El reto de la misión y el paisanaje eran nuevos, pero el
paisaje en absoluto. Desde niño conocí muy especialmente ese tramo tantas veces
remodelado entre Cangas y Covadonga, donde aún no había florecido como
champiñones el sector hotelero y turístico; quedando particularmente en mi memoria
el unidireccional sentido de circulación al ir llegando al Repelao y la posterior
“aparición” majestuosa de las torres de la Basílica al ascender hacia ella. Mis
padres y mi Parroquia natal me lo habían hecho profundamente familiar desde mi
más tierna infancia, presentándome muchas veces ante la Santina en la Cueva y
poniéndome a su disposición…Ella -yo aún no lo sabía- ya había hecho mi
“recomendación”.
Aquel torpe adolescente en muchas cosas, se sentía
muy honrado al formar parte del
dispositivo de seguridad que le diera protección al Santuario y a la “Piquiñina
y Galana” -que así le cantaría yo en brazos de mi padre en la Cueva la primera vez
allí-. En ese marco, y como un regalo de Dios, conocí gente estupenda. Guardias
civiles del Puesto de Cangas y del de Covadonga con los que compartí casi dos
años recorriendo palmo a palmo los concejos de Cangas, Amieva y Ponga, Onís y
Cabrales. Pero sobre todo recuerdo con cariño y como un verdadero privilegio, mis
largas noches en el Santuario mientras la lluvia aporreaba los cristales empañados
y el techo metálico del “Land-Rover”.
Supe que la Santina no sólo tenía un lugar en mi corazón
-y sin duda yo en el de Ella- sino que siempre estuvo en el inmenso corazón de toda
la Guardia Civil, unas veces de forma más visible y otras más “discreta”. Tal
era así que el mismo Santuario, casi desde su construcción, contaba un propio
cuartel a su servicio situado en un pequeño y funcional edificio bajo el Hórreo
y al lado del de La Escolanía.
Si bien es cierto que la devoción mariana en los
cuarteles tiene su singular advocación en “La Pilarica”, no lo es menos que ésta
tiene en las beneméritas familias y cuarteles de Asturias, una “prima-hermana”
que la representa muy dignamente con tanta o más devoción, si cabe, y que la
sola visión de una imagen de la Virgen de Covadonga en un acuartelamiento de
los de Ahumada, genera la misma sensación de “pronóstico feliz para el
afligido” que sus propios miembros en nuestra sociedad.
Cuando mi amigo Salvador Fuente me honró al solicitarme
una colaboración para esta revista “Centenario”, se atropellaron entonces en mi
memoria nombres, rostros y situaciones que se hacen indescriptibles, llevándome
todas ellas a Dios y a la Santina. Y porque nada ocurre “porque sí”, empecé a
escribir estas letras el día del Sagrado Corazón de Jesús, coincidiendo -sin
haberme dado cuenta- con el día de mi Ordenación Sacerdotal; y las concluyo al
siguiente, día del Inmaculado Corazón de María… Estoy convencido que a Ella le
debo mi segunda vocación -que realmente siempre fue la primera- cuando en
brazos de mi padre la primera vez en La Cueva, me “recomendó” a su Hijo
pidiéndome para su servicio, primero de una forma y luego de otra.
Profundamente agradecido por ambas, y habiéndome sentido
siempre acompañado por el Cristo de Candás -náufrago vencedor en la batalla de
la vida- y de su santísima madre de Covadonga, pongo en éste a sus pies a toda
la familia de la Guardia Civil que, con amor, tesón y eficacia, llevan en su
corazón a la “que tiene por trono la Cuna de España”. Y a la que en su nombre y en
el mío propio me atrevo a pedirle una vez más: Santina de Covadonga, ¡Sálvanos y Salva a España!
Joaquín Manuel Serrano Vila
Sacerdote y Guardia Civil en
Excedencia Voluntaria
Un fuerte abrazo amigo.
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