Entrevista de Iglesia de Asturias a D. Javier Elzo Imaz.
Catedrático Emérito de Sociología de la Universidad de Deusto
Su planteamiento es que una Iglesia tiene que morir para que nazca otra.
La Iglesia está viviendo lo que yo llamo el final del estado de cristiandad. Se está produciendo un cambio de fondo dentro de la estructura eclesial que también responde, en parte, al cambio que se ha producido al menos en el mundo occidental. En el estado de cristiandad la religión cristiana gobernaba y era de alguna manera una especie de Iglesia de Estado. Por varias razones está estructura está cambiando radicalmente y nos encontramos en un contexto distinto con una sociedad global y plural, en la que no está clara la distinción entre lo sagrado y lo profano. Estamos entrando en otro modelo de sociedad que exige otro modelo de Iglesia. Así apuesto por una Iglesia sinodal en donde se sepa aliar su unidad, que es fundamental, con la diversidad. La Iglesia está extendida por el planeta como nunca lo ha estado en la historia. Nunca ha sido tan católica en el sentido de tan universal como ahora, ni ha estado tan separada del poder, aunque no lo está del todo, y libre de él. Es un momento extraordinario para pensar en otro modelo de Iglesia. No creo solamente en una conversión de la Iglesia institución, sino que al mismo tiempo tiene que haber una conversión personal de cada uno de sus miembros.
¿La religión sigue teniendo cabida en la sociedad?
Hay una demanda de espiritualidad entendiéndola como la necesidad de superar la pura materialidad, la dimensión puramente física, científico técnica de la realidad. El problema es dónde encuentra la gente una respuesta a esa espiritualidad. La Iglesia tiene en ese aspecto la dificultad de llevar una mochila de veinte siglos en los que ha hecho cosas muy buenas y muy malas. Vivimos en una sociedad en la cual lo que cuenta y de lo que más se habla, en general, es de las cosas malas; por eso en ese contexto la Iglesia lo tiene complicado. Te van a recordar circunstancias negativas que son exactas, pero no el hecho de que en este momento uno de los organismos que más ayudan a la gente es Cáritas y que tenemos misioneros, y mejor muchas misioneras, que están viviendo en los sitios más complicados del mundo para ayudar a la gente. De eso se habla mucho menos. En ese contexto es en el que la Iglesia tiene que pasar por un desierto, que es en el que estamos ahora.
No hay que desesperar porque tenemos un “producto” muy bueno, como se diría en el campo mercantil. En una sociedad de la desconfianza como estamos ahora, de la queja, de la disputa permanente, en la que se potencia lo malo, la Iglesia tiene dos principios básicos: el mundo no se acaba aquí, la dimensión de la trascendencia; y el principio ético fundamental de la Iglesia que es el amor y la ayuda al más necesitado. Ese producto es extraordinario y responde a unas necesidades reales que existen en este momento en la sociedad. Mostrémoslo entonces sin prepotencia ni ocultación y dejemos que pase el tiempo.
Ha trabajado mucho con jóvenes, ¿cómo los ve dentro de la Iglesia?
El problema de los jóvenes viene de lejos. Cuando yo lo era también se hablaba de los jóvenes que se alejan, no vienen o de que las personas que iban a la iglesia eran mayores. Estuve en la preparación del sínodo en Roma y tuve ocasión de asistir durante una semana a las sesiones y realmente esos jóvenes, de todo el mundo, eran magníficos, me emocionaba oyéndoles hablar de cómo se sentían.
Los jóvenes manifiestamente necesitan una respuesta vital en su búsqueda de plenitud y de sentido y la Iglesia tiene algo que ofrecerles. Lo que ocurre es que si no lo hace no es porque no acierte en las prácticas o en las técnicas, sino porque no hay un humus cristiano en el público adulto. Pero está en el fondo esa inquietud de qué sentido tiene la vida, por qué estoy yo aquí, por qué tengo que hacer el bien y no el mal, por qué me tengo que preocupar del otro, hay algo más después de esta vida. Esa cuestiones se las plantean también los jóvenes. He hecho mucha investigación y en el marco de esos estudios siempre solía incorporar la cuestión: ¿por qué no te preguntas cómo sientes tú, que estarás más contento el lunes por la mañana según cómo te hayas comportado el viernes y el sábado? En el fondo se trata de animarles a reflexionar a ellos mismos sobre lo que hacen y así hay una apertura a otro mundo que no es solo el material. No se trata de moralina sino de hacer reflexionar. No es fácil en un mundo en el que hay miedo a pensar.
¿Son edades más difíciles para significarse en ese sentido?
No sucede solamente en ciertas edades. Decirse católico es cosa rara, la gente tiene más fácil expresar que es cristiano o que tiene cultura cristiana. No se puede entender el proceso de secularización si no se entiende previamente el de confesionalización. Esta idea la vi por primera vez escrita a un sociólogo español, Casanova, donde decía que para entender la situación de secularización de los países católicos del Sur de Europa había que comprender que habían sido países confesionalmente católicos. Prácticamente había obligación de ser católico y España además ha estado dividida desde le punto de vista religioso todo el siglo XX. Eso deja huella. En la actualidad tenemos movimientos laicistas excluyentes de lo religioso que quisieran que la dimensión religiosa se limitara al ámbito privado e individual y les da tirria que haya una capilla en la universidad o las cárceles. Es una respuesta al estado de confesionalidad que hemos vivido. Necesitamos vivir en ese pluralismo, saber que hay personas con sensibilidades distintas, el laicismo excluyente –porque hay un laicismo que es incluyente y que defiendo– en el fondo se convierte en una especie de religión política.
Su planteamiento es que una Iglesia tiene que morir para que nazca otra.
La Iglesia está viviendo lo que yo llamo el final del estado de cristiandad. Se está produciendo un cambio de fondo dentro de la estructura eclesial que también responde, en parte, al cambio que se ha producido al menos en el mundo occidental. En el estado de cristiandad la religión cristiana gobernaba y era de alguna manera una especie de Iglesia de Estado. Por varias razones está estructura está cambiando radicalmente y nos encontramos en un contexto distinto con una sociedad global y plural, en la que no está clara la distinción entre lo sagrado y lo profano. Estamos entrando en otro modelo de sociedad que exige otro modelo de Iglesia. Así apuesto por una Iglesia sinodal en donde se sepa aliar su unidad, que es fundamental, con la diversidad. La Iglesia está extendida por el planeta como nunca lo ha estado en la historia. Nunca ha sido tan católica en el sentido de tan universal como ahora, ni ha estado tan separada del poder, aunque no lo está del todo, y libre de él. Es un momento extraordinario para pensar en otro modelo de Iglesia. No creo solamente en una conversión de la Iglesia institución, sino que al mismo tiempo tiene que haber una conversión personal de cada uno de sus miembros.
¿La religión sigue teniendo cabida en la sociedad?
Hay una demanda de espiritualidad entendiéndola como la necesidad de superar la pura materialidad, la dimensión puramente física, científico técnica de la realidad. El problema es dónde encuentra la gente una respuesta a esa espiritualidad. La Iglesia tiene en ese aspecto la dificultad de llevar una mochila de veinte siglos en los que ha hecho cosas muy buenas y muy malas. Vivimos en una sociedad en la cual lo que cuenta y de lo que más se habla, en general, es de las cosas malas; por eso en ese contexto la Iglesia lo tiene complicado. Te van a recordar circunstancias negativas que son exactas, pero no el hecho de que en este momento uno de los organismos que más ayudan a la gente es Cáritas y que tenemos misioneros, y mejor muchas misioneras, que están viviendo en los sitios más complicados del mundo para ayudar a la gente. De eso se habla mucho menos. En ese contexto es en el que la Iglesia tiene que pasar por un desierto, que es en el que estamos ahora.
No hay que desesperar porque tenemos un “producto” muy bueno, como se diría en el campo mercantil. En una sociedad de la desconfianza como estamos ahora, de la queja, de la disputa permanente, en la que se potencia lo malo, la Iglesia tiene dos principios básicos: el mundo no se acaba aquí, la dimensión de la trascendencia; y el principio ético fundamental de la Iglesia que es el amor y la ayuda al más necesitado. Ese producto es extraordinario y responde a unas necesidades reales que existen en este momento en la sociedad. Mostrémoslo entonces sin prepotencia ni ocultación y dejemos que pase el tiempo.
Ha trabajado mucho con jóvenes, ¿cómo los ve dentro de la Iglesia?
El problema de los jóvenes viene de lejos. Cuando yo lo era también se hablaba de los jóvenes que se alejan, no vienen o de que las personas que iban a la iglesia eran mayores. Estuve en la preparación del sínodo en Roma y tuve ocasión de asistir durante una semana a las sesiones y realmente esos jóvenes, de todo el mundo, eran magníficos, me emocionaba oyéndoles hablar de cómo se sentían.
Los jóvenes manifiestamente necesitan una respuesta vital en su búsqueda de plenitud y de sentido y la Iglesia tiene algo que ofrecerles. Lo que ocurre es que si no lo hace no es porque no acierte en las prácticas o en las técnicas, sino porque no hay un humus cristiano en el público adulto. Pero está en el fondo esa inquietud de qué sentido tiene la vida, por qué estoy yo aquí, por qué tengo que hacer el bien y no el mal, por qué me tengo que preocupar del otro, hay algo más después de esta vida. Esa cuestiones se las plantean también los jóvenes. He hecho mucha investigación y en el marco de esos estudios siempre solía incorporar la cuestión: ¿por qué no te preguntas cómo sientes tú, que estarás más contento el lunes por la mañana según cómo te hayas comportado el viernes y el sábado? En el fondo se trata de animarles a reflexionar a ellos mismos sobre lo que hacen y así hay una apertura a otro mundo que no es solo el material. No se trata de moralina sino de hacer reflexionar. No es fácil en un mundo en el que hay miedo a pensar.
¿Son edades más difíciles para significarse en ese sentido?
No sucede solamente en ciertas edades. Decirse católico es cosa rara, la gente tiene más fácil expresar que es cristiano o que tiene cultura cristiana. No se puede entender el proceso de secularización si no se entiende previamente el de confesionalización. Esta idea la vi por primera vez escrita a un sociólogo español, Casanova, donde decía que para entender la situación de secularización de los países católicos del Sur de Europa había que comprender que habían sido países confesionalmente católicos. Prácticamente había obligación de ser católico y España además ha estado dividida desde le punto de vista religioso todo el siglo XX. Eso deja huella. En la actualidad tenemos movimientos laicistas excluyentes de lo religioso que quisieran que la dimensión religiosa se limitara al ámbito privado e individual y les da tirria que haya una capilla en la universidad o las cárceles. Es una respuesta al estado de confesionalidad que hemos vivido. Necesitamos vivir en ese pluralismo, saber que hay personas con sensibilidades distintas, el laicismo excluyente –porque hay un laicismo que es incluyente y que defiendo– en el fondo se convierte en una especie de religión política.
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