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miércoles, 10 de octubre de 2018

«Si no creemos en el Cielo y en un camino para llegar a él, no podemos comprender el sacerdocio»

(Rel.) Pierre-Hervé Grosjean ejerce su ministerio en la diócesis de Versailles, y es párroco de Saint-Cyr-l'école. Junto con otros sacerdotes, colabora en el portal Padreblog. Su buena dialéctica y capacidad de comunicación le ha llevado a numerosos debates en televisión, convirtiéndose en un cura bastante conocido en Francia. Ha escrito ya varios libros, los últimos en ediciones Artège: Aimer en vérite (2014), Catholiques engageons-nous! (2016) y, recién salido a las librerías este 3 de octubre, Donner sa vie, una obra sobre la vocación en torno a la cual le entrevistó Le Figaro.  

-Usted ha decidido escribir un libro sobre la vocación, de interés para todos. ¿Quién es "llamado" entre los cristianos? ¿No lo son sólo los sacerdotes y religiosos y religiosas?

-Se asocia "vocación" a "vida consagrada", lo que hace que muchos digan que esto nos les concierne. Sin embargo, Dios tiene un proyecto de felicidad para cada uno de nosotros. Todas las vidas son preciosas, incluso la más frágil, porque cada una de ellas tiene una misión en este mundo. Es una intuición que también los no creyentes pueden compartir: hay una llamada que resuena en el corazón de cada hombre para que entregue su vida al servicio de un bien mayor.

»A todos nos conmovieron el martirio del padre Hamel, o el sacrificio del coronel Beltrame o la muerte en servicio de Geoffroy Henry, bombero de París. Hay algo que nos toca en los más hondo ante estos testimonios de vidas entregadas por el prójimo. Es verdad que las circunstancias son excepcionales. Pero estos ejemplos nos hacen redescubrir la fecundidad de una vida que se da, que está al servicio de los otros… También experimentamos una alegría especial cuando nos entregamos realmente en lo que se nos pide vivir en ese preciso instante: estudios, trabajo, vida de familia, servicio, compromisos… Nuestra alegría se mide en aras de nuestra generosidad. Esta es, en el fondo, nuestra primera vocación, grabada en el corazón de cada hombre: amar es "darlo todo y darse a uno mismo", según las palabras de Santa Teresa de Lisieux.»

Esta es, por consiguiente, la primera decisión que tenemos que tomar, que se ofrece a todos y que marca el rumbo de toda una existencia: "¿Estoy preparado para entregar mi vida, para darme en esta vida? ¿Para qué y por quién estoy dispuesto a comprometerme, a entregar mi vida?". Discernir la propia vocación es, en el fondo, responder a esta pregunta, escuchando los deseos profundos que el Señor ha depositado en mi corazón.

-¿Por qué hablar hoy de vocación? ¿Podemos comprometernos, hoy en día, con una elección que determine toda nuestra existencia?

-La grandeza del hombre y de la mujer es su libertad, es decir, su capacidad de elegir, entregarse, comprometerse. Cierto, somos frágiles. Cierto, este "sí" que pronunciamos un día tiene que renovarse continuamente, fortalecido por los sacramentos y alentado por la compañía de quienes caminan con nosotros. Cierto, este "sí" será puesto a prueba por las dificultades, las tempestades interiores y exteriores que tengamos que atravesar a lo largo de la vida. Pero este "sí" es posible. Una vida que se entrega no es una vida fácil, pero es una vida hermosa que dará frutos.

»Algunos de los grandes "síes" de nuestra existencia pueden prepararse desde temprana edad, cuando descubrimos, en la experiencia de la entrega de uno mismo, la alegría que de ello resulta. La vida de familia, la fidelidad al deber según estemos estudiando o trabajando, la perseverancia en la edificación de una fe personal y viva, el aprendizaje al servicio en el escultismo o en las asociaciones caritativas, la atención a los demás y el sentido de compromiso desarrollados en los deportes de equipo o en los grupos de amigos…, todo esto es de gran valor para prepararse a los grandes compromisos que marcarán nuestra vida. Los "pequeños síes", preparan a los "grandes síes".

-Un vídeo se ha vuelto viral recientemente: Jacqueline Jencquel anunciaba que quería poner fin a su vida, aun disfrutando de buena salud. Por su parte, usted afirma que la verdadera libertad no consiste en "vivir la propia vida adueñándose de ella", sino dándola…

-Esta señora no soporta la idea de que la edad o la enfermedad disminuyan su capacidad de vivir de manera independiente. Con palabras muy crudas y violentas rechaza esta posibilidad. Creo que es muy triste. E insultante hacia todas las personas que viven con límites. ¿Significa que la vida de estas personas no tiene sentido? ¿Que se han convertido en personas "inútiles", en un peso para la sociedad que, por lo tanto, tiene que deshacerse de ellas? Vemos bien hacia dónde lleva todo esto… El verdadero progreso no es eliminar la fragilidad en nuestro mundo, sino permitir que cada persona ame y sea amada hasta el final, en el corazón mismo de la fragilidad. ¿Cuál es el papel de la sociedad? ¿Ayudar a "eliminar" a quienes ya no ven la belleza de la vida, o ayudarles a que vuelvan a encontrar, a dar un sentido a su vida? ¿Es realmente la única esperanza que podemos ofrecer, un suicidio asistido limpio y rápido? Si alguien se quiere tirar desde un puente y os pide que le empujéis, ¿qué le responderíais? Con el pretexto de respetar su libertad, ¿dejaríais que se tirara? ¿Le empujaríais? ¿O le agarraríais mientras llega la ayuda? ¿Intentaríais convencerle de que vale la pena seguir viviendo?

»Dado que está totalmente sana, me gustaría que la Sra. Jenquel pudiera conocer a asociaciones que ayudan a los más pequeños, a los más frágiles, a los más pobres, y que pudiera ayudarlas dedicándoles su tiempo. Tal vez encontraría la alegría de servir… sin duda, volvería a encontrar la alegría de vivir. Descubriría que aún puede dar y darse. Descubriría que otros la necesitan y que su vida sigue siendo preciosa.

-¿No se puede ser ateo y comprometido al mismo tiempo? ¿Qué pueden aportar de más los católicos?

-Cierto, ¡los católicos no tienen el monopolio de la entrega de sí mismos! Lo vemos todos los días y esto es lo que hace que sea hermoso: esta vocación al don de uno mismo es común a todos. Los cristianos lo comprenden como un llamamiento del Señor, como un modo de seguirLe. Es Él quien nos ha mostrado el ejemplo perfecto: "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos", les dice a los apóstoles antes de su Pasión. Amar a Jesús, seguir a Jesús, es tomar este camino e intentar amar como Él nos ha amado. Creemos también que es el Señor quien nos hace capaces de darnos total y fielmente, a pesar de nuestras debilidades y límites. Es sin duda lo que nos da la audacia de comprometernos "para siempre" en el matrimonio o la vida consagrada: sabemos que es Dios quien nos da la capacidad para llevar adelante la vocación a la que nos ha llamado.

-El debate sobre el matrimonio de los sacerdotes se relanza con frecuencia. Autorizar el matrimonio de los consagrados resolvería el problema de la caída de vocaciones. En su opinión, ¿es una solución?

-No hay crisis de vocaciones. Hay una crisis de fe. Si hay menos sacerdotes, es porque hay menos cristianos. ¿Como comprender el sentido de esta vocación consagrada si no hay fe? El sacerdote entrega su vida por nosotros para mostrar el camino del Cielo, como decía el santo cura de Ars. Si no creemos en el Cielo, si no creemos que hay un camino para llegar a él, entonces no podemos comprender el sacerdocio. Lo consideraremos sólo un oficio más, para el que hay que sacrificarlo todo… Pero si comprendemos lo que hay en juego para cada vida, si creemos que este mundo tiene necesidad de ser salvado, si creemos de verdad que Cristo ha dado su vida para que todos sean salvados, y que esta salvación debe ser acogida por cada uno, ya que el amor nos deja libres…, entonces podremos comprender la necesidad de que entreguemos todo. Renunciar a tener una esposa e hijos para entregarse total y radicalmente a todos, al servicio de la vocación de cada uno… ¡todo por todos! siguiendo a Cristo… ¡Este es el significado de nuestro celibato sacerdotal! Sólo Dios puede pedirnos renunciar a este amor conyugal -cuyo impulso, sin embargo, está inscrito en nuestra naturaleza humana-, para llamarnos a otro amor. El sacerdote no renuncia a amar, sino que está llamado a amar siguiendo a Jesús, como Jesús. Cuando nos ha llamado, Dios nos ha dado también la gracia.

»Cada vocación implica renuncias, y tienen sentido sólo si están al servicio de un bien más grande. Y es de este bien, de esta alegría, de lo que hay que hablar sobre todo. Quien es fiel a su esposa aceptar renunciar a todas las otras mujeres porque encuentra su alegría en este don total y único; su entrega está al servicio de la felicidad de su esposa, que se descubre amada de un modo que es único. Y lo mismo a la inversa. La fidelidad no es vivida como una frustración, sino como un medio al servicio de la felicidad de la pareja. Lo mismo vale para el celibato de los sacerdotes. Este celibato -renuncia exigente y profunda-, no es frustrante si se vive como el medio para darse totalmente a Dios y a los otros. Está al servicio de otra alegría, de una misión. Pero se convierte en una carga cuando el sacerdote ya no es feliz en su ministerio, que ha perdido su significado.

-¿Qué puede decir a todos los que ahora creen que soportan su vida: celibato no elegido, pruebas de todo tipo? ¿A los que piensan que se han equivocado de camino, o que "han perdido el tren"?
-El reto está en acoger poco a poco lo que somos y nuestra vida tal como nos ha sido dada, descubriendo que siempre podemos, de una forma u otra, darla. A mi alrededor hay personas que, por razones distintas, viven un celibato no elegido. Comprendo el sufrimiento que pueden vivir, el vacío o el sentimiento de injusticia. Pero admiro profundamente el modo cómo han aprendido, lentamente, a vivir esta realidad, a aceptarla, dando otra fecundidad a su vida. Nunca es demasiado tarde para aprender a darse. Cada vida -incluso las que han sufrido más-, es hermosa cuando se entrega. Y cuando lleguemos al Cielo nos sorprenderemos de la fecundidad de estas vidas, de esta fidelidad a darse en lo cotidiano, en el servicio a los otros, por esta causa, por el bien común, por los más frágiles… Es lo que deseo para todos: que cada uno pueda decir, en el anochecer de la propia vida, a pesar de todas las heridas recibidas y los errores cometidos: "Realmente he intentado amar… ¡he dado todo, me he dado por entero!". Creo realmente que esto es lo que llamamos una vida plena: una vida dada.

Traducción de Elena Faccia Serrano.

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