"Prefiero verte ir al cielo con el arado al hombro". Esta frase que puede sorprenderte refleja bien a las claras la personalidad del protagonista de estas letras, don Lázaro San Martín Camino, sacerdote de Santa María de la O de Miyares (Infiesto), que al ver los titubeos de un pariente seminarista le responde de esa manera, antes que “al infierno con el cáliz en la mano”. Reacción propia de un auténtico sacerdote, conocedor de la importancia y trascendencia de su misión, de una persona sin doblez y así nos lo ha hecho saber con su vida, y de contárnoslo se ha preocupado y preparado muy, muy mucho su sobrino bisnieto, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid en la actualidad.
Dicen que un buen libro, un buen amigo y un buen consejo son los tres grandes bienes de la Humanidad y esta reflexión me viene a la cabeza ahora que acabo de leer el libro: ”Don Lázaro, Sacerdote y Mártir de Cristo en Asturias (1872-1936)", publicado en la sección de Biografías de la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos) y que ha llegado a mis manos por gentileza de su autor. Editado en 2011, después de corregir y completar una primera edición de 1995 y que titulaba “Don Lázaro: Testigo de Cristo en Asturias”. Es un libro hecho desde el cariño, desde el rigor histórico, desde el perdón y con la única pretensión de divulgar, de dar a conocer la vida ejemplar de un santo cura de aldea, que incluso en las circunstancias difíciles y trágicas que rodean su vida aún tiene la generosidad del perdón para quienes le maltratan y le matan un 18 de agosto de 1936 en la playa de San Lorenzo (Gijón). ¡Me cuesta asimilar la Escalerona, lugar de recreo y baño, como escenario del crimen y en pleno siglo XX!, pero las locuras humanas surgen cuando menos se esperan, por muy extraño que nos parezca, y el siglo XX no ha sido una excepción, de ahí que se le haya definido como el siglo de los mártires.
El libro de ágil y edificante lectura consta de un Prólogo, escrito por el arzobispo de Oviedo don Jesús Sanz Montes, que da las claves y objetivo principal del trabajo, que no es otro que retratar la vida de un sacerdote santo para beneficio de todos y en agradecimiento a Dios. En la Introducción don Juan Antonio confiesa qué supuso para él don Lázaro y dice: “Más que una figura sobre la que escribir fue para mí presencia de vida; más que un personaje de la historia fue una persona de la familia y seguro que también uno de los medios o, mejor, de los testigos por los que la Gracia suscitó en mí su vocación…”.
Con estas intenciones y con ese rigor y cariño que impregna cada página del libro sólo hay que dejar que las obras de don Lázaro y los testimonios de quienes le conocieron (vecinos, feligreses, familiares, amigos…) hablen, inicien el camino, marquen la ruta que toma origen en la parroquia sierense de Marcenado donde nació un 19 de abril de 1872, hijo de unos campesinos renteros y llega a término en San Lorenzo un 18 de agosto de 1936, precisamente un martes que aunque… ”el cielo estaba claro, sin embargo, no había niños haciendo castillos en la arena… ni heladeros en el paseo del Muro…”.
Libro de lectura amena y bien estructurado. Se organiza en seis capítulos, de mediana extensión, con la novedad que el capítulo 1 habla del final de la historia, del desenlace y trágica muerte del sacerdote y los demás según el orden natural de los hechos: nacimiento, formación, seminario, parroquias… La primera en Santiago de Sierra (Tineo) de 1896 a 1899; la segunda en San Julián de Viñón (1899 a 1918), donde es uno de los promotores de la construcción de sus escuelas –las primeras del concejo– y de la creación de la sociedad de seguros Peñacabrera que diera cobertura a campesinos y ganaderos; y su última parroquia, Santa María de la O de Miyares (Piloña) o su plenitud como pastor, como sacerdote, durante los años 1918 a 1936 y, a la vez, arcipreste de Piloña desde el 16 de junio de 1936. El capítulo 6 contiene el testimonio de once personas que directa o indirectamente conocieron a don Lázaro y dan testimonio de su labor humana y pastoral. El resto del libro, bajo el epígrafe de “Apéndice documental”, aporta cartas, sermón de don Lázaro, fragmentos de las Actas de Miyares y declaraciones del padre Migoya y de don Narciso Camino con motivo del sesenta aniversario de su muerte. A todo esto hemos de añadir un aporte fotográfico de 46 fotos.
En este ameno recorrido surgen palabras, anécdotas, ejemplos y testimonios que engrandecen la figura del sacerdote y la importancia de su misión, que va desde una genuflexión bien hecha –“su genuflexión ante el Sagrario era una auténtica confesión de fe”– a sus preparadas homilías dominicales donde trataba de poner el Evangelio al alcance de todos, el cultivo de los sacramentos y su atención preferente por los niños –importancia de la catequesis–, enfermos y familias con necesidades, y es que con su conducta demostraba que lo único que importaba era seguir la voluntad de Dios y de ello ha dado testimonio con su vida, y así lo recuerda una placa de la iglesia de Miyares, colocada un 18 de agosto de 1945, que dice: “A la memoria de don Lázaro San Martino Camino… muerto por su Dios un 18 de agosto de 1936…”.
Libros como éste hacen mucho bien y el compartirlo con vosotros me lleva a escribir estas letras que evidencian la ejemplaridad y santidad de un sacerdote sierense, de Marcenado, de nombre Lázaro, hijo de Francisco Antonio y de Josefa del Carmen. Espero y deseo que no tardando mucho sea venerado en los altares de nuestros templos y que ejemplos como éste cundan. ¡Enhorabuena, don Juan Antonio! ¡Muchas gracias!
P.D. “Al que me confesare delante de los hombres, yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos…”.
Dicen que un buen libro, un buen amigo y un buen consejo son los tres grandes bienes de la Humanidad y esta reflexión me viene a la cabeza ahora que acabo de leer el libro: ”Don Lázaro, Sacerdote y Mártir de Cristo en Asturias (1872-1936)", publicado en la sección de Biografías de la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos) y que ha llegado a mis manos por gentileza de su autor. Editado en 2011, después de corregir y completar una primera edición de 1995 y que titulaba “Don Lázaro: Testigo de Cristo en Asturias”. Es un libro hecho desde el cariño, desde el rigor histórico, desde el perdón y con la única pretensión de divulgar, de dar a conocer la vida ejemplar de un santo cura de aldea, que incluso en las circunstancias difíciles y trágicas que rodean su vida aún tiene la generosidad del perdón para quienes le maltratan y le matan un 18 de agosto de 1936 en la playa de San Lorenzo (Gijón). ¡Me cuesta asimilar la Escalerona, lugar de recreo y baño, como escenario del crimen y en pleno siglo XX!, pero las locuras humanas surgen cuando menos se esperan, por muy extraño que nos parezca, y el siglo XX no ha sido una excepción, de ahí que se le haya definido como el siglo de los mártires.
El libro de ágil y edificante lectura consta de un Prólogo, escrito por el arzobispo de Oviedo don Jesús Sanz Montes, que da las claves y objetivo principal del trabajo, que no es otro que retratar la vida de un sacerdote santo para beneficio de todos y en agradecimiento a Dios. En la Introducción don Juan Antonio confiesa qué supuso para él don Lázaro y dice: “Más que una figura sobre la que escribir fue para mí presencia de vida; más que un personaje de la historia fue una persona de la familia y seguro que también uno de los medios o, mejor, de los testigos por los que la Gracia suscitó en mí su vocación…”.
Con estas intenciones y con ese rigor y cariño que impregna cada página del libro sólo hay que dejar que las obras de don Lázaro y los testimonios de quienes le conocieron (vecinos, feligreses, familiares, amigos…) hablen, inicien el camino, marquen la ruta que toma origen en la parroquia sierense de Marcenado donde nació un 19 de abril de 1872, hijo de unos campesinos renteros y llega a término en San Lorenzo un 18 de agosto de 1936, precisamente un martes que aunque… ”el cielo estaba claro, sin embargo, no había niños haciendo castillos en la arena… ni heladeros en el paseo del Muro…”.
Libro de lectura amena y bien estructurado. Se organiza en seis capítulos, de mediana extensión, con la novedad que el capítulo 1 habla del final de la historia, del desenlace y trágica muerte del sacerdote y los demás según el orden natural de los hechos: nacimiento, formación, seminario, parroquias… La primera en Santiago de Sierra (Tineo) de 1896 a 1899; la segunda en San Julián de Viñón (1899 a 1918), donde es uno de los promotores de la construcción de sus escuelas –las primeras del concejo– y de la creación de la sociedad de seguros Peñacabrera que diera cobertura a campesinos y ganaderos; y su última parroquia, Santa María de la O de Miyares (Piloña) o su plenitud como pastor, como sacerdote, durante los años 1918 a 1936 y, a la vez, arcipreste de Piloña desde el 16 de junio de 1936. El capítulo 6 contiene el testimonio de once personas que directa o indirectamente conocieron a don Lázaro y dan testimonio de su labor humana y pastoral. El resto del libro, bajo el epígrafe de “Apéndice documental”, aporta cartas, sermón de don Lázaro, fragmentos de las Actas de Miyares y declaraciones del padre Migoya y de don Narciso Camino con motivo del sesenta aniversario de su muerte. A todo esto hemos de añadir un aporte fotográfico de 46 fotos.
En este ameno recorrido surgen palabras, anécdotas, ejemplos y testimonios que engrandecen la figura del sacerdote y la importancia de su misión, que va desde una genuflexión bien hecha –“su genuflexión ante el Sagrario era una auténtica confesión de fe”– a sus preparadas homilías dominicales donde trataba de poner el Evangelio al alcance de todos, el cultivo de los sacramentos y su atención preferente por los niños –importancia de la catequesis–, enfermos y familias con necesidades, y es que con su conducta demostraba que lo único que importaba era seguir la voluntad de Dios y de ello ha dado testimonio con su vida, y así lo recuerda una placa de la iglesia de Miyares, colocada un 18 de agosto de 1945, que dice: “A la memoria de don Lázaro San Martino Camino… muerto por su Dios un 18 de agosto de 1936…”.
Libros como éste hacen mucho bien y el compartirlo con vosotros me lleva a escribir estas letras que evidencian la ejemplaridad y santidad de un sacerdote sierense, de Marcenado, de nombre Lázaro, hijo de Francisco Antonio y de Josefa del Carmen. Espero y deseo que no tardando mucho sea venerado en los altares de nuestros templos y que ejemplos como éste cundan. ¡Enhorabuena, don Juan Antonio! ¡Muchas gracias!
P.D. “Al que me confesare delante de los hombres, yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos…”.
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