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lunes, 25 de junio de 2018

Ángel Cuartas, el seminarista Llastrín. Por Rodrigo Huerta Migoya

El Siervo de Dios Ángel Cuartas Cristóbal, nació en Lastres (Colunga) el día 1 de Junio de 1910. Hijo de José y de Josefa, nieto de Lucas y Esperanza y de Benito y Manuel; todos de Lastres. Siendo la familia materna del pueblo de Luces, Parroquia también de Lastres. Fue bautizado el mismo día de nacer por el sacerdote D. Victorio Cuervo Palacio.

En ese hermoso pueblo marinero con callejuelas empinadas y acariciadas por el salitre del mar, creció y se formó el pequeño Ángel. La vida del lugar estaba marcada por las temporadas de pesca y las devociones religiosas que en Lastres nunca fueron pocas: la Semana Santa con sus procesiones, la Virgen del Carmen, San Roque, la Virgen del Buen Suceso, el culto a las Ánimas, San José, el Corpus, la Dolorosa... Así, con la ayuda de su familia, siempre anclada en la esperanza como buenos llastrinos y la propia vida parroquial de un pueblo profundamente devoto, se generó el caldo de cultivo que ayudó a germinar en él una notable vocación sacerdotal. Cuando pienso en la vida de este seminarista cuyo sepulcro yo visité y veneré con cariño tantas veces, me vienen a la mente preguntas "tontas" sobre él; por ejemplo, ¿cantaría Ángel eso de "Yo soy de Llastres, yo soy llastrín, y vengo de la mar de pescar pixín"?... ¿Por qué no?. He aquí lo más bello de los amigos de Dios, que eran tan sencillos como cualquiera de nosotros.

Su familia era muy numerosa, él ocupaba el octavo puesto de nueve hermanos en una casa donde el único con oficio era el de su padre, pescador. La madre cuidaba del hogar y sus hermanos mayores se las apañaban para buscar pequeños trabajos en los que obtener alguna compensación económica o en especies que poder llevar a casa para ayudar a salir adelante.

A Ángel le gustaba la mar, pero sólo cuando venía en calma y con buen tiempo. Las historias de marineros que jamás volvieron calaron hondo en aquel niño bueno que, al igual que su madre, temía una historia propia cada vez que su padre se aventuraba mar adentro. Siempre recordaban sus hermanos el pánico que sentía al acercarse al mar cuando soplaba fuerte el nordeste o las nubes no eran claras. Las experiencias de haber visto caer la tormenta o las ráfagas de viento estando ocasionalmente a bordo de alguna lancha, dejarían en él mucho temor al mal tiempo del Cantábrico.

Sus vecinos le recuerdan como extremadamente trasparente y noble; un niño que muy pronto empezó a ir a trabajar con sus hermanos en la fábrica de pescado de Lastres, donde obtener algo de dinero para sacarles una sonrisa a sus padres y poder también permitirse alguna pequeña compra. Los pocos ahorros de Ángel siempre fueron destinados a adquirir algún pequeño libro, pues su afición a la lectura le hacía disfrutar de estos letra a letra.

Sus compañeros de clase en la escuela de "Primeras Letras" de Lastres, y especial sus amigos con los que compartía tardes de juego, de catecismo o de chapuzones en el puerto, siempre destacaron en él no sólo la ausencia de maldad en su naturaleza, sino un talento único para pacificar cualquier situación de disputa. Ángel era ya de niño, instrumento de paz para todos.

Justo un año antes de ingresar en el Seminario recibe en su querida Parroquia el sacramento de la Confirmación durante la visita pastoral del entonces Obispo de Oviedo, Monseñor Juan Bautista-Luis y Pérez, el 9 de Junio de 1922.

Con apenas trece años ingresa en el Seminario de Valdediós, en el año 1923. Nadie de los que le conocían se extrañó de aquel acontecimiento. El muchacho no fue al seminario por favorecer a su familia económicamente muy apretada, ni por buscar una salida a sus capacidades intelectuales; su decisión fue absolutamente vocacional. Quizá su forma de ser le ayudaba a vivir el día a día con esa naturalidad y prudencia del que hace las cosas sin necesidad de anunciarlas a los cuatro vientos ni justificarlas ante los demás. Su vocación la conocían los que la tenían que conocer, aunque nadie sorprendió de su decisión, pues en la parroquia siempre hizo gala de una piedad sincera y una clara inclinación hacia todo lo que se trataba en el catecismo, mostrando un gusto especial por las "cosas de la iglesia".

El tímido delantero

Como antes comenté al hablar de su vocación, Ángel era una persona con un carácter más bien tímido, siendo muy afable a la vez. Pero sobre todo era un jóven muy sensible. Los que coincidieron con él en el Seminario le recordaban como un muchacho al que le afectaba mucho todas las situaciones que se daban a su alrededor: el problema familiar de un compañero, la riña de un superior, las noticias sobre la situación política del país...

Era especialmente pulcro y cuidadoso con todo, y por esta virtud recayó en él la responsabilidad de la atención y cuidado de la sacristía del Seminario, donde pronto se ganaría la fama de ser un eficiente y ejemplar sacristán, preparando con mimo ''las cosas de Dios''.

También, como tantos muchachos de su edad, era muy "futbolero" al igual que casi todos los seminaristas de entonces; al jugar con sus compañeros siempre se pedía el puesto de delantero centro. En el Seminario no había muchos más juegos ni entretenimientos por aquel entonces, por lo que el fútbol era un "hobbie" muy común. Pasar el año entero practicando le permitía por las vacaciones ganar algún que otro partido a sus amigos, que veían la destreza que año tras año iba adquiriendo Ángel a pesar de contar él con la desventaja de jugar con sotana. También le gustaba mucho conversar y ayudar a sus curas; hablaba mucho con Don José (Ecónomo) y con Don Hipólito (Coadjutor). Años después su propio Párroco, D. José Fernández Acebedo, también sería martirizado.

En vacaciones, además de pasar el tiempo por las calles de Lastres, le encantaban los ratos y comidas en familia entre las que iba desgranando las aventuras, anécdotas y vivencias personales que acumulaba a sus espaldas durante de todo el año en Oviedo. Sus hermanos siempre recordaban cómo de entre los muchos seminaristas que mencionaba, hablaba con frecuencia de Gonzalo Zurro, a buen seguro relatándoles sus originalidades e "invenciones" teatrales. Quizá tengamos aquí la pista del por qué aquel trágico día de Octubre del 34 Ángel se uniera al grupo de Zurro en la huída del Seminario.


Avatares del escondite 

Si en el relato del asalto al Seminario, en el artículo que le dedicamos al mártir Gonzálo hablábamos sobre una hora posterior a la de la comida (en torno a las 02:00 o 03:00 P.m.) como así recordaban algunos de los pequeños seminaristas supervivientes, otros, como por ejemplo como José González García, testigo principal de la ejecución del primer grupo de seminaristas, sitúa el final del combate en San Lázaro y del asalto a Santo Domingo, más bien sobre las cuatro de la tarde.

En algunos apuntes de los hechos de aquellos días, se matizan también otros detalles, como por ejemplo que el grupo de Milicianos que destruyó el Seminario y persiguió a los seminaristas no eran anarquistas sino milicianos socialistas, como varios autores también subrayan.

En mi opinión, hay que tener en cuenta una evidencia muy clara: los seminaristas se conocían al dedillo el barrio; no salían mucho del Seminario más allá de su huerto, su claustro y únicamente extramuros, la plaza de la Iglesia; siempre soleyera y acogedora. La rutina del Seminario de Oviedo en aquellos años treinta vivía lógicamente las líneas propias del espíritu del Concilio de Trento. Los jóvenes vocacionados tenían su pequeña clausura dentro de aquel viejo convento donde se respiraba la pura escolástica de Santo Tomás. Desde las ventanas, la imaginación de estos jóvenes volaba más allá de los muros, observaban cada novedad y no se les escapaba detalle del vecindario que rodeaba la que para ellos era su casa. Los solemnes paseos en fila de a uno detrás de los prefectos era uno de los momentos más deseados de la semana, y en ellos, los ojos curiosos de estos pequeños -niños aún- grababan y actualizaban sus conocimientos de ese viejo pero atopadizo Oviedo que les acogía.

¿Por qué me detengo en algo tan superficial? Pues sencillamente porque para comprender el éxito en la huida y supervivencia de tantos jóvenes que allí residían hay que contar con este factor. Cuando cundió el pánico y los muchachos se dispusieron a saltar en masa por las ventanas y balcones que miraban para la estación "del Vasco", cada cuál fue buscando para sí el mejor escondite; ese juego de infancia tantas veces repetido que ahora se había vuelto ya no un juego sino una dramática cuestión de supervivencia, de vida o muerte.

Lógicamente los seminaristas desconocían por completo qué vecinos seguirían siendo amigos y cuáles denunciantes, pero sí sabían los huecos, callejones y edificios que les posibilitaban el mínimo rincón para cobijarse como ratoncillos de campo y poder colarse y -como dice el salmo- salvar la vida como un pájaro de la trampa del cazador.

En algunos de los escondrijos llegaron a ser tantos los apelotonados que temían ya el estar preparándose para una carnicería sin límites si llegaran a ser descubiertos, viéndose tantos "huídos" en el mismo lugar. Esto también propició que bastantes tuvieran que ir cambiando de sitio por miedo a poner en peligro a los propios hermanos, como parece que así les ocurrió al grupo de Ángel Cuartas, los cuáles, según recogen los relatos, se escondieron primero en la cuadra de una casita baja próxima al Campillín donde llegaron a esconderse entre la hierba del establo y bajo los vientres de los propios animales. Pero eran tantos los amigos del Crucificado en aquel mínimo establo, que tuvieron que buscar la cruz en otro lugar.

Por la magnífica labor de reconstrucción de hechos y recopilación de datos de D. Ángel Garralda, sabemos el lugar exacto donde se fueron a esconder el grupo de seminaristas entre los que estaban Ángel Cuartas y Gonzalo Zurro. La dirección concreta era la "Travesía Monte de Santo Domingo" (hoy calle Melchor Garcia Sampedro), Casa nº 17; e incluso Don Ángel precisa que no era una casa en ruinas como se pretendió dar a entender, sino que la situación del edificio era de desalquiler. Más los seminaristas no asaltaron la vivienda ni la ocuparon, ellos únicamente se refugiaron en los sótanos del inmueble, seguramente por haber topado el acceso al lugar abierto precisamente por hallarse deshabitado. Hoy en dicho solar encontramos un edificio con cuatro viviendas y una empresa de "marketing" en la planta baja.


La tonsura que les costó la vida

Los perseguidores de los seminaristas eran personas muy alejadas de cualquier tipo de cuestión religiosa; eran absolutamente ignorantes en cualquier tema de Iglesia y realmente no sabían diferenciar seminarista de sacerdote. Para los milicianos, si vestían de sotana ya eran "del gremio" y eso les bastaba, por ello buena parte de los seminaristas -aunque no todos- en el momento del asalto y fuga del edificio del Seminario lo primero que hicieron fue 'vestir de "seglar'' antes de saltar a la calle, esperando así un mayor éxito en la escapatoria; un pasar más inadvertidos para moverse por la ciudad y, seguramente, mayor indulgencia en el caso de ser atrapados con esa ropa en lugar de con las sotanas, las cuales se habían convertido en "una provocación" para una sociedad enfurecida que movida por la sin razón, la ira y el odio, buscaba en Asturias repetir una trasnochada revolución a la francesa.

La tonsura era el primer grado que un seminarista recibía en su camino hacia la ordenación sacerdotal. Este gesto de recortar o afeitar un trozo de cabello a la altura de la coronilla era un prepararse ya para la Ordenación cuando el obispo les habría de imponer las manos; era un gesto de pertenencia a Dios y de renuncia al mundo. En la Iglesia Católica Romana la tonsura estuvo en vigor desde el medievo hasta el año 1972 en que Pablo VI estableció las nuevas "Órdenes Menores" previas al presbiterado, en la Carta Apostólica Ministeria Quædam. Junto a la sotana, la coronilla en la cabeza siempre fue una forma de reconocer al presbítero. Cuentan que en aquellos oscuros años del bajo medievo muchos clérigos ocultaban o empequeñecían su coronilla para poder compaginar su ministerio con una vida mundana, lo que llevaría a la Reina Isabel la Católica a imponer en el territorio de su corona que ningún sacerdote llevara una tonsura menor a las proporciones de la moneda de un real. Gracias a la música popular sabemos que también en Asturias la tonsura delataba a los clérigos más aún que el traje talar. Por ejemplo, en la "Jota de la Llana" se canta: ''El Señor Cura non baila/ porque diz que tien corona/ baile Señor Cura baile/ que Dios todo lo perdona''.

Ángel lucía una marcada tonsura, pues estaba en la recta final hacia el sacerdocio. Había sido ordenado recientemente subdiácono. El subdiaconado se recibía después del acolitado y antes del diaconado, y era un ministerio de servicio al Altar.

En su ordenación de subdiácono, Ángel ya había realizado promesa de celibato y había adquirido la obligación de rezar el breviario para unirse así a la Oración Universal de la Iglesia. Este ministerio no lo ejercía colaborando en ninguna parroquia (una costumbre aún muy actual) sino que continuaba su vida de estudiante ejerciendo su compromiso en los cultos del propio Seminario. En la celebración de la Santa Misa le correspondía a él proclamar una de las epístolas, así como asistir al diácono y al sacerdote. Dicha celebración tuvo lugar en la Catedral de León, presidida por el entonces obispo del lugar, Monseñor José Álvarez y Miranda (leonés de nacimiento pero asturiano de pila, al pertenecer entonces su Parroquia al Obispado de Oviedo). La Ordenación fue el 6 de Mayo de 1934.

Una vez descubierto Gonzalo Zurro, y al increparles los milicianos a gritos para que salieran de su escondite y se entregaran, Ángel fue apresado junto a sus hermanos de vocación. Salieron con miedo, pero la nobleza y buena fe de su inocente juventud les hizo creer que podría haber algo de bondad en aquellos hombres, y que en verdad no les harían otra cosa que llevarles al Comité, donde viendo que nada malo habían hecho les dejarían marchar sin mayor objeción. No sabían los pobres seminaristas el odio que encendía aquellos revolucionarios y la inhumanidad de la que cual hienas salvajes, llegarían a hacer gala.

Fue el segundo en morir, aunque ni tiempo tuvo de pronunciar palabra más allá de suspirar. En el momento de su martirio contaba con veinticuatro años. Una hermana suya se encontraba en Oviedo ingresada en el hospital, y en cuanto tuvo noticia del asalto al Seminario abandonó el centro sanitario para ponerse a buscar a su hermano ayudada por otra muchacha que la acompañó. Preguntó por conventos, colegios y por donde habría podido ir o estar, pero tuvo que volverse a Lastres con la angustia de no saber si estaba vivo o si le había ocurrido algo.



Sepultura y peregrinación de sus restos

Cuando los restos de los seminaristas fueron sacados de la fosa común en la que estaban para su reconocimiento, dieron aviso a la familia de Ángel al contrastar el número de la ropa que cada seminarista tenía asignado para identificar ésta en la lavandería del Seminario. Su hermano Julio fue el que, en representación de la familia, acudió al Cementerio del Salvador a reconocer a su hermano.

Fue uno de los pocos seminaristas cuyos restos fueron reclamados por la familia; ya reconocido fue sepultado en un nicho del Salvador. Dos años después, cuando "Sanidad" autorizó, fue trasladado a Lastres donde fue velado en casa durante tres días. Al tercer día fue llevado a la Parroquia y en ella (en la que tantas veces rezó) se celebró su solemne funeral, al que acudió todo el pueblo antes de inhumar sus restos en el Cementerio Parroquial, recibiendo cristiana sepultura en la Capilla del Santo Cristo del Campo Santo (antaño llamada de los Dolores) con el reconocimiento por parte de toda la comunidad cristiana del lugar de que allí descansaba un mártir. Aunque en un primer momento fue sepultado en el suelo de la capilla, a los pies del altar, pronto fue trasladado a una sepultura lateral donde permaneció hasta dos mil trece.

Previa solicitud y oportuno permiso a la vaticana Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, se procedió de nuevo a la exhumación de los restos del seminarista, a las diez de la mañana del día doce de marzo del referido año. La Santa Sede había notificado tiempo atrás el visto bueno para el traslado de los restos de Ángel Cuartas y sus compañeros, con la indicación de que esto se llevara a cabo de forma totalmente privada y sin ninguna trascendenciao signo de culto público.

En el acto estuvieron presentes, además de equipo funerario y los forenses, el Notario Actuario diocesano, Don Alejandro Soler Castelblanch; en calidad de Juez Eclesiástico, Don Jaime Díaz Pieiga, y el Promotor de Justicia Don Julio Eugui, como fiscal. También presenciaron el acto como testigos, el Arcipreste de Villaviciosa, el Rector del Seminario y la familia del mártir (algunos de ellos sobrinos directos). El entonces Párroco de Lastres -también Juez Diocesano- no pudo hacerse presente al encontrarse en el Tribunal de la Rota. 

Una vez abierta la sepultura, los restos fueron depositados en una improvisada mesa de autopsias donde se realizó un primer reconocimiento, y ese mismo día, el cofre con los restos mortales fue llevado al Seminario Metropolitano en el que se practicó un segundo análisis. Tras ello, los restos se guardaron con cuidado en una nueva caja en espera de ser depositados en la nueva sepultura junto a los restos de los demás Seminaristas Mártires, el día de San José de ese mismo año. Sus restos fueron recibidos en el Seminario con toda solemnidad, siendo colocados en el Aula Magna, en la que  tuvo lugar un definitivo y sencillo acto de recuerdo de su heroica vida.

Objetos personales de los Seminaristas custodiados en el Seminario

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