Alguno pensará al leer este título que voy a dedicar una especie de recesión al nuevo libro del periodista Antonio Aradilla, pero en absoluto. Como me dijo hace ya muchos años un sabio sacerdote ''la vida es muy corta para perder el tiempo en leer tonterías con la cantidad de cosas serias que nos quedan por saber''. Dicho esto, quisiera reflexionar sobre el choque entre ciertas realidades y en lo que en mi opinión consistirá ese cambio (si se puede llamar cambio) a nivel de Iglesia en los años venideros.
Hay grupos desde dentro que quieren "dinamitar" el modelo actual de Iglesia, como si en ello o por ello, estuviera garantizado del éxito de una Iglesia mejor. Es cierto -y yo lo comparto- que hay mucho que mejorar, pero de ahí a considerar que todo está mal y que hay que empezar de cero en todo, hay un mundo.
Siguen existiendo teorías peregrinas de transformación tipo ONG social, que ya harto olvidadas no producen más que preocupación ante el temor de volver a caer en esos errores repetidos de lo que parecíamos ya escarmentados: Que mantener la forma clásica del sacramento de la penitencia está de más; que si hay que eliminar el concepto de parroquia y crear comunidades que abarquen territorios amplios con equipos sacerdotales; que si el problema de las vocaciones religiosas es el hábito que echa para atrás...
En estos momentos, aún se vive pastoralmente en la Iglesia española la prolongación de la agonía de una muerte que va llegando para unos y entre el cambio de mentalidad para otros. Se van "estirando" nombramientos, ampliando unidades pastorales, retrasando las jubilaciones... y todo con el buen deseo de mantener un organigrama que si hace diez años costaba mantener, hoy se ha vuelto insostenible. Y los hay que no entienden esa realidad y se resisten, y los que piensan solucionarlo rompiendo con todo.
Se cierran comunidades religiosas, se unifican arciprestazgos, se funden parroquias de ciudad... y así en un vivir al día, se va buscando de todas las formas posibles que el alimento del pan y la palabra llegue a tantos que lo necesitan. La pregunta es ¿cuando tanto tiempo lleva ya atender las comunidades que necesitan de Dios y de dónde sacar además tiempo para ir a buscar a los que no le conocen?, superando pesimismos, cansancios, ancianidades, enfermedades y a misma muerte...
El obispo de Vitoria en la despedida de las Hermanitas de los Pobres de dicha ciudad -cuya marcha produjo una gran conmoción en la localidad- dejó entrever una reflexión el trasfondo de esta realidad. Decía Monseñor Elizalde lo siguiente: ''La marcha de las Hermanitas ha destapado la Caja de Pandora. No sé si se han desatado todos los vientos, peo sí creo que en algunas cabezas ha podido sonar el aldabonazo de la escasez de vocaciones. No es un fenómeno nuevo y en la Iglesia llevamos décadas de sequía vocacional(...).Pero tengo la sensación de que aún nos queda mucho para perder. Nos queda mucho para tener verdadera hambre de personas consagradas y de hombres y mujeres que vivan su vida desde la vocación. Nos queda mucho para igualar a quienes son capaces de recorrer kilómetros y kilómetros para acudir a una catequesis y a una misa; nos queda mucho aún para sentir que dar una parte de nuestro tiempo para la formación cristiana o para colaborar en la formación cristiana forma parte de nuestro ADN''.
¿Está todo perdido? Pienso que absoluto; únicamente es una llamada a despertar del letargo, toca enterrar un estilo que se acaba -aunque algunos lo vistan de primavera artificial- y esperar ilusionados por esa Iglesia que continúa, que mejora, que ya no es de mantenimiento sino evangelización. Ojalá podamos decir con el profeta:
“Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43, 19).
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