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martes, 22 de mayo de 2018

Sagradas Órdenes en Oviedo

(Fragmento de la homilía)

El mundo está ajeno a lo que esta tarde recibiréis. El peligro nuclear con el que las grandes potencias mercadean, la violencia que no cesa entre tantos pueblos enfrentados, las mil corrupciones de quienes trafican con droga o quienes roban con guante blanco, el esperpento de los populismos que vienen a reescribir la historia cayendo incluso con creces en aquello que les sirvió para jalear a sus bases y obtener los votos, la política absurda y barriobajera que no mira el bien del pueblo sino la agenda de sus intereses, sus banderías y sus excursiones a la quimera de sus fantasías, la frivolidad de quienes rompen sus compromisos en el matrimonio o en el sacerdocio como si nada pasara en esta sociedad líquida e indolora que ha perdido su conciencia, el uso y el abuso de la mujer y de los niños haciendo de los inocentes una moneda de cambio para placeres ocultos, la beligerancia agresiva y resentida hacia los cristianos y hacia la Iglesia, la mediocridad de tantos que llamados a ser santos se quedan o nos quedamos a medias.

No penséis que el mundo os va a perdonar el paso que dais y la gracia que recibís para poneros una alfombra roja en la que paseéis vuestras devociones incensadas, vuestras seguridades blindadas o el reconocimiento social y cultural que ya no se lleva porque se lo llevaron. Sentiréis el escalofrío de todo esto, y de todo cuanto por dentro también os acontecerá con el paso de los años y los trienios de ministerio. Este era el escenario de aquellos discípulos asustados en la mañana de Pentecostés dentro del Cenáculo. Pero dicho todo esto como palabra penúltima, queda por escuchar la palabra final como mensaje postrero que Dios siempre se reserva cuando nos infunde su Espíritu para hacernos nuevos por dentro y por fuera, con una fortaleza que no nace de nuestra prepotencia, con una templanza que no es apatía, con una sabiduría que no nos hace listorros, con una paz y una alegría que nadie nos podrá arrebatar, con una misión que está urgida por la gracia de quien nos llama, nos consagra y nos envía.

Es hermoso vuestro equipaje ligero que os hace ágiles, seguros y fecundos en la tarea que se os confía en vuestra consagración ministerial como presbíteros y como diáconos. Es bello cuando no hay intereses mundanos en vuestro horizonte, cuando no son envidias lo que os mueve para trepar, ni las alimentáis en las comparaciones con agravios, cuando sois libres para amar y servir sin invocar condiciones de que nadie os toque y que os dejen en paz. Es así en quienes con verdad y sin trampas están dispuestos a ser verdaderos ministros del Señor que se dejan enviar por la Iglesia sin pasar factura de sus intereses, de sus prebendas, de sus años de servicio, de su posición, de su palmito público y de su prestigio social. Conozco a curas así, que se dejan la piel y entregan su vida. Son un regalo, un fraterno acicate que pone en vela y en vilo lo mejor que nos queda en el corazón a cada cual. Dios sea bendito por estos curas no enfadados siempre aunque tengas sus disgustos, no frustrados jamás aunque sepan de fracasos pastorales, que dan gracias humildemente por las cosas que con ellos hace y dice Dios, que saben pedir perdón y aprender de sus errores, que son capaces de sonreír a cielo abierto y no se esconden cuando tienen motivos para llorar. Dios sea bendito por estos curas de una pieza que están disponibles de veras, que no juegan con lo que no es de jugar, que no tienen demagogias baratas, ni citan palabras del Papa de turno para atacar a los demás mientras ellos ni las viven ni las sienten. Curas fieles sin ser serviles, sanamente críticos que jamás murmurarán, responsables de sus penúltimas palabras y acogedores sin fisura de cuanto Dios en su Iglesia pronuncia como palabra final.

Es el secreto de su alegría no fingida ni prestada, la clave de su fecundidad pastoral, la razón del bien que reparten a manos llenas, y el referente moral que sus vidas representan ante todos con una grande humanidad. Son los curas auténticamente jóvenes, tengan la edad que tengan. A esta comunidad diocesana, fraternidad apostólica verdadera, os unís en esta tarde. Es un regalo inmenso el que recibimos en vuestras personas y en el sí de vuestra fidelidad. Siempre me conmueve escuchar la consagración de los esposos: prometo amarte y serte fiel en la salud, en la enfermedad, en las alegrías, en las penas, todos los días de mi vida. ¿Dónde están contadas anticipadamente esas cuatro circunstancias? En ningún sitio. Lo único que se sabe es que se quiere a esa persona reconociendo en ella la ayuda adecuada que Dios pone en sus vidas. Ese amor es el que debe ser fiel mirando al amor de Dios con fuente y sostenimiento de la fidelidad. No de modo distinto, sino infinitamente mayor, cabe decir de vuestra consagración en esta tarde. Más que vuestra salud o enfermedad, más que vuestras penas o alegrías, está la palabra que esta tarde os hará ministros ordenados para siempre. Para siempre.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Solemnidad de Pentecostés
S.I.C.B.M. El Salvador (Oviedo)
20 mayo de 2018

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