Quizá el Evangelio de este domingo pueda resultarnos difícil, incomodo o duro de oir. El Señor Jesús no es correctamente político, no teme el ser rechazado; sino que habla con la autordidad de su naturaleza divina, con la única intención de establecer la verdad y la belleza de las relaciones humanas fundadas desde el principio del mundo bajo el plan divino del Creador.
Ante la pregunta capciosa que le presentan a Jesús sobre la legalidad del divorcio, Jesús contrapone la ley de Moisés dada en el Deuteronomio con el plan original querido por Dios. Pero ¿cuál es este plan? ¿qué pretende? indicaremos tres rasgos de este diseñor divino: 1. Dios quiere que el hombre viva en compañía, que no esté solo. Esto supone que el hombre sea, por naturaleza, un ser para la comunión. El hombre quiere vivir en sociedad, y la célula de esta sociedad es el matrimonio y la familia. En otras palabras, podemos decir que el hombre es un ser eminentemente familiar. 2. Para satisfacer ese ansia de comunión y compañía, Dios crea un ser co-igual al hombre en su naturaleza y dignidad. El ser creada, la mujer, de la costilla, supone que ella ha salido de lo más cercano al corazón del hombre y por tanto, éste la reconoce como algo propio y co-igual a él, de ahí la expresión "ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne". 3. El hombre (y la mujer) tienen la capacidad de poner nombre a las criaturas, esto es, son dueños y dominadores de todo lo creado. Poner nombre implica poder y autoridad, dominio y conocimiento. Luego, vemos que el hombre no es un ser supeditado a Dios, sino que goza de un status, dentro de la creación, único.
Ahora bien, si este es el plan divino desde el principio, dónde está el escollo que Moisés pretendió resolver: la fuerza del pecado que destruye las relaciones humanas y, también, las humano-divinas. Por tanto, todo aquello que fuera contra el plan original del Creador no podía servir para la Nueva Alianza fundada en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, por eso, Jesús se muestra tan claro en esta enseñanza que hoy hemos escuchado de sus labios. No solo valora negativamente el divorcio, sino que es mucho más grave contraer nuevas nupcias con otra persona tras éste, es lo que denominamos: adulterio. Y esta es la enseñanza, inmutable, de Jesús y, por ende, la de la Iglesia católica. Todo intento de edulcorarla, difuminarla o invertirla, será una burda tomadura de pelo a tantos matrimonios santos que con sus mas y sus menos, sus dificultades y sus éxitos han vivido el sacramento del matrimonio hasta el final de sus vidas.
Los textos que hoy hemos leído son una invitación a re-proponer la belleza del amor humano y del matrimonio como lugar donde ese amor se vive y se realiza en plenitud. Hoy es día de agradecer a Dios por todos aquellos matrimonios ejemplares que han sabido valorar y vivir la plenitud del sacramento y no han sucumbido a la tentación del abandono, de la separación o del divorcio. El divorcio es siempre un fracaso de la vida, una frustración de un plan de vida que no llegó a realizarse y naufragó. Es una realidad, ciertamente, dolorosa que debemos tomar en consideración con mucha cautela y discernimiento, sin olvidar la gravedad del pecado pero el necesario bálsamo de la misericordia.
Ojalá que hoy el Señor Jesús toque con su gracia e ilumine a tantos esposos y familias que atraviesan malos momentos para que les haga andar el camino del bien. no podemos obviar, en este sentido, la alusión a los niños como modelo de cómo hemos de recibir el Reino de Dios: con humildad y sencillez como don que se nos da, sin reivindicar ni poderes ni status ni privilegios, ya que el Reino lo trasciende todo, incluido el amor humano, del cual es reflejo en este mundo. Así sea.
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