocando la verdad y la realidad.
No todos los muertos están en el cielo, como tampoco lo están sólo los que la Iglesia dice; ahora bien, sólo podemos afirmar categóricamente que están en el cielo -con todo lo que esto conlleva y significa- aquellos que la Iglesia nos ha dicho que es así. Esto no quita que nosotros hayamos conocido personas “santas” que murieran piadosamente o que estén en el cielo a buen seguro, pero esta es la cuestión: no podemos afirmar lo que no sabemos, pues nos es desconocido.
Seguramente que muchos de nuestros seres queridos están ya en la gloria, pero como no tenemos esa garantía absoluta, siempre que hablamos de un difunto que no haya sido incluido en el libro de los Beatos o de los Santos, deberemos hacerlo desde un ángulo dubitativo, pues lo afirmativo al respecto es algo que en esta vida sólo el Romano Pontífice puede hacer.
Por otro lado, decir que un difunto está en el cielo tiene ya sus consecuencias negativas indirectamente; en primer lugar un cierto auto-engaño: como está en el cielo, ya no necesito acordarme de él y ya no necesita de mis oraciones; ya no es necesario aplicarle Misas...
Craso error; justo todo lo contrario, lo que debemos pensar es quizá ya estará en el cielo, posiblemente Dios lo habrá acogido, seguro que acabará gozando de la presencia de Dios... pero, como no lo sé -y por si las moscas- le dedico mi oración diaria, mi misa mensual, mi penitencia personal, mi limosna, mis buenas obras para que si aún está en el purgatorio pueda ayudarle yo desde aquí a reducir su “pena”. No es que en el Purgatorio estén las almas encarceladas entre barrotes, pero viven una privación temporal de la visión beatífica de Dios hasta superar ese es estadio.
Vivimos en una sociedad relativista en la que prima regalar a los oídos lo quieren oír. Da igual ir toda la vida a Misa que no haber pisado la Iglesia nunca, creer en Dios o en Elvis, haber llevado un estilo de vida que otro. El cielo parece hoy garantizado por el mero hecho de morirse, pero no es así.
También no son pocos los sacerdotes que caen en el gravísimo error de hablar bien de todos los difuntos, incluso de los que no conocen -y al artículo del Párroco también me remito-. Cuando voy al funeral de una persona que habiendo siendo una calamidad y que por ello necesita nuestra oración, y de pronto el cura dice ‘’fulano que era tan bueno’’… me digo al instante: ¡anda, ya me confundí de hora!...
A veces pienso, pobres fieles que van a Misa cada domingo, incluso cada día del año; que se esfuerzan en buscar a Dios y en vivir como lo pide la Iglesia; que mueren creyentes y que quizá al final de su vida nadie tenga una palabra de reconocimiento para ellas. Y al tiempo haya que escuchar a sacerdotes hablar de un difunto/a que vivió al margen de Dios y de la Iglesia poniéndole por las nubes, o afirmar que lo importante no es ir a Misa, que lo importante es ser bueno aunque no pises la Iglesia; que Dios ya nos quiere como somos sin falta de hacer nada…
Entonces, si no hace falta creer ni hace falta la Iglesia para salvarse ¿de qué sirve la vida de entrega del sacerdote?...
Como reza en el dintel de la entrada principal de un cementerio parroquial: ‘’El término de la vida aquí lo veis, el destino del alma según obréis’’.
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