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miércoles, 28 de febrero de 2018
Carta abierta ante el nombramiento de Cronista Oficial de Lugones
Estimado Jose Antonio:
Aunque aún hablamos recientemente para compartir detalles de nuestra historia local y parroquial, hoy queremos desde aquí mostrarte la felicitación y el agradecimiento por tu labor. Felicitación por el nombramiento como Cronista Oficial de Lugones -el primero de toda su historia- que en concordancia con refranero (que a tí tanto te gusta) ¡mejor tarde, que nunca!.
La felicitación, absolutamente merecida, se extiende también al propio Lugones de tus amores, pues por pequeño que parezca este gesto, el hecho de que la Corporación Municipal tenga esta deferencia contigo (cuando el municipio ya tiene un cronista oficial) evidencia que Lugones también pinta algo en el mapa de Siero, y que de los muchos conocedores y amantes del pasado y presente de esta localidad tú has sido el más pionero en su promoción y difusión.
También quiero incluir mi agradecimiento personal, pues desde que llegué como párroco nunca me faltó por tu parte apoyo, colaboración y reconocimiento; aun siendo cada uno hijo de su tiempo y circunstancias, y teniendo -¡bendito sea Dios-! diferentes formas de pensamiento, pero con el denominador común -cada uno en su campo- del servicio a la gente, que también es plural.
En la Parroquia siempre tuvimos muy claro dónde teníamos que acudir para cualquier información de Lugones, y a nuestra manera también quisimos sumarnos a ese deseo de tener a nuestro cronista como "oficial". Por ello, igualmente, quisimos que fueras tú y no otro quién abriera el acto de presentación de los 75 años de los inicios de construcción del templo parroquial, así como que el primer Pregón Oficial de la Semana Santa de Lugones estuviese a tu cargo.
Imagino que no es fácil ser cronista y más en una sociedad donde no es fácil ser nada, y donde todo el mundo quiere salir en la foto. Pero precisamente porque yo sé que tú eres de los que disfruta más viendo desde el balcón algo que mejora que con cumplidos, agasajos, premios o reconocimientos, hago mías tus propias palabras: ''La causa principal de la insatisfacción interior es el egoísmo; quien se jacta de su valía ante el prójimo presenta las credenciales de su inferioridad. Y es una gran verdad que la soberbia es un intento de convencer a los otros de que somos lo que nunca fuimos''.
Esperamos que nos sigas ilustrando y enriqueciendo con tu saber, conocimientos y reflexiones; y si cabe -como hacemos también los curas- con la denuncia que busca la enmienda y el mejor camino. Y como a cualquier sabio sé que te gustan las citas de Aristóteles, remarco: ''La historia cuenta lo que sucedió; la poesía lo que debía suceder''. Y, -esto lo digo yo- un buen cronista como tú ha de ser la esencia inteligente de ambas... Ojalá pudieran conocer todos pronto desde tus crónicas que en Lugones somos "un pueblo ejemplar''.
En nombre de la Parroquia y en el propio: ¡enhorabuena y gracias!
Joaquín, Párroco
martes, 27 de febrero de 2018
El arco esgonzado o la gran singularidad entre los arcos catedralicios
Por D. Agustín Hevia Ballina
Sitúate conmigo en la primera arcada del pórtico de nuestra Catedral, como si fueras a adentrarte en el recinto sacro. Ten un recuerdo para Gil de Ontañón, el arquitecto que planeó el magnífico porche que da acceso. Todo normal en las estructuras arquitectónicas del espacio que habría servido, para realzar los basamentos de lo que habría sido la segunda torre de la Catedral. Ahora quiero que mires a tu izquierda. ¿Qué ves? Nada aparentemente anormal: un arco ojival simétrico con el que está enfrente y se abre a la calle de Santa Ana. Fíjate mejor: el arco parece igual, pero no lo es. Es como si una mano gigantesca le hubiera dado un retorcimiento y lo hubiera dejado desgonzado o esgonzado. Si fuera una puerta, dirías que la han arrancado de sus goznes, que la han desgoznado o desgonzado, que en nuestro bable dirías “esgonciau”. Te produce una sensación de tambaleo, de desazón que surge de la asimetría. Vuelves a contemplarlo y las ojivas cobran un sentido direccional que no es posible descubrir en lo otros arcos ojivales que tienes a tu alrededor. Como si el arquitecto hubiera querido introducir un elemento de desconcierto: esa arcada ojival no es como las otras. Es peculiar.
Se dan interpretaciones variadas a esa forma asimétrica, que adoptó el arquitecto: para unos es un simple juego de habilidad y dominio de la técnica de la arquitectura, que domina bien, postura más que atractiva. Hay quien dice que es una forma en esgonce, que orientaría la dirección del que salía del templo catedralicio para emprender la ruta del Camino de Santiago. Otros dirán que tiene funcionalidades de jugar con las corrientes de aire, bien para evitarlas o para orientarlas oportunamente. Seguramente es posible orientar hacia otros derroteros.
Trato de buscar algún ejemplo de parecida habilidad o juego arquitectónico. ¿Por qué el arquitecto de la iglesia del Giesú de Roma, en vez de construir tres cúpulas, con apoyo de la arquitectura, recurrió a una bóveda plana, completando con el efecto de la pintura y la perspectiva el efecto óptico que habría proporcionado la arquitectura?
¿Por qué el del Panteón, destinado a glorificar a Agripa, dejó abierta la cúpula casi plana? En la Catedral de Oviedo, los avilesinos Menéndez Camina habían planeado una solución similar para la cúpula de la capilla de Santa Eulalia –funeraria, como el Panteón romano–, pero hubieron de desistir de su idea, dada la adversa climatología de Asturias.
En nuestro caso, ¿fue afán de singularidad ese arco en esgonce? No lo creo. ¿Quizá para forzar la atención, dejando una sensación desconcertante en quien entra o sale del templo, como una marca de la habilidad técnica del arquitecto? ¿Mero efecto estético? La simetría es uno de los elementos de la arquitectura. Las asimetrías, por el contrario, ¿pueden convertirse en elemento enriquecedor de las estéticas del edificio? ¿Una arcada en ojiva para quien llega al templo por la ruta jacobea y otra simétrica, sí, pero disimétrica a la vez, para quien tiene voluntad de continuar hacia Santiago después de cumplimentar al Señor? También tú, después de esta reflexión, eres libre para formular tu hipótesis de ese arco en esgonce tan marcado.
lunes, 26 de febrero de 2018
La gracia de ser cura de pueblo. Por Jorge González Guadalix
Aunque siempre escribo para todos, hoy me van a permitir que lo haga pensando de manera especial en los sacerdotes, y especialísimamente en los compañeros que, como un servidor, ejercemos el ministerio en el mundo rural. No es nada fácil.
No son pocos los sacerdotes que viven o sienten la pastoral rural, la que llevamos a cabo en pueblos, demasiadas veces mínimos, como algo que hay que hacer, pero sin ilusión, sin esperanza, sin demasiadas ganas de sacarlo adelante. Es decir, me tocó, pues nada, a hacer lo que se pueda. Los hay que se acostumbran incluso a vivir así, y los hay locos por largarse a una parroquia mayor. Tampoco todos comprenden el ministerio de un sacerdote en pueblos diminutos y se preguntan si no sería suficiente con mandar a alguien alguna vez.
Fui párroco rural de dos parroquias de tamaño mediano, y ahora el Señor me ha concedido vivir y trabajar en tres pueblitos que, entre los cuales no llegan a cuatrocientos habitantes. ¿Merece la pena? No solo merece la pena, sino que es una gracia de Dios.
El sacerdote de pueblo, de pueblos, es sacerdote de todos y de todo. Cuántas veces en las grandes parroquias el cura acaba especializado en un ámbito de la pastoral: los jóvenes los lleva mi compañero, los bautizos los prepara D. Fulano y para liturgia hablar con sor Veremunda. El cura de pueblo hace de todo: es el que casa y bautiza, atiende a los cuatro de catequesis, está con los jóvenes, si los tiene, visita mucho, eso sí, a los ancianos, auxilia a los moribundos, entierra. El cura de pueblo está en la fiesta patronal, y el día de los santos. El cura de pueblo reteja, barre, ordena el archivo y hace sus cuentas para estirar hasta el infinito los tres euros con cincuenta de la colecta del domingo.
El cura de pueblo tiene la gracia de conocer a las familias, saber quienes son los nietos, los tíos.
El cura de pueblo tiene el privilegio de haber sido enviado a atender a los pobres, a los débiles, acompañar a los solos, vivir una iglesia tan en salida, tan humilde, que no tendrá nadie muchas veces ni para escuchar “y con tu epíritu”. Sacerdote de todo y de todos, que conoce a todos, que sirve a los que se van quedando sin servicios de ningún tipo.
El cura de pueblo tiene la inmensa suerte de vivir de una manera muy especial la fraternidad sacerdotal. En las ciudades los sacerdotes nos vemos o no. En los pueblos, tenemos que vernos, ayudarnos, compartir. Nos hacemos más hermanos sacerdotes.
Ser cura de pueblo supone partir de una gratitud inmensa a Dios que nos regala ese enorme privilegio. Gracias Dios mío porque me has regalado naturaleza, calor humano, cercanía, gente necesitada.
Me van a permitir mis lectores y mis compañeros algunas ideas para vivir con gozo ese ser cura rural de pueblos mínimos donde parece que nada tiene sentido.
Quizá la primera es reconocer la responsabilidad de los mismos sacerdotes, de la Iglesia, en esta aparente frialdad que se pudiera notar en nuestros pueblos. Pueblos había “de castigo”, donde siempre acababan recalando los curas más díscolos. ¿Qué podemos esperar ahora? Y también tenemos que purgar nuestros pecados sesentayocheros cuando alegremente, porque sí, muchos pueblos fueron despojados de sus tradiciones para encontrar a cambio nada. Ahí estamos. Añado el poco cuidado con los bienes de la iglesia ¿dónde irían a parar aquellos candelabros de plata?, aunque tuvieran que venderse para evitar la ruina del campanario.
La pastoral rural es la pastoral de la gracia y el optimismo. Pastoral de gracia porque todo nos tiene que venir de Dios. Una pastoral que tendremos que hacer los curas sobre todo rezando, pidiendo a Dios, invitando a rezar. El principal ministerio del cura de pueblo es rezar y celebrar, sobre todo, pensando no en si viene gente o no, sino en la fuerza que viene de Dios.
Y es la pastoral del optimismo, del que se alegra porque hoy vino una persona a misa, porque ayer atendió a un enfermo y le pudo ayudar a bien morir, porque ha podido hablar con alguien remiso. Optimismo porque uno cree que es posible una apertura a la gracia de Dios, está convencido de ello, y no deja de tocar el último hilito por conseguir un alma para Cristo. Es la pastoral que pasa del “solo vienen dos” al “hoy ya han venido dos”. A ver qué se me ocurre para que acuda el tercero, mejor la tercera.
Para acabar, no me miren la pastoral rural desde la eficacia empresarial. Sí, eso de un cura trabajando en Madrid, en otra parroquia, en el obispado, estudiante, y que los fines de semana, o en los entierros, se desplaza. Fundamental vivir en el pueblo. El párroco rural no va a atender a los pueblos, vive en ellos, es uno más. Vive en el pueblo, pero no es del pueblo. Está como todos, pero es un hombre de Dios. Y da gracias por la oportunidad de servir, aunque los frutos inmediatos estén cocinados con la harina de la ingratitud.
Hermanos curas de pueblo: qué suerte tenemos.
No son pocos los sacerdotes que viven o sienten la pastoral rural, la que llevamos a cabo en pueblos, demasiadas veces mínimos, como algo que hay que hacer, pero sin ilusión, sin esperanza, sin demasiadas ganas de sacarlo adelante. Es decir, me tocó, pues nada, a hacer lo que se pueda. Los hay que se acostumbran incluso a vivir así, y los hay locos por largarse a una parroquia mayor. Tampoco todos comprenden el ministerio de un sacerdote en pueblos diminutos y se preguntan si no sería suficiente con mandar a alguien alguna vez.
Fui párroco rural de dos parroquias de tamaño mediano, y ahora el Señor me ha concedido vivir y trabajar en tres pueblitos que, entre los cuales no llegan a cuatrocientos habitantes. ¿Merece la pena? No solo merece la pena, sino que es una gracia de Dios.
El sacerdote de pueblo, de pueblos, es sacerdote de todos y de todo. Cuántas veces en las grandes parroquias el cura acaba especializado en un ámbito de la pastoral: los jóvenes los lleva mi compañero, los bautizos los prepara D. Fulano y para liturgia hablar con sor Veremunda. El cura de pueblo hace de todo: es el que casa y bautiza, atiende a los cuatro de catequesis, está con los jóvenes, si los tiene, visita mucho, eso sí, a los ancianos, auxilia a los moribundos, entierra. El cura de pueblo está en la fiesta patronal, y el día de los santos. El cura de pueblo reteja, barre, ordena el archivo y hace sus cuentas para estirar hasta el infinito los tres euros con cincuenta de la colecta del domingo.
El cura de pueblo tiene la gracia de conocer a las familias, saber quienes son los nietos, los tíos.
El cura de pueblo tiene el privilegio de haber sido enviado a atender a los pobres, a los débiles, acompañar a los solos, vivir una iglesia tan en salida, tan humilde, que no tendrá nadie muchas veces ni para escuchar “y con tu epíritu”. Sacerdote de todo y de todos, que conoce a todos, que sirve a los que se van quedando sin servicios de ningún tipo.
El cura de pueblo tiene la inmensa suerte de vivir de una manera muy especial la fraternidad sacerdotal. En las ciudades los sacerdotes nos vemos o no. En los pueblos, tenemos que vernos, ayudarnos, compartir. Nos hacemos más hermanos sacerdotes.
Ser cura de pueblo supone partir de una gratitud inmensa a Dios que nos regala ese enorme privilegio. Gracias Dios mío porque me has regalado naturaleza, calor humano, cercanía, gente necesitada.
Me van a permitir mis lectores y mis compañeros algunas ideas para vivir con gozo ese ser cura rural de pueblos mínimos donde parece que nada tiene sentido.
Quizá la primera es reconocer la responsabilidad de los mismos sacerdotes, de la Iglesia, en esta aparente frialdad que se pudiera notar en nuestros pueblos. Pueblos había “de castigo”, donde siempre acababan recalando los curas más díscolos. ¿Qué podemos esperar ahora? Y también tenemos que purgar nuestros pecados sesentayocheros cuando alegremente, porque sí, muchos pueblos fueron despojados de sus tradiciones para encontrar a cambio nada. Ahí estamos. Añado el poco cuidado con los bienes de la iglesia ¿dónde irían a parar aquellos candelabros de plata?, aunque tuvieran que venderse para evitar la ruina del campanario.
La pastoral rural es la pastoral de la gracia y el optimismo. Pastoral de gracia porque todo nos tiene que venir de Dios. Una pastoral que tendremos que hacer los curas sobre todo rezando, pidiendo a Dios, invitando a rezar. El principal ministerio del cura de pueblo es rezar y celebrar, sobre todo, pensando no en si viene gente o no, sino en la fuerza que viene de Dios.
Y es la pastoral del optimismo, del que se alegra porque hoy vino una persona a misa, porque ayer atendió a un enfermo y le pudo ayudar a bien morir, porque ha podido hablar con alguien remiso. Optimismo porque uno cree que es posible una apertura a la gracia de Dios, está convencido de ello, y no deja de tocar el último hilito por conseguir un alma para Cristo. Es la pastoral que pasa del “solo vienen dos” al “hoy ya han venido dos”. A ver qué se me ocurre para que acuda el tercero, mejor la tercera.
Para acabar, no me miren la pastoral rural desde la eficacia empresarial. Sí, eso de un cura trabajando en Madrid, en otra parroquia, en el obispado, estudiante, y que los fines de semana, o en los entierros, se desplaza. Fundamental vivir en el pueblo. El párroco rural no va a atender a los pueblos, vive en ellos, es uno más. Vive en el pueblo, pero no es del pueblo. Está como todos, pero es un hombre de Dios. Y da gracias por la oportunidad de servir, aunque los frutos inmediatos estén cocinados con la harina de la ingratitud.
Hermanos curas de pueblo: qué suerte tenemos.
Las iglesias cristianas cierran el Santo Sepulcro como protesta frente a las autoridades israelíes
(Rel.)
Cientos de miles de peregrinos acuden cada año a Tierra Santa a visitar los santos lugares del cristianismo donde Cristo nació, vivió y murió, tierra en la que la Iglesia nació. Miles de iglesias de distintas confesiones, católicas, ortodoxas griegas, armenias, coptas, siríacas y un largo etcétera custodian estas tierras y el legado de la fe. Y por encima de todas destaca la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén.Venciendo históricas diferencias y conflictos, los líderes cristianos de Tierra Santa han protagonizado una “medida sin precedentes” y unidos han procedido a cerrar el Santo Sepulcro como protesta contra el acoso que están recibiendo por dos vías. Por un lado por parte del Ayuntamiento de Jerusalén y sus “cobros escandalosos” que pide a las iglesias cristianas y por otro por una ley de expropiación que se discute en el Parlamento de Israel y que “parece ser un intento de debilitar la presencia cristiana”.
Un hecho sin precedentes
De este modo, tras desalojar de fieles y turistas el Santo Sepulcro y de cerrar sus puertas comparecieron juntos frente a la basílñica el custodio de Tierra Santa, el franciscano Francesco Patton; el patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén, Theophilos III; y el patriarca armenio de Jerusalén, Nourhan Manougian. Ambas son las tres confesiones que más propiedades eclesiásticas tienen en Tierra Santa y son los que comparten la administración en el Santo Sepulcro.
Un proyecto de ley "discriminatorio y racista"
Un proyecto de ley "discriminatorio y racista"
En un comunicado conjunto leído por el patriarca griego, los tres líderes cristianos han denunciado “la campaña sistemática de abusos contra las iglesias y los cristianos” que, en su opinión, “ha alcanzado su punto álgido ya que se está promoviendo un proyecto de ley discriminatorio y racista que apunta únicamente a las propiedades de la comunidad cristiana en Tierra Santa”.
Se trata de un proyecto de ley que será aprobado por el Parlamento israelí y que permitiría al gobierno la expropiación de terrenos tanto a la Iglesia Católica como ortodoxa. “Este aborrecible proyecto de ley está listo para avanzar hoy en una reunión de un comité ministerial que, de aprobarse, haría posible la expropiación de las tierras de las iglesias.Esto nos recuerda todas las leyes de naturaleza similar que se promulgaron contra los judíos durante los periodos oscuros en Europa”.
El otro punto de conflicto tiene que ver con el Ayuntamiento de Jerusalén por sus amenazas con “avisos de cobro escandalosos y órdenes de confiscación” por unas supuestas “deudas de impuestos municipales punitivos”.
Los firmantes aseguran que “esta campaña sistemática y ofensiva” viola “los acuerdos existentes y las obligaciones internacionales que garantizan los derechos y los privilegios de las iglesias, en lo que parece ser un intento de debilitar la presencia cristiana en Jerusalén”.
Avisaron de que “las mayores víctimas en esto son aquellas familias empobrecidas que se quedarán sin alimentos y vivienda, así como los niños que no podrán asistir a la escuela”.
Por tanto, como protesta por estas dos polémicas “decidimos tomar este paso de clausura sin precedentes de la Iglesia del Santo Sepulcro” y cuya idea es no abrirla “hasta que se solucione el problema”.
domingo, 25 de febrero de 2018
Evangelio Domingo II de Cuaresma
Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,2-10):
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».
Palabra del Señor
sábado, 24 de febrero de 2018
''Curas obreros''. Por Rodrigo Huerta Migoya
Es un tema del que he leído mucho, pues sin duda para entender la historia contemporánea de buena parte de la Iglesia del siglo XX es una cuestión imprescindible. Sin embargo, a la hora de contar los hechos hay que relatarlos de principio a fin, y el final, en el caso de los llamados curas obreros, se suele omitir porque esencialmente aquel experimento fue un calamitoso desastre que no aportó nada nuevo ni relevante al ministerio de los presbíteros.
Mucho se ha deformado el término ''curas obreros'' al englobar genéricamente en éstos a los sacerdotes de corte liberal, progresista, moderno, aperturista... pero sin ser sinónimo, ni parecido.
Recientemente me encontré en Gijón un cartel (que adjunto aquí) que anunciaba la presentación de una colección de biografías de religiosos bajo el título ''CURAS OBREROS, en el antifranquismo gijonés''; y todo ello bajo una imagen en color sepia de la fachada de la Iglesia de San José. Imagino que se deberá a esa fama que se le dió a la Parroquia por los famosos encierros y demás, pero lo que se dice "curas obreros" en ella, que me conste no hubo ninguno llamativo que digamos. Personalmente, considero un craso error haber elegido esa fotografía, pues un buen gijonés conocedor de su historia y que se precie, sabrá que la fachada de ese templo de "antifranquista" tiene poco, cuando fue el entonces sacerdote, Don Segundo de Sierra y Méndez (años después Arzobispo de Burgos) y el arquitecto Enrique Rodríguez Bustelo (dos "fachas" de tomo y lomo, como dicen algunos) los que sacaron adelante el templo y esa hermosa fachada que hoy se puede ver bajo el lema del "antifranquismo". Si hubieran puesto otra más acorde con dicho pensamiento hubiera sido más acertado, sin lugar a dudas. Luego ya, ni qué decir tiene, qué pintará ese antifranquismo gijonés con las biografías de un sacerdote diocesano de Guadalajara, un jesuita madrileño y un maño asentado en Madrid.
Realmente los curas obreros, en líneas muy generales, han aportado a la Iglesia una estela a tener muy presente, ante todo en la garantía de que ese camino no ha sido un referente, pues las cifras y resultados hablan por sí solos. Ahora bien, sí que hubo buenos curas obreros que cumplieron una línea auténtica de su sentido sin "politizarse", aunque en Asturias y en España son mínimos los que cumplieron con ese prisma de origen francés y que nació entremezclado con el espíritu de Mayo de 1968. Ese ser ministro de Dios, renunciando al sueldo de la diócesis para ganarlo con el sudor de su frente, sin abandonar el ejercicio del ministerio sacerdotal pleno, renunciando al acomodo propio en pos de la ayuda a los necesitados.
Cura obrero fue por ejemplo Don Tirso Suárez, que sin dejar de celebrar misa a diario trabajó de electricista, y con apenas unas pesetas en el bolso vivió en la obediencia a la Iglesia sin por ello renegar de sus ideas o forma de ser. Una vez jubilado, se puso en manos de la diócesis para colaborar donde hiciera falta y así seguir arrimando el hombro. De él si se puede decir que fue un cura obrero; no ocurrió lo mismo con otros que llevaron más fama por sus populismos mediatizados.
Muy pronto surgirían problemas de todo tipo en la opción de estos sacerdotes: la primera fue que las ocupaciones laborales empujaron a reducir su vida ministerial únicamente al domingo. La segunda fue el convencimiento de que a esa vida laboral debía de ir acompañada una vida familiar, al igual que sus compañeros de jornal, lo que formó parte de la llamada "desbandada de secularizaciones" en los años setenta y ochenta. Pero el tercer gran problema vino por la cuestión monetaria. La evidencia de una infinita mejor nómina y jubilación de "la empresa" -frente a la ínfima de la diócesis- llevó a muchos a olvidar la pobreza y acabaron por convertirse en acomodados y casi burgueses jubilados, con su piso en el centro de Oviedo o Gijón, su coche de última gama y un tren de vida muy por encima del clero medio y "trabajador", a pesar de ser estos "obreros".
Cura proletarios y obreros pero con visa oro, vacaciones en las islas Fiyi y "Mercedes" como transporte; paternalistas y moralistas con los demás y parternizados en lo biológico, los cuales en no pocos casos, fueron el ejemplo dejado. Molesta mucho que aún haya "cantamañanas" por ahí que salgan cada dos por tres con estos cuentos que ya son "del abuelo cebolleta", pero que en los últimos cuarenta años no han parado de vendernos sus mil y un aventuras, memorias, cartas, exhortaciones casi episcopales, declaraciones, panfletos y demás chorradas en una sociedad (también la "religiosa") "tragatodo", de la que ya auguró Julián Marías que llegaría a cambiar "la exaltación de la excelencia por la exaltación de la mediocridad y la cutrez".
Entre los que aplauden la iniciativa aludida en el cartel, están los de la izquierda de siempre, casposa y nostálgica de sus hazañas con la Iglesia; es decir, el mismo Grupo que en septiembre de 2017 pidió que se vigilaran y revisaran las inmatriculaciones de la Iglesia Católica en el municipio de Gijón, se le cobrara el IBI y se terminara con sus "privilegios". Está claro que en esta historia hay algunos con pocas luces: ¿O los curas y cristianos con "Síndrome de Estocolmo" o una izquierda que pretende ser amiga de su "Sparring" de toda la vida?.
Me pregunto yo ¿cuándo se hará memoria de los curas obreros de verdad? Sí; de esos a los que les ha tocado levantar las parroquias que otros dejaron arrasadas -después de dejar el ajedrez vacío, claro está-. Aquellos sacerdotes que en silencio trabajaron como hormiguitas y que nunca aspiraron a nada sino a servir a Dios, y que tampoco se jubilaron con 3.000€ mensuales. Esos que dieron no sólo su sudor sino hasta su sangre... esos curas que sin panfletos ni excentricidades edificaron, sirvieron y construyeron el Reino de Cristo entre obreros, ganaderos, mineros y "caleyes". Cuántas gracias hay que darle a Dios por aquellos que se mantuvieron fieles cuando las modas postconciliares hicieron estragos. Cuando algunos nos trataban de vender "atajos" para llegar a Dios sin confesionario, sin vestimentas, sin identidad ni identificación, sin reglas... a la carta gourmet, creyendo así que les seguirían multitudes... Lo único que consiguieron fue dejar iglesias vacías y escándalos entre los muchos fieles que al final se fueron para casa.
Advertía Jesús que había que saber distinguir, pues: ''el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otro lado, ése es un ladrón y un bandido; pero el que entra por la puerta, ése es el pastor de las ovejas'' (Jn 10,1-2).
Ojalá nuestra sociedad -los fieles lo tienen bastante claro en líneas generales- sepa valorar y devolver al lugar que se merecen no solo a los que pusieron ladrillos para un mundo que se queda aquí, sino a tantos presbíteros que pusieron los ladrillos de Reino; los que no se ven y que al igual que el Rosario, levantaron una escalera para llevar al cielo a tantas almas buenas.
CONTEMPLACIÓN Y COMPROMISO. Por José María Martín OSA
La prueba nos hace más fuertes. Aprendemos cómo triunfar cuando somos probados. Necesitamos obedecer a Dios. La orden de sacrificar a su hijo debe haber sido incomprensible y extremadamente traumática para Abraham. Y durante los tres días que duró el viaje hacia el lugar que Dios le había indicado seguro que aumentaba su dolor. En nuestro caminar hacia la montaña de la prueba, los días se hacen más largos, caóticos e insostenibles. Aunque no comprendamos lo que está sucediendo, y aunque nos duela, debemos obedecer. Para triunfar cuando somos probados, necesitamos confiar en Dios. Al tercer día de viaje, Abraham “Alzo sus ojos y divisó el lugar de lejos” A pesar de todo, tuvo confianza. Los tres días implican la prolongación de la prueba, pero también una obediencia y una confianza sostenida. Así debemos confiar nosotros alzando los ojos de la fe y divisar de lejos el propósito de Dios, debemos creer que nos ama y todas las cosas nos ayudan a bien, esto es a los que conforme a sus propósitos somos llamados. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Aprendemos que las pruebas tienen una salida de parte de Dios. Dios proveerá, fue un lema de toda la vida de este patriarca Abraham, y desde entonces lo ha sido en la vida de muchos cristianos en el mundo.
¡Escuchadlo! Superada la prueba del desierto, Jesús asciende a lo alto de una montaña para orar. Es éste un lugar donde se produce el encuentro con la divinidad: "su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos". El rostro iluminado refleja la presencia de Dios. Algunos rostros dan a veces signos de esta iluminación, son un reflejo de Dios. Son personas llenas de espiritualidad, que llevan a Dios dentro de sí y lo reflejan a los demás. Jesús no subió al monte solo. Le acompañaban Pedro, Juan y Santiago, los mismos que están con él en el momento de la agonía de Getsemaní. Sólo aceptando la humillación de la cruz se puede llegar a la glorificación. En las dos ocasiones los apóstoles estaban "cargados de sueño". Este sueño simboliza nuestra pobre condición humana aferrada a las cosas terrenas, e incapaz de ver nuestra condición gloriosa: estamos ciegos ante la grandeza y la bondad de Dios, no nos damos cuenta de la inmensidad de su amor. Tenemos que despertar para poder ver la gloria de Dios, que es "nuestra luz y nuestra salvación" (Salmo Responsorial). Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, representantes de la Ley y los Profetas. Jesús está en continuidad con ellos, pero superándolos, dándoles la plenitud que ellos mismos desconocen, pues Él es el Hijo de Dios, el elegido. ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante esta manifestación de la divinidad de Jesús? La voz que sale de la nube nos lo dice: ¡Escuchadlo!
Bajar al llano. Nuestra actitud tiende a ser el quedarse en la cima de la montaña contemplando el espectáculo que significa el descenso de Dios, por eso Pedro propone hacer tres tiendas: “¡Qué bueno es estar aquí! El discípulo que llega a la cima del monte debe también aprender a bajar de ella para bien de sus hermanos, así lo hizo Moisés cuando recibió las tablas de la Ley, y así lo hicieron los discípulos del Señor después de su Transfiguración, porque es necesario contar a los hermanos la gloria de Dios que se ha visto en la cima del monte, para que sean muchos más los que se atrevan a escalar hasta la cima para contemplar a Dios. Simbólicamente Jesucristo se transfiguró en presencia de sus discípulos. Pero hoy el Señor sigue transfigurándose para nosotros. Cada vez que asistimos a la Eucaristía revivimos el prodigio de la presencia de Dios, que desciende a la cima del monte y a quien nosotros podemos contemplar. Pero la Eucaristía no termina en el templo, hemos de salir al mundo para anunciar a todos lo que hemos contemplado. La Eucaristía es contemplación y compromiso. El Papa Francisco nos recuerda en su mensaje para esta Cuaresma cuál debe ser nuestra actitud:
“Cada uno de nosotros está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de los falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien”.
viernes, 23 de febrero de 2018
Orar con el Salmo del Día
R/. Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
V/. Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
V/. Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes temor.
V/. Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora.
V/. Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y el redimirá a Israel
de todos sus delitos.
jueves, 22 de febrero de 2018
Necrológica
Ha fallecido el Rvdo. Sr. D. Luis González Morán (diocesano de Astorga)
Nació el 21 de septiembre de 1935 en Barrios de Luna (entonces diócesis de Oviedo). De familia hondamente cristiana. Hubo dos sacerdotes más en la familia, su hermano D. Ángel, que fue capellán castrense, y su tío Don Bernardo, que fue Capellán de las Escuelas del Ave María de Villalegre de Avilés. También de su familia era el prelado Don Luis Alonso Muñoyerro (primo hermano de su padre) que fue el Vicario general Castrense -Arzobispo de Sión-.
Inició sus estudios en los Agustinos de León. En 1945 ingresó en el Seminario- Universidad Pontificia de Comillas (Cantabria). Recibió la ordenación sacerdotal el 13 de abril de 1958 de manos de Monseñor Muñoyerro en la Capilla Mayor del Seminario de Comillas, como diocesano de León.
Visto su excelente expediente académico, fue enviado a cursar Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Se doctora en Sagrada Escritura con la tesis sobre ''El concepto de carne en San Juan, el logos sarx egeneto, la palabra se hizo carne''.
De regreso a España es nombrado Formador del Seminario Menor Diocesano de León (1961- 1963)
Oposita y obtiene la canonjía cómo "lectoral" de la catedral de Astorga en cuya diócesis se incardina y a la cual perteneció hasta la fecha. Fue canónigo de esta Catedral y profesor del Seminario Diocesano de Astorga entre 1965 a 1968.
En 1968 oposita al Vicariato Castrense donde ejerció su ministerio como:
Capellán de la Base Antiaérea de Gavà - Barcelona (1968-1969)
Capellán del Cuartel de la Policía Nacional en Buenavista-Oviedo (1969-2000)
En Asturias obtiene la licenciatura en Derecho en 1975 con premio extraordinario, ejerciendo de profesor universitario. Su tesis doctoral, en 1984, versó sobre "la relación de obligaciones y deberes entre el médico y el paciente".
Además de la docencia reglada, fue profesor y director (1998-2002) de la Escuela de Práctica Jurídica de Oviedo y trabajó en un despacho de abogados. En materia de Derecho Canónico, era especialista en "nulidades canónicas", particularmente en las matrimoniales. Fue un erudito en cuestiones de bioética, habiendo llegado a publicar importantes obras y trabajos.
A nivel de diócesano colaboró con el CEDISET y con el Instituto Superior de Ciencias Religiosas; fue miembro en diversos períodos del consejo de presbiterio, así como colaboró en conciencia en el Sínodo Diocesano último.
Desde 1975 hasta 2017 colaboró en la Parroquia-Basílica de San Juan el Real de Oviedo.
Llevó a cabo una gran labor apostólica con charlas, retiros, ejercicios espirituales, intervenciones en semanas de catequesis y muchísimas conferencias sobre Introducción a la Sagrada Escritura, Evangelio de San Juan, San Pablo y bioética.
En 2002 el Ayuntamiento de Barrios de Luna le nombra "Pastor Mayor de los Montes de Luna". También fue Abad de la Cofradía Sacerdotal de Nuestra Señora de Camposagrado-León (1996-2008).
Al deteriorarse notablemente su salud, fijó su residencia en la Casa Sacerdotal Diocesana de Oviedo donde ha pasado este último año. Agravado su estado ingresó ayer en el HospItal Universitario Central de Asturias donde falleció en la madrugada de hoy.
Su Funeral de Cuerpo Presente será mañana viernes a las 13´00h en la Basílica de San Juan El Real.
Su Funeral de Cuerpo Presente será mañana viernes a las 13´00h en la Basílica de San Juan El Real.
Carta semanal del Sr. Arzobispo
No es cíclica cuaresma, pero se reestrena
Culminamos hace un año nuestra cuaresma dando paso al triduo pascual que se hace intenso en la semana santa cristiana. Parecía que ya estaba todo claro, que Jesús había resucitado y así lo cantamos convencidos el año pasado con sonoros aleluyas. La victoria sobre el mal en todas sus formas, la del pecado y de la muerte, eran ya cosa sabida, era coser y cantar. Pero, nuevamente nos ponemos en ese mismo trance penitente, y se nos invita otra vez a ayunar, a orar y a dar limosna, como si de pronto alguien dijera que había salido mal y tenemos que volver a empezar. Alguno se preguntará: ¿pero no habíamos quedado que Cristo había ya resucitado en la Pascua de hace un año?
Sin que sea cíclica la liturgia cristiana, sin que sea el cuento de nunca acabar, sí que es cierto que el Señor ha resucitado. Él sí… pero nosotros no. Por eso ante los textos y los gestos de la liturgia de este tiempo, nos encontraremos con nuestras viejas dificultades para vivir de veras nuestra vida cristiana: habrá una luz que necesitarán nuestros rincones más oscuros, y un bálsamo nuestras heridas no cicatrizadas, y será la verdad la que nuestros engaños reparen, y la belleza y la bondad lo que transformen nuestra deformidad y maldades. Porque seguimos siendo mendigos de esa gracia que el Señor nos obtuvo con su resurrección, mendigos de esa gracia porque somos pecadores.
Los tres gestos que ya desde el comienzo de la cuaresma se nos indican son tres formas de educar nuestra vida creyente como fieles cristianos, tres maneras con las que la Iglesia y el mismo Dios acompañan nuestra vida La oración en primer lugar. Cada mañana Dios abre a nuestros ojos todo un mundo sobre el que alienta su vida como en el soplo primero de la creación. Sabernos mirados por sus ojos, guardados por sus manos, amados por su corazón, es lo que nuestros hermanos los santos han acertado a vivir. Dios está presente en nuestros pasos, como padre solícito tras todos nuestros regresos pródigos, como padre gozoso cuando nos tiene en su hogar. Orar como diálogo con este Buen Dios en la trama de la vida, en lo que a diario nos acontece para pedirle entenderlo, para saber ofrecerlo, para acoger su compañía. La palabra de Dios de cada día, la celebración de la santa Misa, el sacramento de la confesión de nuestros pecados, serán citas de nuestro camino orante en la cuaresma.
En segundo lugar, el ayuno. Cristo ayunó y nosotros debemos entender su razón purificadora que despierta nuestra conciencia tantas veces adormilada o distraída. Pero también el ayuno es un gesto solidario que nos pone junto a quienes no pueden elegir porque toda su vida es un ayuno de cosas esenciales, de dignidad, de paz y justicia, una vida hambrienta de verdadera humanidad. Y ayunando como Jesús, y en comunión solidaria con los prójimos, venimos a juzgar nuestras pequeñas o grandes opulencias: tantas cosas inútiles y superfluas que engullimos sin que nos nutran ni alimentan.
Por último, la limosna. Todo nos ha sido dado, todo es don de Dios. Y el nombre cristiano del compartir fraterno es precisamente la limosna. Además de unas monedas o una cantidad que podemos ingresar en nuestras organizaciones católicas (Manos Unidas, Cáritas, etc.), se nos pide a nosotros mismos ser esa limosna: mi fe, mi esperanza y mi caridad, mis talentos, mi tiempo, mi disponibilidad… son las virtudes limosneras que cristianamente debo también saber dar como testimonio ante los hermanos y ante la sociedad.
Tiempo de cuaresma. Tiempo de conversión, de volver la mirada al Señor dejándonos mirar por Él; de mirar a cada hermano como somos mirados por Dios.
+ Fray Jesús Sanz Montes O.F.M.
Culminamos hace un año nuestra cuaresma dando paso al triduo pascual que se hace intenso en la semana santa cristiana. Parecía que ya estaba todo claro, que Jesús había resucitado y así lo cantamos convencidos el año pasado con sonoros aleluyas. La victoria sobre el mal en todas sus formas, la del pecado y de la muerte, eran ya cosa sabida, era coser y cantar. Pero, nuevamente nos ponemos en ese mismo trance penitente, y se nos invita otra vez a ayunar, a orar y a dar limosna, como si de pronto alguien dijera que había salido mal y tenemos que volver a empezar. Alguno se preguntará: ¿pero no habíamos quedado que Cristo había ya resucitado en la Pascua de hace un año?
Sin que sea cíclica la liturgia cristiana, sin que sea el cuento de nunca acabar, sí que es cierto que el Señor ha resucitado. Él sí… pero nosotros no. Por eso ante los textos y los gestos de la liturgia de este tiempo, nos encontraremos con nuestras viejas dificultades para vivir de veras nuestra vida cristiana: habrá una luz que necesitarán nuestros rincones más oscuros, y un bálsamo nuestras heridas no cicatrizadas, y será la verdad la que nuestros engaños reparen, y la belleza y la bondad lo que transformen nuestra deformidad y maldades. Porque seguimos siendo mendigos de esa gracia que el Señor nos obtuvo con su resurrección, mendigos de esa gracia porque somos pecadores.
Los tres gestos que ya desde el comienzo de la cuaresma se nos indican son tres formas de educar nuestra vida creyente como fieles cristianos, tres maneras con las que la Iglesia y el mismo Dios acompañan nuestra vida La oración en primer lugar. Cada mañana Dios abre a nuestros ojos todo un mundo sobre el que alienta su vida como en el soplo primero de la creación. Sabernos mirados por sus ojos, guardados por sus manos, amados por su corazón, es lo que nuestros hermanos los santos han acertado a vivir. Dios está presente en nuestros pasos, como padre solícito tras todos nuestros regresos pródigos, como padre gozoso cuando nos tiene en su hogar. Orar como diálogo con este Buen Dios en la trama de la vida, en lo que a diario nos acontece para pedirle entenderlo, para saber ofrecerlo, para acoger su compañía. La palabra de Dios de cada día, la celebración de la santa Misa, el sacramento de la confesión de nuestros pecados, serán citas de nuestro camino orante en la cuaresma.
En segundo lugar, el ayuno. Cristo ayunó y nosotros debemos entender su razón purificadora que despierta nuestra conciencia tantas veces adormilada o distraída. Pero también el ayuno es un gesto solidario que nos pone junto a quienes no pueden elegir porque toda su vida es un ayuno de cosas esenciales, de dignidad, de paz y justicia, una vida hambrienta de verdadera humanidad. Y ayunando como Jesús, y en comunión solidaria con los prójimos, venimos a juzgar nuestras pequeñas o grandes opulencias: tantas cosas inútiles y superfluas que engullimos sin que nos nutran ni alimentan.
Tiempo de cuaresma. Tiempo de conversión, de volver la mirada al Señor dejándonos mirar por Él; de mirar a cada hermano como somos mirados por Dios.
miércoles, 21 de febrero de 2018
Del Oficio del Día
(Demostración 11, Sobre la circuncisión, 11-12: PS 1, 498-503
LA CIRCUNCISIÓN DEL CORAZÓN
La ley y la alianza antiguas fueron totalmente cambiadas. Primeramente, el pacto con Adán fue sustituido por el de Noé; más tarde, el concertado con Abraham fue reformado por el de Moisés. Mas como la alianza mosaica no fue observada, al llegar la plenitud de los tiempos vino la nueva alianza, ésta ya definitiva. En efecto, el pacto con Adán se basaba en el mandato de no comer del árbol de la vida; el de Noé en el arco iris; el de Abraham, elegido por su fe, en la circuncisión, como sello característico de su descendencia; el de Moisés en el cordero pascual, propiciación para el pueblo.
Todas estas alianzas eran diversas entre sí. Ahora bien, la circuncisión grata a los ojos de aquel de quien procedían todas estas alianzas es la que dice Jeremías: Circuncidad el prepucio de vuestros corazones. Pues si el pacto concertado por Dios con Abraham fue firme, también éste es firme e inmutable, y ninguna ley se le puede añadir, ya venga de los que están fuera de la ley, ya de los que están sometidos a la ley.
Dios, en efecto, dio a Moisés la ley con todas sus observancias y preceptos, mas, como ellos no la observaron, anuló la ley y sus preceptos; prometió que había de establecer una nueva alianza, la cual afirmó que sería distinta de la primera, por más que él mismo sea el autor de ambas. Y ésta es la alianza que prometió darnos: Todos me conocerán, desde el pequeño al grande. Y en esta alianza ya no existe la circuncisión carnal como signo de pertenencia a su pueblo.
Sabemos con certeza, queridos hermanos, que Dios impuso, en las diversas generaciones, unas leyes, que estuvieron en vigor hasta que él quiso y que más tarde quedaron anuladas, tal como dice el Apóstol, a saber, que el reino de Dios subsistió antiguamente en multitud de semejanzas, según las diversas épocas.
Ahora bien, nuestro Dios es veraz y sus preceptos son fidelísimos; por esto cada una de las alianzas fue en su tiempo firme y verdadera, y los circuncisos de corazón viven y son de nuevo circuncidados en el verdadero Jordán, que es el bautismo para el perdón de los pecados. Jesús, hijo de Nun, o sea Josué, circuncidó al pueblo por segunda vez con un cuchillo de piedra, cuando él y su pueblo atravesaron el Jordán; Jesús, nuestro salvador, circuncida por segunda vez, con la circuncisión del corazón, a todos los que creen en él y reciben el baño bautismal, los cuales son circuncidados con la espada, que es la palabra de Dios, más tajante que espada de dos filos.
Jesús, hijo de Nun, introdujo al pueblo en la tierra prometida; Jesús, nuestro salvador, ha prometido la tierra de la vida a todos los que atraviesen el verdadero Jordán, crean y sean circuncidados en su corazón.
Dichosos, pues, los que han sido circuncidados en el corazón y han renacido de las aguas de la segunda circuncisión; éstos recibirán la herencia junto con Abraham, guía fidedigno y padre de todos, ya que su fe le fue reputada como justicia.
RESPONSORIO Hb 8, 8. 10; cf. 2Co 3, 3
R. Yo concertaré una nueva alianza con la casa de Israel, imprimiendo mi ley en sus mentes. * La escribiré en sus corazones, no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo.
V. Les daré mi ley, no en tablas de piedra, sino en tablas que son sus corazones de carne.
R. La escribiré en sus corazones, no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, mira complacido a tu pueblo, que con fervor desea entregarse a una vida santa, y, ya que con sus privaciones se esfuerza por dominar el cuerpo, que la práctica de las buenas obras transforme su alma. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
LA CIRCUNCISIÓN DEL CORAZÓN
La ley y la alianza antiguas fueron totalmente cambiadas. Primeramente, el pacto con Adán fue sustituido por el de Noé; más tarde, el concertado con Abraham fue reformado por el de Moisés. Mas como la alianza mosaica no fue observada, al llegar la plenitud de los tiempos vino la nueva alianza, ésta ya definitiva. En efecto, el pacto con Adán se basaba en el mandato de no comer del árbol de la vida; el de Noé en el arco iris; el de Abraham, elegido por su fe, en la circuncisión, como sello característico de su descendencia; el de Moisés en el cordero pascual, propiciación para el pueblo.
Todas estas alianzas eran diversas entre sí. Ahora bien, la circuncisión grata a los ojos de aquel de quien procedían todas estas alianzas es la que dice Jeremías: Circuncidad el prepucio de vuestros corazones. Pues si el pacto concertado por Dios con Abraham fue firme, también éste es firme e inmutable, y ninguna ley se le puede añadir, ya venga de los que están fuera de la ley, ya de los que están sometidos a la ley.
Dios, en efecto, dio a Moisés la ley con todas sus observancias y preceptos, mas, como ellos no la observaron, anuló la ley y sus preceptos; prometió que había de establecer una nueva alianza, la cual afirmó que sería distinta de la primera, por más que él mismo sea el autor de ambas. Y ésta es la alianza que prometió darnos: Todos me conocerán, desde el pequeño al grande. Y en esta alianza ya no existe la circuncisión carnal como signo de pertenencia a su pueblo.
Sabemos con certeza, queridos hermanos, que Dios impuso, en las diversas generaciones, unas leyes, que estuvieron en vigor hasta que él quiso y que más tarde quedaron anuladas, tal como dice el Apóstol, a saber, que el reino de Dios subsistió antiguamente en multitud de semejanzas, según las diversas épocas.
Ahora bien, nuestro Dios es veraz y sus preceptos son fidelísimos; por esto cada una de las alianzas fue en su tiempo firme y verdadera, y los circuncisos de corazón viven y son de nuevo circuncidados en el verdadero Jordán, que es el bautismo para el perdón de los pecados. Jesús, hijo de Nun, o sea Josué, circuncidó al pueblo por segunda vez con un cuchillo de piedra, cuando él y su pueblo atravesaron el Jordán; Jesús, nuestro salvador, circuncida por segunda vez, con la circuncisión del corazón, a todos los que creen en él y reciben el baño bautismal, los cuales son circuncidados con la espada, que es la palabra de Dios, más tajante que espada de dos filos.
Jesús, hijo de Nun, introdujo al pueblo en la tierra prometida; Jesús, nuestro salvador, ha prometido la tierra de la vida a todos los que atraviesen el verdadero Jordán, crean y sean circuncidados en su corazón.
Dichosos, pues, los que han sido circuncidados en el corazón y han renacido de las aguas de la segunda circuncisión; éstos recibirán la herencia junto con Abraham, guía fidedigno y padre de todos, ya que su fe le fue reputada como justicia.
RESPONSORIO Hb 8, 8. 10; cf. 2Co 3, 3
R. Yo concertaré una nueva alianza con la casa de Israel, imprimiendo mi ley en sus mentes. * La escribiré en sus corazones, no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo.
V. Les daré mi ley, no en tablas de piedra, sino en tablas que son sus corazones de carne.
R. La escribiré en sus corazones, no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, mira complacido a tu pueblo, que con fervor desea entregarse a una vida santa, y, ya que con sus privaciones se esfuerza por dominar el cuerpo, que la práctica de las buenas obras transforme su alma. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
martes, 20 de febrero de 2018
Beatos Francisco y Lucía, los pastorcillos de Fátima
(Alfa y Omega) Los hermanos Francisco -nacido el 11 de junio de 1908- y Jacinta -nacida dos años después, el 11 de marzo de 1910- Martos son, con la excepción de algunos niños mártires, los más jóvenes en haber sido elevados a los altares por la Iglesia Católica. Junto a su prima hermana, sor Lucía Dos Santos (1907-2005), fueron los agraciados por las apariciones de Nuestra Señora en Fátima.
Los tres eran de origen humilde, hijos de unos padres -emparentados entre ellos- que se ganaban la vida cultivando unas hortalizas y pastoreando a unas pocas ovejas; tareas en las que los tres niños colaboraron desde muy pronto. Eran todos oriundos de Ajustrel, aldea situada en el centro de Portugal, y llevaban, tanto padres, como hijos una vida típica de sencillez cristiana.
En 1916, a los tres pastorcillos se les apareció un ángel. Pero fue al año siguiente, el 13 de mayo de 1917, cuando, en una encina de la pendiente de Cova de Iría se les apareció Nuestra Señora. Fue la primera de varias apariciones, en las que les reveló los tres secretos y les pidió que rezaran el rosario a diario para lograr la salvación del mundo. Solo la fe de los tres niños les permitió vencer la incredulidad de sus mayores y de las autoridades eclesiásticas cuando les relataron lo ocurrido. De ahí el interés que suscitan sus personalidades, especialmente la de los dos beatos.
Según cuenta Sor Lucía en sus memorias, «Francisco no parecía hermano de Jacinta, sino en la fisionomía del rostro y en la práctica de la virtud. No era tan caprichoso y vivo como ella. Al contrario, era de un natural pacífico y condescendiente». Sin embargo, ambos demostraron madurez sobrenatural; en el caso de Francisca cuando Nuestra Señora le anunció, en la aparición del 13 de junio de 1917, que pronto se le llevaría de este mundo. El joven pastor empezó enfermar de gripe española a finales de 1918 y murió el 4 de abril de 1919.
Jacinta empezó a enfermar por las mismas fechas que su hermano. Sin embargo, su calvario -que no le fue anunciado por Nuestra Señora- fue más largo y se prolongó hasta el 20 de febrero de 1920. Con la muerte de Francisca se cumplió la promesa que a ella y a Francisco les hizo la Virgen: «Tendréis mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza».
Años después, en 1935, los cuerpos de los dos pastorcillos fueron exhumados para ser trasladados del cementerio de Ajustrel a la Basílica de Fátima, el de Jacinta permanecía incorrupto. Fueron beatificados el 13 de mayo de 2000 por Juan Pablo II.
Los tres eran de origen humilde, hijos de unos padres -emparentados entre ellos- que se ganaban la vida cultivando unas hortalizas y pastoreando a unas pocas ovejas; tareas en las que los tres niños colaboraron desde muy pronto. Eran todos oriundos de Ajustrel, aldea situada en el centro de Portugal, y llevaban, tanto padres, como hijos una vida típica de sencillez cristiana.
En 1916, a los tres pastorcillos se les apareció un ángel. Pero fue al año siguiente, el 13 de mayo de 1917, cuando, en una encina de la pendiente de Cova de Iría se les apareció Nuestra Señora. Fue la primera de varias apariciones, en las que les reveló los tres secretos y les pidió que rezaran el rosario a diario para lograr la salvación del mundo. Solo la fe de los tres niños les permitió vencer la incredulidad de sus mayores y de las autoridades eclesiásticas cuando les relataron lo ocurrido. De ahí el interés que suscitan sus personalidades, especialmente la de los dos beatos.
Según cuenta Sor Lucía en sus memorias, «Francisco no parecía hermano de Jacinta, sino en la fisionomía del rostro y en la práctica de la virtud. No era tan caprichoso y vivo como ella. Al contrario, era de un natural pacífico y condescendiente». Sin embargo, ambos demostraron madurez sobrenatural; en el caso de Francisca cuando Nuestra Señora le anunció, en la aparición del 13 de junio de 1917, que pronto se le llevaría de este mundo. El joven pastor empezó enfermar de gripe española a finales de 1918 y murió el 4 de abril de 1919.
Jacinta empezó a enfermar por las mismas fechas que su hermano. Sin embargo, su calvario -que no le fue anunciado por Nuestra Señora- fue más largo y se prolongó hasta el 20 de febrero de 1920. Con la muerte de Francisca se cumplió la promesa que a ella y a Francisco les hizo la Virgen: «Tendréis mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza».
Años después, en 1935, los cuerpos de los dos pastorcillos fueron exhumados para ser trasladados del cementerio de Ajustrel a la Basílica de Fátima, el de Jacinta permanecía incorrupto. Fueron beatificados el 13 de mayo de 2000 por Juan Pablo II.
lunes, 19 de febrero de 2018
La Cuaresma es tiempo «de conversión, lucha contra el mal y penitencia, pero no un tiempo triste»
(Rel.)
El Angelus de este primer domingo de Cuaresma, que el Papa Francisco rezó bajo una intensa lluvia, será su último acto público hasta el próximo viernes. A partir de la tarde, la Curia vaticana y él se concentrarán para unos días de ejercicios espirituales en la Casa Divino Maestro de Ariccia, veinte kilómetros al sureste de Roma.
Los dirigirá el sacerdote y poeta portugués José Tolentino Mendonça, vicerrector de la Universidad Católica de Lisboa y consultor del Pontificio Consejo para la Cultura. Serán diez meditciones en torno al tema Elogio de la sed.
Tiempo de combate, conversión y penitencia
En sus palabras previas al rezo del Angelus, Francisco recordó que la Cuaresma es un tiempo de “combate espiritual” en el que estamos llamados a "enfrentarnos al Maligno" mediante la oración y a vencerlo en la vida cotidiana. Por eso el Señor pasó cuarenta días en el desierto: aunque él no podía ser tentado ni necesitaba conversión, quiso así “darnos la gracia de vencer las tentaciones”.
La Buena Nueva que empezó a predicar Jesucristo a partir de ese momento “exige del hombre conversión y fe”: “En nuestra vida tenemos siempre necesidad de conversión, ¡todos los días! y la Iglesia nos hace rezar por esto”, porque “no estamos jamás suficientemente orientados hacia Dios y tenemos que dirigir continuamente nuestra mente y nuestro corazón a Él”. De ahí su consejo a “rechazar todo lo que nos lleva fuera del camino: los falsos valores que nos engañan, atrayendo de manera hipócrita nuestro egoísmo”.
“La Cuaresma es un tiempo de penitencia", dijo el Papa, "pero no es un tiempo triste, de luto", sino "un compromiso alegre y serio para despojarnos de nuestro egoísmo, de nuestro hombre viejo y renovarnos según la gracia de nuestro Bautismo”.
La felicidad no se encuentra en las riquezas, los placeres o el poder, insistió: solo el Reino de Dios es "la realización de todas nuestras aspiraciones más profundas y más auténticas”.
Preparando el sínodo de octubre
Preparando el sínodo de octubre
Francisco informó a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro de este retiro, así como del encuentro presinodal de jóvenes que tendrá lugar en Roma del 19 al 24 de marzo para preparar el sínodo de los obispos de octubre, que tendrá lugar en torno a Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional: "Deseo fuertemente", dijo el Papa enfatizando sonoramente esta palabra, "que todos los jóvenes puedan ser protagonistas de esta preparación. Por eso podrán intervenir on line a través de grupos lingüísticos moderados por otros jóvenes".
Posteriormente, tras insistir en que la Cuaresma es "un tiempo de conversión y lucha contra el mal, "Francisco tuvo unas palabras específicas para las personas que se encuentran encarceladas, a quienes a animó a emprender "un camino de reconciliación y de renovación de la propia vida bajo la mirada misericordiosa del Señor", porque "Él nunca se cansa de perdonar".
Para saber bien quién es Mons. Pedro Casaldáliga
Llevamos unas semanas en las que el medio de comunicación religioso neo-oficialista (*) por excelencia, Religión Digital, está en plena campaña de marketing y loa permanente a la figura de Mons. Pedro Casaldáliga, CMF, obispo emérito de San Félix de Araguaia (Brasil).
Lo último es la publicación de una “Carta de la Pastoral de la Juventud al apóstol de la Amazonía, Pedro Casaldáliga, ejemplo de esperanza y rebeldía para la juventud".
Pues bien, no hay nada mejor para saber quién es este obispo, que tiene ya 90 años, que copiar la carta que dirigió en su día a Fidel Castro:
Querido Fidel:
Una vez más recibo invitación de Cuba y una vez más he de contentarme con enviar un mensaje. De corazón, eso sí.
Hoy te lo dirijo a ti, personalmente y tuteándote, para quitarle hasta el menor atisbo de ceremonia. Como corresponde a compañeros de luchas y de esperanzas.
Espero no escandalizar demasiado ni a la dereha ni a la izquierda.
Estos días has sido noticia mayor, también en Brasil. Con titulares como éste: «Un ateo en el Vaticano».
Y de eso quería hablarte, a ti y a todos los compañeros y compañeras que están ahí en esta hora histórica de tus 70 años, del proceso cubano y de la macrodictadura neoliberal.
Recuerdo, todavía con emoción, la carta que te entregamos, en 1985, Betto, los hermanos Boff y yo, escrita para ti por el patriarca de la Solidaridad y los Derechos Humanos, el cardenal Paulo Evaristo Arns, arzobispo de São Paulo. «Aunque Vd. se declare increyente -te decía él- yo le pido que rece por mí…».
Fidel, a estas alturas de tu vida y la mía y de la marcha de nuestros pueblos y de las iglesias más comprometidas con el Evangelio hecho vida e historia, tú y yo podemos muy bien ser al mismo tiempo creyentes y ateos.
Ateos del dios del colonialismo y del imperialismo, del capital ególatra y de la exclusión y el hambre y la muerte para las mayorías, con un mundo dividido mortalmente en dos. Y creyentes, por otra parte, del Dios de la Vida y la Fraternidad universal, con un mundo humano único, en la Dignidad respetada por igual de todas las personas y de todos los pueblos.
Con esta fe, abrazo a todo el pueblo de Martí, en la esperanza de su victoria sobre el bloqueo inicuo, en la defensa de sus conquistas sociales y en la consolidación de una democracia sin privilegiados y sin excluidos, con Pan y con Espíritu, con Justicia y con Libertad; en la hermosa patria de la Isla y en toda la Patria Grande de Nuestra América.
No te doy la bendición porque tengo dos años menos que tú y es a los mayores a quienes corresponde bendecir…
Te abrazo, como compañero de camino.
Pedro Casaldáliga,
obispo de São Félix do Araguaia, MT, Brasil
Conmovedor, ¿no les parece? Se pueden hacer una idea de lo que los cubanos que han sido víctimas de la tiranía castrista -o sea, casi todos- pueden sentir al ver que todo un sucesor de los apóstoles se considere compañero de camino del tirano y el régimen que lleva oprimiéndoles más de 60 años. Algo parecido a lo que debió sentir Cristo cuando Judas Iscariote le dio un beso para entregarle.
Poco más tengo que añadir. Si acaso, advertir que la actitud de la Iglesia ante la dictadura comunista cubana ha estado, mayormente, entre la complicidad del silencio y la complicidad de la colaboración más o menos discreta. Nada que ver, sin ir más lejos, con la que mantuvo ante el comunismo en Europa y muy especialmente en Polonia. Sin salir del continente, también es muy distinta la actitud de la Iglesia ante el régimen chavista de Venezuela. No sé qué tienen los cubanos para que se les maltrate de esa manera. Alguien tendrá que dar alguna explicación en el futuro.
Luis Fernando Pérez Bustamante
(*) Religión Digital ha pasado de ser referente de todo lo que se oponía al magisterio pontificio a convertirse en referente de cualquier interpretación de las palabras y gestos del actual pontífice que vaya en el sentido exactamente contrario al magisterio previo. O sea, neo-oficialismo con olor a naftalina postconciliar.
domingo, 18 de febrero de 2018
La homilía del Domingo. Del desierto a la China
En su homilía de este domingo, nuestro párroco nos ha hablado del desprendimiento tan necesario en la vida del cristiano para poder de verdad entrar en el desierto y encontrarse con Dios y con uno mismo. Si para este camino no hacemos renuncias y llevamos con nosotros aquello que nos distrae no pasaremos por el desierto y éste no pasará por nosotros para responder a la llamada al Amor Primero.
Nos habló de que en la vida había dos tipos de cuaresma, la que nosotros queremos hacer y la que nos vemos obligados a llevar a cabo sin nosotros desearlo. Por ejemplo, nuestros abuelos que vivieron la guerra pasaron hambre -no ayunaron-; pidieron limosna -no la dieron-; y no se preocupaban tanto por rezar por otras causas ya que la principal tragedia la tenían en sus casas. Hoy, sin vivir grandes desgracias como aquellas nos sigue pasando parecido, unas veces nos adentramos al desierto por gusto y otras por obligación.
En la vida del cristiano no faltan las pruebas, las tentaciones y, en especial, la sequedad que se vive muchas veces en nuestra relación personal con Dios. Cuando uno quisiera rezar y parece que el cuerpo le echa para atrás; algo que los mismos santos vivieron y que tan bien explican en sus obras. Este secarral de oración lo han denominado los místicos como ''cedia'', y en este primer domingo de cuaresma le pedimos precisamente a Jesús que la sequedad no ahogue nuestra oración sino que Él mismo nos enseñe su camino y nos instruya en sus sendas.
Finalmente, aprovechando la tan comentada fiesta del Año Nuevo Chino: "Año del perro", que este fin de semana se está celebrando en Lugones, Don Joaquín ha alabado ''la perseverancia del pueblo chino que lleva tantos años atravesando su propio desierto bajo un régimen que trata a los animales como objetos y con total desprecio y a las personas peor incluso que los animales, explotándolas y esclavizándolas para generar el sucio dinero de su Imperio desde una prácticas mafiosas y defraudatorias a costa de la sangre, el sudor y el hambre de inocentes que se ahogan y desaparecen desde los gritos del silencio. Y que a nuestros políticos, sin ética ni moral, no les importe la procedencia y origen de tan poderoso y sucio caballero''. También recordó a San Melchor de Quirós, que aunque no fue mártir en china sino en Vietnam, si fue martirizado por la intolerancia.
Recordó la difícil situación de la Iglesia china que vive en la clandestinidad por ser fiel a Pedro y no al gobierno de la República Popular; así como deseó públicamente que los responsables de la diplomacia vaticana no cometan el error de negociar con los perseguidores de los seguidores del crucificado en esa hermosa tierra. En palabras de nuestro cura, ''Si la Iglesia cediera ahora a las presiones del gobierno chino estaríamos despreciando la memoria y la entrega de tantísimos mártires que regaron con su sangre ese suelo''.
Pidamos a los Santos Mártires chinos (obispos, sacerdotes y laicos) que esta Iglesia que peregrina en el país de la Gran Muralla, derribe sus muros y salga cuanto antes del desierto al que se ve forzada y en ella pueda profesarse la fe en Cristo sin miedo a perder la vida, de igual modo que aquí se pueden llenar las calles de farolillos y celebrar el año del perro''.
Evangelio del Domingo I de Cuaresma
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,12-15):
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Palabra del Señor
sábado, 17 de febrero de 2018
Del desierto al evangelio. Por Fray Miguel de Burgos Núñez
El evangelio, en todos los ciclos, el primer domingo de cuaresma, es el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Este de Marcos es el relato más sobrio de los sinópticos, sobre el que Mateo y Lucas construyeron un episodio cargado de insinuaciones teológicas. Que Jesús estuviera el desierto, como lo estuvo Juan el Bautista, no es un hecho del que debamos dudar. Pero, no obstante, el desierto está cargado de simbolismo en la teología de Israel: de la misma manera que es un tiempo de tentación, es también un tiempo de purificación. El número cuarenta, los cuarenta días, señalan, evidentemente, a los cuarenta días del diluvio (por eso se ha escogido en la liturgia de hoy el texto de Génesis sobre el diluvio), o a los cuarenta años del pueblo caminando por el desierto hacia la libertad.
Por lo mismo, debemos ponernos en esa clave simbólica para entender este momento previo a la vida pública de Jesús que se prepara a conciencia para abordar la gran batalla de su existencia, es decir, la proclamación de la llegada del Reino de Dios. Y es el Espíritu el que le impulsa al desierto (por consiguiente, no puede ser malo el desierto); pero allí se le presentan los animales adversos (alimañas) e incluso ese misterioso personaje, sin rostro y sin identidad, Satanás; aunque también los ángeles que son, por el contrario, la fuerza de Dios. Este es un relato tipo que quiere describir la actividad de Jesús en su pueblo, que vivía como en el desierto. Y es allí donde él debe aprender la necesidad que tienen los hombres del evangelio.
Señalemos también que el mismo Espíritu, después, le impulsa a Galilea para proclamar el gran mensaje liberador, como se puso de manifiesto en el tercer domingo de este ciclo B. Para vencer en el desierto, es necesaria la fidelidad a Dios por encima de todas las sugerencias de poder y de gloria. El simbolismo en el que debemos leer hoy nuestro relato nos permite ver que el desierto y los cuarenta días es el mundo de Jesús, el tiempo de Jesús con las fuerzas adversas (las de Satanás) y la de Dios (los ángeles). Eso es lo que está presente en la vida, en toda sociedad. )Qué hacer? Pues, como Jesús, proclamar que el tiempo de Dios, el de la salvación y la misericordia no puede ser vencido por el de la maldad, la injusticia o la guerra. Si Jesús estaba guiado por el Espíritu, eso quiere decir que es el Espíritu mismo la voz resonante del evangelio como buena noticia que llama a salir de lo peor que tiene el desierto: las fuerzas del mal.
Los tres verbos que el Papa propone poner en práctica en Cuaresma: Detenerse, mirar y volver
(Roma reports)
Un año más la romana colina del Aventino fue el escenario donde tuvo lugar la ceremonia del Miércoles de Ceniza. Arrancó con esta oración en la basílica de San Anselmo desde donde partió la procesión penitencial.
La procesión, que preside el Papa Francisco, va desde la basílica de San Anselmo hasta la de Santa Sabina. Es un camino corto pero cuesta arriba, un símbolo del propio camino penitencial de la Cuaresma.
El Papa presidió la misa en la basílica de Santa Sabina y en su homilía invitó a desenmascarar tentaciones.
FRANCISCO_ “Desconfianza, apatía y resignación: esos demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente. La Cuaresma es tiempo rico para desenmascarar éstas y otras tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir al palpitar del Corazón de Jesús”.
A continuación Francisco invitó a poner en práctica en esta Cuaresma tres verbos, detenerse, mirar y volver, para sentir de nuevo calor en el corazón.
FRANCISCO_ “Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos, el tiempo de los abuelos, el tiempo de la gratuidad... el tiempo de Dios.
Mira y contempla el rostro concreto de Cristo crucificado por amor a todos y sin exclusión. ¿A todos? Sí, a todos. ¡Vuelve!, sin miedo, este es el tiempo oportuno para volver a casa; a la casa del Padre mío y Padre vuestro. Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón... Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza”.
Después de la homilía llegó el momento de la imposición de la ceniza. El Papa fue el primero en recibirla de manos del cardenal Jozef Tomko, titular de esta basílica. Después Francisco hizo lo propio con otros miembros de la Curia que lo acompañaron.
Comienza con esta ceremonia la Cuaresma, un tiempo, dice Francisco, para afinar los acordes disonantes de nuestra vida.
La procesión, que preside el Papa Francisco, va desde la basílica de San Anselmo hasta la de Santa Sabina. Es un camino corto pero cuesta arriba, un símbolo del propio camino penitencial de la Cuaresma.
El Papa presidió la misa en la basílica de Santa Sabina y en su homilía invitó a desenmascarar tentaciones.
FRANCISCO_ “Desconfianza, apatía y resignación: esos demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente. La Cuaresma es tiempo rico para desenmascarar éstas y otras tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir al palpitar del Corazón de Jesús”.
A continuación Francisco invitó a poner en práctica en esta Cuaresma tres verbos, detenerse, mirar y volver, para sentir de nuevo calor en el corazón.
FRANCISCO_ “Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos, el tiempo de los abuelos, el tiempo de la gratuidad... el tiempo de Dios.
Mira y contempla el rostro concreto de Cristo crucificado por amor a todos y sin exclusión. ¿A todos? Sí, a todos. ¡Vuelve!, sin miedo, este es el tiempo oportuno para volver a casa; a la casa del Padre mío y Padre vuestro. Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón... Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza”.
Después de la homilía llegó el momento de la imposición de la ceniza. El Papa fue el primero en recibirla de manos del cardenal Jozef Tomko, titular de esta basílica. Después Francisco hizo lo propio con otros miembros de la Curia que lo acompañaron.
Comienza con esta ceremonia la Cuaresma, un tiempo, dice Francisco, para afinar los acordes disonantes de nuestra vida.
viernes, 16 de febrero de 2018
Entre la Iglesia que se acaba y la que quiere llegar. Por Rodrigo Huerta Migoya
Alguno pensará al leer este título que voy a dedicar una especie de recesión al nuevo libro del periodista Antonio Aradilla, pero en absoluto. Como me dijo hace ya muchos años un sabio sacerdote ''la vida es muy corta para perder el tiempo en leer tonterías con la cantidad de cosas serias que nos quedan por saber''. Dicho esto, quisiera reflexionar sobre el choque entre ciertas realidades y en lo que en mi opinión consistirá ese cambio (si se puede llamar cambio) a nivel de Iglesia en los años venideros.
Hay grupos desde dentro que quieren "dinamitar" el modelo actual de Iglesia, como si en ello o por ello, estuviera garantizado del éxito de una Iglesia mejor. Es cierto -y yo lo comparto- que hay mucho que mejorar, pero de ahí a considerar que todo está mal y que hay que empezar de cero en todo, hay un mundo.
Siguen existiendo teorías peregrinas de transformación tipo ONG social, que ya harto olvidadas no producen más que preocupación ante el temor de volver a caer en esos errores repetidos de lo que parecíamos ya escarmentados: Que mantener la forma clásica del sacramento de la penitencia está de más; que si hay que eliminar el concepto de parroquia y crear comunidades que abarquen territorios amplios con equipos sacerdotales; que si el problema de las vocaciones religiosas es el hábito que echa para atrás...
En estos momentos, aún se vive pastoralmente en la Iglesia española la prolongación de la agonía de una muerte que va llegando para unos y entre el cambio de mentalidad para otros. Se van "estirando" nombramientos, ampliando unidades pastorales, retrasando las jubilaciones... y todo con el buen deseo de mantener un organigrama que si hace diez años costaba mantener, hoy se ha vuelto insostenible. Y los hay que no entienden esa realidad y se resisten, y los que piensan solucionarlo rompiendo con todo.
Se cierran comunidades religiosas, se unifican arciprestazgos, se funden parroquias de ciudad... y así en un vivir al día, se va buscando de todas las formas posibles que el alimento del pan y la palabra llegue a tantos que lo necesitan. La pregunta es ¿cuando tanto tiempo lleva ya atender las comunidades que necesitan de Dios y de dónde sacar además tiempo para ir a buscar a los que no le conocen?, superando pesimismos, cansancios, ancianidades, enfermedades y a misma muerte...
El obispo de Vitoria en la despedida de las Hermanitas de los Pobres de dicha ciudad -cuya marcha produjo una gran conmoción en la localidad- dejó entrever una reflexión el trasfondo de esta realidad. Decía Monseñor Elizalde lo siguiente: ''La marcha de las Hermanitas ha destapado la Caja de Pandora. No sé si se han desatado todos los vientos, peo sí creo que en algunas cabezas ha podido sonar el aldabonazo de la escasez de vocaciones. No es un fenómeno nuevo y en la Iglesia llevamos décadas de sequía vocacional(...).Pero tengo la sensación de que aún nos queda mucho para perder. Nos queda mucho para tener verdadera hambre de personas consagradas y de hombres y mujeres que vivan su vida desde la vocación. Nos queda mucho para igualar a quienes son capaces de recorrer kilómetros y kilómetros para acudir a una catequesis y a una misa; nos queda mucho aún para sentir que dar una parte de nuestro tiempo para la formación cristiana o para colaborar en la formación cristiana forma parte de nuestro ADN''.
¿Está todo perdido? Pienso que absoluto; únicamente es una llamada a despertar del letargo, toca enterrar un estilo que se acaba -aunque algunos lo vistan de primavera artificial- y esperar ilusionados por esa Iglesia que continúa, que mejora, que ya no es de mantenimiento sino evangelización. Ojalá podamos decir con el profeta:
“Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43, 19).
Orar con el Salmo del Día
Sal 50,3-4.5-6a.18-19
R/. Un corazón quebrantado y humillado,
tú, Dios mío, no lo desprecias
V/. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
V/. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad en tu presencia.
V/. Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias.
jueves, 15 de febrero de 2018
Carta semanal del Sr. Arzobispo
Hermana enfermedad
En nuestro calendario personal y comunitario, dedicamos jornadas diversas: cada una nos trae un recuerdo, y tomamos conciencia de asuntos, circunstancias y personas. En este mes de febrero, tenemos la jornada dedicada a los enfermos en torno a la festividad de la Virgen de Lourdes. Cuando visito los hospitales, me encuentro con una realidad por la que pasamos todos, sea cual sea nuestra edad, cultura, condición social o económica, o incluso nuestra condición creyente. Antes o después, todos pasamos por el trance de alguna enfermedad, con o sin hospital.
Cuando estás delante de un enfermo, estás delante de una familia que lo acompaña, de un personal sanitario que lo cuida. Quedan a la puerta los títulos y honores, los privilegios y prebendas, las agendas y sus prisas. La enfermedad te simplifica tantas cosas que a menudo complicamos, y te obliga a prescindir de las que creíamos absolutamente imprescindibles. Cuando estoy a la cabecera de un enfermo durante un rato o durante las noches que me ha tocado pasar en vela junto a él, siempre me lo repito para no olvidarlo: la enfermedad no es una maldición. Es un misterio que nos hace humildes y nos recuerda intensamente las cosas que realmente valen la pena y aquellas que no valían tanto.
Pero se puede vivir de tantos modos ese momento cuando experimentas tu propio límite: desde el miedo, desde la rebeldía, o desde la confianza. Desde el miedo de quien se siente acorralado por la congoja de no saber qué ocurrirá, de no controlar la situación, de saberse inerme para algo que le desborda. Desde la rebeldía de quien experimenta el mismo acorralamiento, pero revolviéndose contra algo o contra alguien a quien inculpar de su avería física, o revolviéndose quizás contra él mismo en una desesperación vacía que añade más sufrimiento inútil en él mismo y en quienes le acompañan. Y, finalmente, desde la confianza, de quien vive la enfermedad reconociendo el dolor, la precariedad, la incertidumbre, pero sabiendo que además de las buenas manos de los profesionales de la salud, además del afecto cariñoso de los seres más queridos, están las buenas manos y el cariño más afectuoso de Dios que no deja jamás de ser Padre para sus hijos.
Es de agradecer esta noble profesión de quienes, como médicos, enfermeras, personal de servicio, capellanes y voluntarios de pastoral de la salud, ayudan con su ciencia, su entrega, su consuelo, su fe, a nuestros hermanos enfermos. Ante situaciones límites podemos sacar lo mejor de nosotros mismos, y mostrar de mil modos que a Dios le interesa la vida y le importa nuestra felicidad. La última palabra no la tendrá jamás el mal, sino sólo el Bien de ese Dios que llena nuestro corazón con su Paz.
Lo decía el Concilio Vaticano II en su mensaje final a los enfermos: “Vosotros que sentís más el peso de la cruz, vosotros que lloráis, vosotros los desconocidos del dolor, tened ánimo: vosotros sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; vosotros sois los hermanos de Cristo sufriente y con él, si queréis, salváis al mundo”. Recemos por nuestros enfermos, visitémosles llevando la ternura y la esperanza del Señor, que nunca fue indiferente ante el sufrimiento de los hermanos. Todos los hombres y mujeres somos portavoces de esa esperanza. Como San Francisco, tengamos una mirada fraterna ante esa circunstancia que nos hace más hijos de Dios si crecemos en confianza y más hermanos de los que Él ha puesto a nuestro lado, si nos dejamos humildemente ayudar. Es la hermana enfermedad que nos hace más humanos, confiados en la Providencia divina y abiertos al cariño de los hermanos.
+Fray Jesús Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo
Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2018
«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)
Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»[1], que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo[2]; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos[3]. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero[4].
¿Qué podemos hacer?
Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos[5], para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»[7], para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»[1], que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo[2]; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos[3]. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero[4].
¿Qué podemos hacer?
Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos[5], para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»[7], para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.