la iniciación
Todo tiene un tiempo, y hay un horario para cada cosa en el hueco donde se ponen o se quitan en el calendario de la vida. Así sucede con todo lo que tiene una cierta importancia: cuando nos llega nos felicitamos y nos empobrece cuando nos falta. Pero hay algo que, de suyo, es muy especial: el hecho de ser cristiano. No tiene edad para empezar a serlo, y a cada uno le llega esa gracia cuando la Providencia divina tiene a bien llamar a nuestra puerta. Y, es que, viviendo en nuestros lares, dábamos por descontado que eso de ser cristiano es algo que te viene dado por el mapa en el que naces, por la cultura a la que perteneces, por la transmisión familiar automáticamente.
Pero empezamos a comprobar que no todo tiene esta inercia sin más. Cambian los escenarios con el paso de los años y aparecen todas las variantes que no te permiten encasillar las cosas. Es lo que de un tiempo a esta parte venimos comprobando en las personas que piden hacerse cristianas: son adultos que por mil razones no fueron bautizados al poco de nacer, y llegando a su mayoría de edad, sencillamente piden para ellos lo que no pidieron sus padres. Y lo hacen con plena libertad, sin rencor ni resquemor por lo que sucedió años atrás. Simplemente se han encontrado de tantos modos con Cristo, y deciden hacerse cristianos pidiendo el bautismo.
Casi todos los años, en la vigilia pascual que celebro en la Catedral de Oviedo, tengo algún joven adulto, hombre o mujer, que se acerca a recibir los tres sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía. Cuando me encuentro con ellos unos días antes, vienen acompañados por sus catequistas que les han ayudado en este período de preparación con una catequesis especial para personas adultas. Y me cuentan sus vericuetos, sus preguntas, sus andanzas, hasta que se toparon con el Evangelio, con la comunidad cristiana, con Jesús el Señor, y piden su ingreso formal en la Iglesia de Cristo.
En nuestra Archidiócesis queremos dar cauce a esta creciente demanda, y acompañar debidamente a estas personas que deciden hacerse cristianas en edad adulta, estableciendo para todas ellas el llamado Catecumenado de la Iniciación Cristiana de Adultos. Está dirigido a quienes teniendo más de dieciocho años no están bautizados y desean prepararse para su ingreso en la Iglesia formando parte de la comunidad cristiana en alguna parroquia y realidad eclesial. También para quienes, habiendo recibido el bautismo en su día, abandonaron, de hecho, su proceso de crecimiento cristiano y desean completarlo con esa iniciación cristiana que les permite acceder a los otros sacramentos que les faltan para ello.
La vida cristiana no es algo que expresa socialmente la pertenencia a la Iglesia nada más, cuando se reciben algunos sacramentos (por ejemplo, el del matrimonio), o cuando se actúa como padrinos o madrinas en los diferentes procesos sacramentales. La vida cristiana está llamada a abrazar toda la existencia, para mirar las cosas desde los ojos de Dios y los de su Iglesia, para dejarse mirar por ellos e ir conformando nuestra vida en la sabiduría del Evangelio que nos identifica humana, religiosa y culturalmente.
Ya que el hecho de ser cristiano es cada vez más una decisión libre y no tanto una inercia costumbrista, es bueno que estas personas que así dan el paso sean al mismo tiempo un reclamo y un testimonio para quienes ya recibimos los distintos sacramentos en su momento y en su día, pero que necesitamos volver a estrenar con renovado empeño y agradecida ilusión, el regalo que significa ser discípulos de Cristo.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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