Hermanos sacerdotes concelebrantes, Señora Delegada del Gobierno de España, Señor Coronel Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil en Asturias, autoridades militares, judiciales y civiles que nos acompañan, hermanos y hermanas en el Señor.
Se van sucediendo en el calendario del corazón, los motivos por los que un buen hijo sabe festejar las infinitas razones de gratitud que siempre tiene ante la memoria de su madre. Y es que toda madre brinda siempre ocasiones que hacen festivo el recuerdo de sus hijos. Es nuestra experiencia personal cuando en torno a esa mujer en cuyo seno Dios nos llamó a la vida, hemos podido celebrar momentos cargados de afecto agradecido por lo mucho que ella ha supuesto en nuestro camino. El día de la madre no tiene como sentido una razón comercial, sino que el día de la madre es cualquier día, cualquier instante, en el que hacemos memoria y tomamos conciencia de lo que ha supuesto para nosotros nuestra madre mamá, que junto a nuestro padre papá han sido el cauce para que yo nazca, para que yo crezca, para que yo madure en todos los aspectos de una vida personal.
Hoy estamos celebrando uno de esos motivos en torno a una advocación especialmente querida en España e Hispanoamérica: nuestra Señora del Pilar. En este día me es fácil hacer un guiño a aquellos mis primeros años de obispo pasados en Aragón con la remembranza de un recuerdo dulce y agradecido. Veía en lontananza el color de los bosques con sus ocres y amarillos, y se percibía el frescor que exhalaban las primeras nieves en las cumbres tresmiles del Pirineo que iba escalando con mi afición montañera, metiéndonos de bruces en esta época de magia serena de un otoño con calendas caminadas. Este ambiente también aquí en Asturias nos acoge en una cita especial en toda España e incluso, allende los mares, de toda la Hispanidad.
Podemos decir que hay tres razones que enmarcan esta festividad religiosa. En primer lugar, el 12 de octubre es para nosotros una fiesta mariana muy querida en torno a nuestra Señora del Pilar. Hoy nos hacemos peregrinos de ese santuario zaragozano. Hemos escuchado en el Evangelio de hoy, cómo una mujer sencilla le echó un piropo nada menos que a Jesús: “dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron” (Lc 11, 27). Es el piropo a la buena madre que debe llenar de gozo agradecido a un buen hijo. Y, sin embargo, Jesús modificó tal exclamación. No porque quisiera poner gravedad ante un elogio que prorrumpió aquella mujer sencilla. Sino, más bien, porque Jesús quiso situar en su justa medida la alabanza, el piropo que en Él hacían a su madre. “Más bien dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28). María quedó para siempre marcada por aquella palabra que se le invitó a escuchar cuando el ángel le anunció que podría ser madre del Mesías. Su reparo “¿cómo será esto si yo no conozco varón?”, no era la sospecha del escéptico, sino la petición de ayuda de quien se encuentra desbordado ante una palabra demasiado grande. Lo imposible para ti, es posible para Dios, fue la respuesta de ayuda que ella recibió. Y su reacción no se dejó ya escapar jamás: que esa Palabra se haga carne de mi carne.
María representa lo mejor de nuestra historia cristiana. ¿Qué representa para nosotros lo imposible? ¿Nos atreveremos a ponerle nombre y circunstancia? Tantas cosas nos pueden resultar así de inasequibles, de desbordantes, hasta provocar las lágrimas que furtivamente hemos ido a compartir con la Dulce Señora en esa ermita escondida del corazón. Ella nos dice que Dios es más, que tiene recursos, que nos sabe amar y que es el único que no juega con nuestra felicidad, trocando de este modo nuestro llanto en danza, quitándonos los lutos para revestirnos de la mejor algazara de una fiesta sin par.
Cuenta la tradición que el apóstol Santiago, llegó hasta el Finisterrae de entonces, nuestro suelo patrio, para anunciar el Evangelio. No le debió ir del todo bien y, desfondado, se sentó a la orilla del río Ebro, en la Zaragoza de entonces, con un gesto de cansancio fatal. Santa María se hizo presente en el corazón abatido de Santiago, y el que fuera llamado el hijo del Trueno quedaría fulminado no por la cerrazón y dureza de sus impávidos oyentes, sino por la ternura acogedora de aquella mujer que fue constituida en madre de todos al pie de la cruz. Por ese saber escuchar las palabras de Dios y vivirlas, por eso María es bienaventurada.
En segundo lugar, en un día como hoy rememoramos lo que hace más de cinco siglos sucedió como epopeya de la historia universal con el descubrimiento de América. Descubrir un mundo nuevo, nuevas gentes, nuevas tierras, encerraba junto a la aventura descubridora de marinos audaces una serie de intereses económicos, políticos y militares. Pero semejante hazaña, llevada a cabo por aquellos hombres con sus luces y sus sombras, sus gracias y pecados, tenía también otro objetivo. No sólo llevaban ambiciones comerciales, no sólo portaban lanzas y arcabuces, llevaban también el evangelio, la cruz del Resucitado y un mensaje salvador que anunciar y compartir. Así se ha hecho el reconocimiento de estos pueblos hispanos hermanos nuestros con los que tenemos en común la lengua, el afecto mutuo y la fe. Sólo en la América hispana se dio el sano y respetuoso mestizaje que ha hecho nacer una cultura común fruto de aquel encuentro. Otras zonas del continente americano no tienen ese blasón que lo hispano puede levantar, porque de las culturas y gentes de entonces sólo podemos decir que fueron exterminadas o quedaron como reservas indias para mostrar a los curiosos turistas o para los extras de las películas por filmar. El mundo nuevo que nacía con aquel descubrimiento de un continente desconocido, supondrá un viraje importante en la historia de occidente del que somos deudores en todo el universo mundo.
Finalmente, esta fiesta mariana e hispana, tiene también un epílogo que no es menor, al ser la Pilarica la Patrona de una de las instituciones más queridas en España: la Guardia Civil. No en vano la Benemérita ha hecho suya esta fiesta tan entrañable. Al igual que sucedió con Santiago, hoy son otros los ríos ebros por los que a menudo nuestra vida se cuestiona, se asusta, se desespera. Y son también otros las cerrazones con las que nos encontramos no ya al intentar anunciar el Evangelio, sino al intentar sencillamente ser dignamente humanos. Por eso con la advocación del Pilar damos gracias a la Guardia Civil por lo mucho y bueno que hacen desde su particular aportación en beneficio de la paz, de la unidad y de la justicia, a favor de la seguridad y como salvaguarda de los momentos de riesgo en carreteras, en montañas y en el mar. No hay situación en donde nuestra vida pueda correr un cierto peligro mientras deambulamos, donde la Guardia Civil no esté como compañía amiga a nuestro lado. Lo acabamos de ver en estos días con ese guardia asturiano que ha emergido con trazas de héroe salvando vidas a manos llenas en la catástrofe natural de Mallorca. Él ha sido noticia, pero son muchos los guardias que podrían ser titular en medio de su callado y abnegado trabajo de servicio a la comunidad. Y esto pagando el alto precio de la propia vida en la lucha contra la delincuencia organizada, en la batalla contra el terrorismo de cualquier signo e intensidad, como el que ahora se libra callejeramente en esa querida tierra catalana. Por eso nuestro más sentido gracias, lleno de reconocimiento y de afecto a todos nuestros queridos guardias civiles, que hago extensivo a nuestros policías nacionales y policías locales por su generoso e impagable servicio. Tendremos un recuerdo especial en esta santa Misa por los difuntos del Cuerpo de la Guardia Civil y sus familiares, particularmente los que han fallecido en acto de servicio.
Termino pidiendo a la Virgen del Pilar como Patrona de la Hispanidad, que vele por la sensatez ponderada de quienes tienen responsabilidades públicas ante la unidad de un pueblo que ha convivido durante más de cinco siglos. Hay cálculos de secesión que no tienen sucesión en el tiempo, y suelen ser los juegos prohibidos de quienes insidian y jalean con mentiras tratando de maquillar intereses inconfesados que deberían terminar confesando ante un juez. La madre Patria, como llaman a España en el resto de la Hispanidad vive este momento tenso que ponemos a los pies de la Virgen del Pilar, y pedimos también para esos pueblos hermanos la justicia y la libertad, especialmente en los países en los que los populismos al uso de los antisistema cercenan la libertad con sus conocidos abusos, como sucede en Venezuela.
A Nuestra Señora del Pilar nos encomendamos, damos gracias por la historia cristiana de nuestro pueblo que junto a Santiago comenzó en Zaragoza, pedimos por todos los pueblos hermanos y encomendamos de nuevo a la Guardia Civil por la que sentidamente sabemos dar gracias.
Se van sucediendo en el calendario del corazón, los motivos por los que un buen hijo sabe festejar las infinitas razones de gratitud que siempre tiene ante la memoria de su madre. Y es que toda madre brinda siempre ocasiones que hacen festivo el recuerdo de sus hijos. Es nuestra experiencia personal cuando en torno a esa mujer en cuyo seno Dios nos llamó a la vida, hemos podido celebrar momentos cargados de afecto agradecido por lo mucho que ella ha supuesto en nuestro camino. El día de la madre no tiene como sentido una razón comercial, sino que el día de la madre es cualquier día, cualquier instante, en el que hacemos memoria y tomamos conciencia de lo que ha supuesto para nosotros nuestra madre mamá, que junto a nuestro padre papá han sido el cauce para que yo nazca, para que yo crezca, para que yo madure en todos los aspectos de una vida personal.
Hoy estamos celebrando uno de esos motivos en torno a una advocación especialmente querida en España e Hispanoamérica: nuestra Señora del Pilar. En este día me es fácil hacer un guiño a aquellos mis primeros años de obispo pasados en Aragón con la remembranza de un recuerdo dulce y agradecido. Veía en lontananza el color de los bosques con sus ocres y amarillos, y se percibía el frescor que exhalaban las primeras nieves en las cumbres tresmiles del Pirineo que iba escalando con mi afición montañera, metiéndonos de bruces en esta época de magia serena de un otoño con calendas caminadas. Este ambiente también aquí en Asturias nos acoge en una cita especial en toda España e incluso, allende los mares, de toda la Hispanidad.
Podemos decir que hay tres razones que enmarcan esta festividad religiosa. En primer lugar, el 12 de octubre es para nosotros una fiesta mariana muy querida en torno a nuestra Señora del Pilar. Hoy nos hacemos peregrinos de ese santuario zaragozano. Hemos escuchado en el Evangelio de hoy, cómo una mujer sencilla le echó un piropo nada menos que a Jesús: “dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron” (Lc 11, 27). Es el piropo a la buena madre que debe llenar de gozo agradecido a un buen hijo. Y, sin embargo, Jesús modificó tal exclamación. No porque quisiera poner gravedad ante un elogio que prorrumpió aquella mujer sencilla. Sino, más bien, porque Jesús quiso situar en su justa medida la alabanza, el piropo que en Él hacían a su madre. “Más bien dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28). María quedó para siempre marcada por aquella palabra que se le invitó a escuchar cuando el ángel le anunció que podría ser madre del Mesías. Su reparo “¿cómo será esto si yo no conozco varón?”, no era la sospecha del escéptico, sino la petición de ayuda de quien se encuentra desbordado ante una palabra demasiado grande. Lo imposible para ti, es posible para Dios, fue la respuesta de ayuda que ella recibió. Y su reacción no se dejó ya escapar jamás: que esa Palabra se haga carne de mi carne.
María representa lo mejor de nuestra historia cristiana. ¿Qué representa para nosotros lo imposible? ¿Nos atreveremos a ponerle nombre y circunstancia? Tantas cosas nos pueden resultar así de inasequibles, de desbordantes, hasta provocar las lágrimas que furtivamente hemos ido a compartir con la Dulce Señora en esa ermita escondida del corazón. Ella nos dice que Dios es más, que tiene recursos, que nos sabe amar y que es el único que no juega con nuestra felicidad, trocando de este modo nuestro llanto en danza, quitándonos los lutos para revestirnos de la mejor algazara de una fiesta sin par.
Cuenta la tradición que el apóstol Santiago, llegó hasta el Finisterrae de entonces, nuestro suelo patrio, para anunciar el Evangelio. No le debió ir del todo bien y, desfondado, se sentó a la orilla del río Ebro, en la Zaragoza de entonces, con un gesto de cansancio fatal. Santa María se hizo presente en el corazón abatido de Santiago, y el que fuera llamado el hijo del Trueno quedaría fulminado no por la cerrazón y dureza de sus impávidos oyentes, sino por la ternura acogedora de aquella mujer que fue constituida en madre de todos al pie de la cruz. Por ese saber escuchar las palabras de Dios y vivirlas, por eso María es bienaventurada.
En segundo lugar, en un día como hoy rememoramos lo que hace más de cinco siglos sucedió como epopeya de la historia universal con el descubrimiento de América. Descubrir un mundo nuevo, nuevas gentes, nuevas tierras, encerraba junto a la aventura descubridora de marinos audaces una serie de intereses económicos, políticos y militares. Pero semejante hazaña, llevada a cabo por aquellos hombres con sus luces y sus sombras, sus gracias y pecados, tenía también otro objetivo. No sólo llevaban ambiciones comerciales, no sólo portaban lanzas y arcabuces, llevaban también el evangelio, la cruz del Resucitado y un mensaje salvador que anunciar y compartir. Así se ha hecho el reconocimiento de estos pueblos hispanos hermanos nuestros con los que tenemos en común la lengua, el afecto mutuo y la fe. Sólo en la América hispana se dio el sano y respetuoso mestizaje que ha hecho nacer una cultura común fruto de aquel encuentro. Otras zonas del continente americano no tienen ese blasón que lo hispano puede levantar, porque de las culturas y gentes de entonces sólo podemos decir que fueron exterminadas o quedaron como reservas indias para mostrar a los curiosos turistas o para los extras de las películas por filmar. El mundo nuevo que nacía con aquel descubrimiento de un continente desconocido, supondrá un viraje importante en la historia de occidente del que somos deudores en todo el universo mundo.
Finalmente, esta fiesta mariana e hispana, tiene también un epílogo que no es menor, al ser la Pilarica la Patrona de una de las instituciones más queridas en España: la Guardia Civil. No en vano la Benemérita ha hecho suya esta fiesta tan entrañable. Al igual que sucedió con Santiago, hoy son otros los ríos ebros por los que a menudo nuestra vida se cuestiona, se asusta, se desespera. Y son también otros las cerrazones con las que nos encontramos no ya al intentar anunciar el Evangelio, sino al intentar sencillamente ser dignamente humanos. Por eso con la advocación del Pilar damos gracias a la Guardia Civil por lo mucho y bueno que hacen desde su particular aportación en beneficio de la paz, de la unidad y de la justicia, a favor de la seguridad y como salvaguarda de los momentos de riesgo en carreteras, en montañas y en el mar. No hay situación en donde nuestra vida pueda correr un cierto peligro mientras deambulamos, donde la Guardia Civil no esté como compañía amiga a nuestro lado. Lo acabamos de ver en estos días con ese guardia asturiano que ha emergido con trazas de héroe salvando vidas a manos llenas en la catástrofe natural de Mallorca. Él ha sido noticia, pero son muchos los guardias que podrían ser titular en medio de su callado y abnegado trabajo de servicio a la comunidad. Y esto pagando el alto precio de la propia vida en la lucha contra la delincuencia organizada, en la batalla contra el terrorismo de cualquier signo e intensidad, como el que ahora se libra callejeramente en esa querida tierra catalana. Por eso nuestro más sentido gracias, lleno de reconocimiento y de afecto a todos nuestros queridos guardias civiles, que hago extensivo a nuestros policías nacionales y policías locales por su generoso e impagable servicio. Tendremos un recuerdo especial en esta santa Misa por los difuntos del Cuerpo de la Guardia Civil y sus familiares, particularmente los que han fallecido en acto de servicio.
Termino pidiendo a la Virgen del Pilar como Patrona de la Hispanidad, que vele por la sensatez ponderada de quienes tienen responsabilidades públicas ante la unidad de un pueblo que ha convivido durante más de cinco siglos. Hay cálculos de secesión que no tienen sucesión en el tiempo, y suelen ser los juegos prohibidos de quienes insidian y jalean con mentiras tratando de maquillar intereses inconfesados que deberían terminar confesando ante un juez. La madre Patria, como llaman a España en el resto de la Hispanidad vive este momento tenso que ponemos a los pies de la Virgen del Pilar, y pedimos también para esos pueblos hermanos la justicia y la libertad, especialmente en los países en los que los populismos al uso de los antisistema cercenan la libertad con sus conocidos abusos, como sucede en Venezuela.
A Nuestra Señora del Pilar nos encomendamos, damos gracias por la historia cristiana de nuestro pueblo que junto a Santiago comenzó en Zaragoza, pedimos por todos los pueblos hermanos y encomendamos de nuevo a la Guardia Civil por la que sentidamente sabemos dar gracias.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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