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miércoles, 15 de agosto de 2018

''Mirando al Cielo''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

“El que se humilla será enaltecido” (Mt 23,12). Es una verdad que conocemos bien por medio del Evangelio, pues éste no deja de incidir siempre en su importancia y de forma especial, para entender el sentido de la fiesta que hoy celebramos, por lo que hoy queremos detenernos aquí. 

En nuestro día a día, sin duda es una experiencia gratificante encontrarse con personas sabias, valiosas y trabajadoras de las que luego podemos decir: mira que valioso/a es y qué poca importancia se da.

Esta clase de personas son las que enriquecen y embellecen nuestro mundo, sabiendo pasar por él prestando un valioso servicio sin apenas hacer ruido; sembrando sólo lo bueno y sabiendo ponerse a un lado para no ser vistos después. Este es el caso y estilo de María. Ella asume siempre un segundo plano pasando casi desapercibida después de cumplir su misión.

Nuestra Señora sabía bien (como afirma en su canto del “magníficat” y que igualmente recoge el evangelio de esta Solemnidad) que Dios ‘’derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes’’… Y San Pablo, otro eficaz convertido, nos dice por su parte que Cristo, siendo de condición divina, se hizo esclavo. Su Madre así se reconoció también en el saludo del Ángel de la Anunciación cuando le responde a éste: ‘’aquí está la esclava del Señor’’.

La humildad es una virtud que ha de ser clave en la vida del cristiano/a, pues sabemos que el Señor premia los “humildes de corazón” como proyección y objetivo primordial de nuestra propia historia de salvación: el Padre acepta la humillación del Hijo, exaltándolo; y así ocurre lo mismo con María, que es asociada a la gloria de su Hijo. Él, que venció al pecado y a la muerte, quiso librar a la que no conoció el pecado de la humillación del sepulcro.

Celebrar pues la fiesta de la Virgen de Agosto, de la Asunción; es en definitiva festejar la Pascua de María y su triunfo. ¿Y cuál fue el mérito de María? Pues precisamente el haberse sentido siempre la última, la esclava; cuando para Dios y para la Humanidad en pleno ha sido desde su concepción la primera de todos; la Asumpta al Cielo libre de toda mancha.

La liturgia de hoy nos convoca un año más por María para también nosotros mirar al cielo donde la tenemos a Ella como la mejor abogada e intercesora que, además, es Causa de nuestra alegría.

Que la Reina de Cielos y tierra suscite en nosotros de nuevo la humildad que necesitamos para ser enaltecidos como Ella, cumpliendo así el Plan de Salvación que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros.

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