He querido fijarme en dos conceptos para enfocar unos aspectos que no pertenecen ni pueden encajar en la liturgia, pues en ésta entran muchas realidades, pero otras, sin embargo, no tienen acomodo en el ámbito celebrativo.
La primera de ellas la he venido en denominar brevedad, y con ello me refiero al intento reductivo del tiempo de duración de una celebración. La brevedad no es mala, e incluso la Iglesia en muchos documentos relativos a la liturgia aboga porque no se prolonguen de forma llamativa e innecesaria ningún rito sacramental. Ahora bien; hay que tener un término medio entre lo que la Iglesia entiende por esto y lo que muchos quieren entender.
Por ejemplo, la Iglesia da facilidad para que el sacerdote que preside la eucaristía sea auxiliado por ministros extraordinarios de la comunión con el fin de que no se prolongue en exceso este momento, pongamos en un templo repleto de fieles, lo cual no implica que se "atropellen" los ritos o se omitan partes de éstos; o se haga, por economizar el tiempo, un "totum revolutum" con intervenciones en lugares distintos a los previstos por la propia liturgia: sede, altar, ambón, atril...
También en ocasiones, en la celebración diaria de la eucaristía, algunos sacerdotes acomodan expresiones y hacen adaptaciones de cosecha propia que pueden desdibujar el rostro bello del memorial de la Pasión, muerte y resurrección del Señor.
Cada parte de la santa misa está concebida para ser celebrada en un lugar determinado (sede, ambón, altar, atril...) por lo que cambiar ese orden establecido, aunque se haga desde la mejor de las intenciones y buscando el bien de los fieles, desvirtúa un poco el sentido litúrgico de estas ubicaciones, su simbología y significado. Hay sacerdotes recurren al ambón para todo: avisos, incoar el credo y las preces; otros hacen lo mismo pero desde el altar, justificando esto desde lo pragmático para el pueblo y el celebrante. Ello, al final, no ayuda a los fieles a saber participar dignamente en una celebración (otra cuestión que daría para otra reflexión). Simplificaciones o indicaciones excesivas, como el que "radia" un partido, desnaturalizan y a veces banalizan la grandeza de lo que se está haciendo. En algunas ocasiones el silencio puede ser el mejor aliado para la dignidad celebrativa.
De forma errónea por los acomodos antedichos, se han ido introduciendo en la liturgia pequeñas matizaciones o gestos que aunque parezcan insignificantes, inofensivos e incluso enriquecedores, no contribuyen en nada a la correcta celebración del Misterio, pues la misa no la dice el sacerdote para el público -como alguno dice- sino que la celebración es ante todo de cara a Dios.
En ningún sitio pone que el celebrante tenga que decirle al acólito ''muchas gracias'' cuando le acerca el incensario o el lavabo (y sin embargo los hay que por un encumbrado concepto de la buena educación son más fieles a ello que a las palabras de la consagración). Igualmente llama la atención empezar con el "buenos días" o "buenas tardes" antes incluso de la señal de la Cruz, cuando la Cruz ya lo dice y resume todo...
No son pocos los experimentos que buscan desmenuzar la complejidad de la misa para que los niños del catecismo la disfruten y vivan mejor; que no digo yo que sea malo e incluso catequético, pedagógico o pastoral, pero por desgracia en lo que respecta a la Sagrada Liturgia creo que ya los ha sufrido todos e incluso más. Sustituir homilías por representaciones teatrales, llenar la misa de palmadas, globos y trapecistas para ser original, aún con la mejor intención, desnaturaliza todo lo que ya está "inventado" y además es preceptivo. El Papa Francisco, nada más y nada menos, ha puntualizado recientemente que ''la Eucaristía no es un espectáculo; es ir a encontrar la pasión y la resurrección del Señor''.
Y el segundo punto: la equidad e igualdad, o el quedar bien. Esto se observa claramente en las concelebraciones donde casi nunca se cumple lo establecido y se dan situaciones atípicas y hasta pintorescas, con repartos "solidarios" de tareas por encima de lo definido y prescrito en el propio Misal. Por ejemplo en las intervenciones de los concelebrantes; a veces parece que nadie sabe lo que tiene que hacer o qué le corresponde hacer. Y en la línea, igualmente, cuando hay una única casulla y son dos los sacerdotes, "pues salimos ambos de estola y así vamos iguales". He aquí una "equidad" ramplona y fuera de lo litúrgico.
Y no digamos ya en la doxología. Aquí se vuelve a convertir lo sencillo en complicado. Si hay tres sacerdotes o más, no se trata de que nadie se quede sin hacer nada por esa "solidaridad celebrativa" y se repartan entonces en la elevación cálices, patenas y copones entre éstos y todos se apresuren a decirlo todo. Está muy claro: ''El sacerdote toma la patena con el pan consagrado y el cáliz...''
Y es que la doxología ha de ser realizada por el celebrante, auxiliado únicamente si en la misma participa un diácono, el cual mantiene el cáliz elevado hasta que el pueblo responde amén, pero, sin embargo, la participación de los sacerdotes concelebrantes en la doxología no es preceptiva sino opcional. A esto las rubricas son claras al decir: ''la pronuncia solamente el sacerdote principal y, si parece bien, juntamente con los demás concelebrantes''.
Incluso es más conveniente que cuando son concelebraciones muy numerosas se evite la participación de todos los sacerdotes porque al final se consigue justamente que el pueblo fiel se una, cuando tampoco debería hacerlo. No vivimos buenos tiempos para la liturgia, pero es muy importante su lenguaje y cuidado hasta que el Dueño de la Casa vuelva.
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