De pequeño quería ingresar en los franciscanos, pero, después de tenerle un período a prueba, le echaron. Él no se dio por vencido y buscó un carisma de esa misma rama. Entonces lo intenta en los Padres capuchinos. Aquí sí parece atinar porque le acogen. Pero sus despistes como romper platos o no ser habilidoso en las tareas que le encomendaban los religiosos, le ponen otra vez en su casa. Un tío suyo le acoge con dudas y al final retorna al hogar materno.
Una vez en el ejercicio de su ministerio descubre que, como no era de palabra fácil, no tenía dotes de predicar. Por eso se dedicó a confesar y dirigir espiritualmente a las almas. Uno de sus dones era la experiencia profunda de Dios con abundantes éxtasis y el don de la levitación. Por esta gracia, quedaba suspendido en el aire por fuerza divina. Esta vivencia logra la conversión de muchas personas y que muchas gentes se acerquen a él para ir a Dios. Muere en 1663.
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