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domingo, 29 de julio de 2018

Homilía en la Fiesta de San Félix, Patrono de Lugones. 29/07/18.

Queridos feligreses y hermanos todos: ¡Feliz Fiesta del Patrono! 

En el corazón del verano, inaugurando ya la gran romería de Nuestra Señora del Buen Suceso, celebramos a San Félix este Domingo XVII del Tiempo Ordinario, donde la Palabra de Dios vuelve a sorprendernos. Podría parecer que hemos seleccionado estas lecturas buscando las más acordes a nuestra celebración, pero no, son las del día; las que la Iglesia Madre nos propone y a que a buen seguro, de haber sido elegidas otras, no hubieran sido mejores que estas. 

En primer lugar, la epístola del Apóstol, aunque breve, este domingo nos regala numerosas enseñanzas sobre las cuales poder detenernos. En buena medida esta segunda lectura es una perfecta descripción de nuestro Santo titular, incluso en la misma definición con que Pablo se presenta a los cristianos de Éfeso al llamarse ‘’prisionero por el Señor’’. 

Estos dos santos: Félix y Pablo, con una diferencia de casi tres siglos entre sí, tienen mucho en común en sus biografías: se bautizaron siendo adultos, dejaron atrás su hogar por anunciar el Evangelio, fueron encarcelados y martirizados… por ello no es equivocado afirmar que San Félix también se hizo prisionero por el Señor. 

Pero antes de llegar al fin de sus días hemos de contemplar la estela de su vida cotidiana, el día a día callado de aquel servidor de todos que en Gerona dio sobradas muestras de vivir la fe y morir en consonancia con ella. ¿Y cómo resumirlo?; las claves nos la da la segunda lectura: 

*Andar conforme a la vocación recibida 

*Sobrellevarlo todo con amor 

*Perseverar con la esperanza de la salvación a la que hemos sido convocados 

Con el salmo hemos recordado que el Señor está cerca de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente. Y es que lo que mueve precisamente la vida del creyente es el anhelo de encontrarse con el mismísimo Señor. Por ello nuestra madurez física ha de ir acompañada de una madurez espiritual que nos vaya preparando para la vida de los bienaventurados. 

Es el camino de conversión que responde a esa llamada a la santidad a la que todo bautizado está emplazado. Así nos lo acaba de recordar el Santo Padre en su “Exortanción Gaudete et Exultate” donde nos dice: No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. 

En el fondo, como decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santos»… Y en otro fragmento del mismo documento al hablar de los Santos que ya están en el cielo asentía: se nos invita a reconocer que tenemos «una nube tan ingente de testigos» que nos alientan a no detenernos en el camino, nos estimulan a seguir caminando hacia la meta. Y entre ellos podría estar nuestra propia madre, una abuela u otras personas cercanas que conocemos o hemos conocido. Quizá sus vidas no fueron siempre perfectas, pero aún en medio de las imperfecciones y caídas humana siguieron adelante y agradaron al Señor. 

Por último, precioso paralelismo encontramos entre el evangelio de hoy y la primera lectura del Libro de los Reyes. Ambos textos presentan la misma situación: el hambre; la imposibilidad de saciar a todos y el inesperado milagro. 

El hambre encarna la debilidad del hombre que muere sin alimento, que necesita de su sustento, pues es mortal, limitado, finito. Y ante esto la complejidad de dar salida a la situación en casos límites, pues ni Eliseo con veinte panes ni los Apóstoles con cinco panes y dos peces podían alimentar a tantos que tenían ante ellos. Y es aquí donde entra en juego la mano de Dios para romper la lógica y la matemática del hombre. 

El milagro de los panes y los peces no es sólo compartir en caridad, que lo es; sino que ante todo es la manifestación misma de la grandeza de Dios que todo lo puede y que vuelve sencillo lo complicado. Un Mesías que resucita muertos, que expulsa demonios o convierte el agua en vino, ¿no iba poder multiplicar aquella mísera comida en un festín? Si no creemos esto ¿cómo creer acaso en el continuo milagro de la Eucaristía que presenciamos cada día?. San Félix descubrió que ciertamente se puede vivir de Cristo y morir con Cristo. Nuestro Santo, al igual que los apóstoles, repartió como diácono el Pan de vida a muchos hambrientos guardando igualmente las sobras como reserva eucarística y quedándose ante Él en oración. Sólo la fortaleza que da el nutrirse constantemente del Pan del cielo predispuso a San Félix para afrontar con entereza los suplicios de su cruel martirio. 

Por ello le pedimos hoy a San Félix que siga cuidando de esta Parroquia que lleva su nombre, que interceda por nuestros enfermos, por nuestras familias y nuestros difuntos necesitados de purificación... Que se cumpla en nosotros aquella bendición de la liturgia mozárabe que reza: 
El Señor os haga felices por la intercesión de Félix, su mártir, y aparte de vosotros todos los males. Amén. 

Así sea.
Joaquín, Párroco

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