No es fácil entrevistar al Cardenal Rouco Varela, obispo emérito de Madrid. Ninguna de sus palabras parece superflua cuando se trata de analizar los últimos acontecimientos de la realidad, especialmente la de Cataluña.
10/12/2017
10/12/2017
A muchos católicos les ha dolido ver recuentos de votos en iglesias durante el 1-O. ¿Cree que la Iglesia, o más concretamente el cardenal Omella, ha sido lo suficientemente clara con los curas independentistas?
Creo que la comunidad eclesial en Cataluña ha mantenido y mantiene básicamente la doctrina de la Iglesia sobre la relación de la persona con el Estado, con la comunidad política. Los Estados no existen abstractamente, sino concretamente. Y en el fondo, todos son prácticamente frutos de la historia. Desde este punto de vista creo que la doctrina de la Iglesia respecto a ese hecho (lo que tiene de hecho moral) ha sido respetada. Puede haber excepciones. Puede haber hasta grupos que pudieran apartarse de esa línea, pero a mí no me consta que en general los que ejercen la responsabilidad doctrinal última, o penúltima, (que la última la tiene el Papa) hayan enseñado una doctrina en contra de lo que es la doctrina de la Iglesia al respecto. Que ha habido quien por ejemplo ha colocado urnas en una Iglesia. Pues eso está prohibido por el derecho canónico, por el ordenamiento jurídico de la Iglesia. Para empezar, se trata de un uso profano de un lugar sagrado. Y en este caso, además, implica una actuación que choca con las obligaciones de la Iglesia de respetar el orden jurídico legítimo y legítimamente establecido. Y lo mismo podría aplicarse a los colegios concertados religiosos que participaron en el 1 de Octubre.
Cuando usted estuvo al frente de la Conferencia Episcopal, se votó para decir que la unidad de España era un bien moral. Ahora parece que la Iglesia no lo tiene tan claro.
Esa doctrina no se ha cambiado. La nota de la comisión permanente y la intervención del señor cardenal arzobispo presidente [D. Ricardo Blázquez] en su discurso inaugural de la última Asamblea Plenaria no contradicen la doctrina que la conferencia ha expuesto en dos documentos (de 2002 y 2006) que, por lo demás, revisten la misma autoridad que cuando fueron aprobadas y son de actualidad: el de las causas y consecuencias del terrorismo y el de orientaciones morales ante la situación actual de España. Reconociendo en principio la legitimidad de las posturas nacionalistas verdaderamente cuidadosas del bien común, se hacía una llamada a la responsabilidad respecto del bien común de toda España que hoy es bueno recordar. [El Cardenal lee]. "Ninguno de los pueblos o regiones que forman parte del Estado español podrían entenderse tal y como es hoy si no hubieran formado parte de la larga historia de unidad cultural y política de esa antigua nación que es España. Propuestas políticas encaminadas a la desintegración unilateral de esta unidad nos causan una gran inquietud, por el contrario, exhortamos encarecidamente al diálogo entre todos los interlocutores políticos y sociales. Se ha de perseverar el bien de la unidad, al mismo tiempo que el de la rica diversidad de los pueblos de España».
En la reciente plenaria los obispos han sido más claros, ¿no?
El presidente, sí. Hablando de la relación entre el ciudadano y España en este momento de su vida política y cultural se refirió a la Constitución y al mantenimiento del orden constitucional como un bien. El mantenimiento del orden constitucional garantiza el bien común, y guardar el bien común es un deber moral para los ciudadanos, para todos los que forman parte de una comunidad política. Desde esta perspectiva, fue muy concreto al aludir a la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña.
El obispo de Solsona, los curas contando votos... Hasta Junqueras presume de orar en la cárcel. ¿Se puede ser católico y defender el independentismo?
Efectivamente, un católico sigue las exigencias de la conciencia moral, en la que el valor de la justicia y el valor de la caridad ocupan un lugar central, no puede concluir afirmándose independentista, en el sentido de lo que explican los dos documentos de la Conferencia Episcopal Española. No debe actuar rompiendo la unidad de una forma unilateral. Si se concibe, pues, el independentismo rigurosamente, es decir, como una forma de romper, en este caso, la unidad de España o de cualquier país unilateralmente, no es conciliable con la conciencia católica rectamente formada. Y con respecto a España, hay incluso razones adicionales, podríamos decir, que tienen que ver con los rasgos más hondamente característicos de su historia, que refuerzan moralmente este juicio. En cualquier hipótesis, mi respuesta vale para cualquier Estado. No puede ser que una parte de los ciudadanos, de una parte de un Estado legítimamente constituido, quieran romper unilateralmente la unidad de la comunidad política. No lo deben de hacer, si viven cristianamente. Si viven su vida desde el punto de vista moral y desde el punto de vista espiritual y religioso, en clave de conciencia cristiana, de conciencia católica.
¿Por qué dice usted que España es un bien moral superior?
Porque es la forma histórica, concreta, en la que se configura la comunidad política que asegura a los que formamos parte de ella bienes fundamentales y esenciales: la garantía de la Justicia en su elemento más fundamental de neutralizar la violencia, de evitar, en frase famosa de un filósofo muy conocido del derecho de la Ilustración, que la sociedad se convierta en un teatro fatal de la lucha de omnium contra omnes [de todos contra todos], la seguridad de la convivencia y de la cooperación solidaria para una obtención justa y humanamente fecunda del bien común. El pertenecer o no pertenecer a la comunidad política no es un asunto moralmente libre. Es decir, el anarquismo, considerado y valorado con los criterios propios de la conciencia cristiana, no es aceptable. Por lo tanto, si España es el nombre de la realidad histórica concreta o, lo que es lo mismo, de la comunidad política en la que vives, debes de cuidar su unidad en la justicia, en la solidaridad, en el amor y en la paz. Y no puedes decir que te vas, que rompes unilateralmente con ella porque estás rompiendo un bien muy decisivo para ti y para los demás.
Los independentistas querían que mediaran el abad de Montserrat y el cardenal Omella.
Pues yo he oído un rumor vago, sin más información sobre lo que usted menciona. El Papa naturalmente se manifestó crítico. Se expresó claramente en el sentido de que la pretendida ruptura de la unidad de España no era aceptable.
El independentismo como el relativismo es egoísta.
Bueno, sí podríamos hablar de que efectivamente nos encontramos en la Europa de hoy (no solo en España) con un estado de opinión, intelectual y éticamente muy confuso, respecto al llamado derecho a decidir. Se tiene derecho a decidir sobre realidades y comportamientos que moralmente sean aceptables, pero no hay derecho a decidir de una manera absoluta ni respecto a uno mismo, ni mucho menos, respecto a los demás. El hombre no es la medida de lo bueno y de lo malo; y, consecuentemente, si se impone esa conciencia de que yo lo puedo todo, de que yo puedo decidir de mi vida haciendo lo que me parece sin tener en cuenta mi dignidad personal y a mi prójimo, olvidando el bien común, no es de extrañar que se pueda llegar a posturas independentistas. No hay duda.
¿Ha seguido usted el juicio de 'La Manada'? Se habla que los chicos están muy influidos por la pornografía, que tienen una concepción del sexo más...
Hedonista, radicalmente hedonista. Bueno a mí no me extraña que en el ambiente general respecto a la moral personal y la moral sexual, que domina actualmente en la sociedad, de un relajamiento ético sin fronteras ni privadas, ni públicas, suceda lo de Pamplona. Que se den estos casos tan brutales, tan lamentabilísimos como lo ocurrido allí. Urge sanar las raíces humanas y espirituales de las que se alimentan estas conductas de jóvenes que hay que calificar como una barbaridad sin paliativo alguno. Si se trata del hecho de una violación, lo sucedido no puede ser más grave. Pero, aunque no hubiera sido así, aunque se tratase de una participación voluntaria de todos sus actores, asistiríamos a un tristísimo exponente de un trato íntimo en las relaciones personales, en el que la dignidad de la persona queda arrastrada por los suelos.
Es que el derecho ahora mismo es líquido también...
Es una palabra que no se suele usar en el lenguaje de la ciencia jurídica, pero sí, el término positivista. El positivismo jurídico es un fenómeno de una larga tradición científica y política, dominante sobre todo en la historia moderna del derecho. Sus manifestaciones más problemáticas se dan en el siglo XX, sobre todo en su primera mitad. Toda la gran crisis europea y mundial que significan la Primera Guerra y, muy especialmente, la Segunda Guerra Mundial, no se explica suficientemente sin tener en cuenta lo que supuso el factor de una concepción del derecho en la que éste era lo que el poder -incluso en el sentido más descarnado y despótico de la expresión- mandaba o prohibía a los ciudadanos. Claro, cuando el derecho se reduce a ser lo que dicta el que tiene el poder, también cuando es ejercido despóticamente, es decir, cuando, en cualquier caso, el derecho se concibe exclusivamente como el resultado del nudo ejercicio del poder y no representa la expresión normativa del ejercicio de una autoridad que se sabe vinculada por el bien del hombre, o, lo que es lo mismo, por el bien de las personas, formulado y garantizado en y con las categorías de los derechos fundamentales de la persona humana y del bien común, pues puede pasar cualquier cosa, y de hecho pasó en la Europa de las dos guerras mundiales. Es buena y provechosa todavía la lectura de la monografía de Romano Guardini Die Macht [El Poder], publicada en el año 1965.
¿Y ahora vivimos una situación parecida, usted cree?
Tentaciones para poder llegar a situaciones similares sí que las hay.
Se dice que el Papa Francisco es progresista...
La distinción -"progresista", "conservador"--viene un poco de los años 70, sobre todo, después del crucial 68, y nos ha acompañado hasta hoy mismo. Pero yo creo que quedó superada en la realidad, incluso en la realidad de los medios de comunicación, al menos en un amplio espectro de los mismos, con el pontificado de Juan Pablo II y Benedicto XVI y, por supuesto, con el del Papa Francisco. Hablar ahora de posiciones conservadoras o de posiciones progresistas en la Iglesia relacionadas con las verdades fundamentales de la fe, yo creo que no se puede hablar. No hay ninguna gran corriente teológica que se haya apartado del credo de la Iglesia ni hay ninguna gran realidad teológica o pastoral que se haya separado de las exigencias que para la acción apostólica, la predicación, la celebración de los sacramentos y los principios rectores que rigen la vida cristiana, establecidos en el Concilio Vaticano II y, luego, en el código de derecho canónico que lo refleja y concreta.
¿Qué tal está Benedicto XVI? Usted es de los pocos a los que escribe con una letra pequeñísima...
Le veo de cuando en cuando. Le he encontrado mejor que en junio del verano anterior, no en la movilidad, pero sí en el estado general, bueno, y en la frescura intelectual, en la frescura espiritual, que es muy propia y muy típica de él.
En alguna manera sí que contrasta el discurso de Ratisbona de Benedicto XVI con lo que dijo el Papa Francisco sobre el puñetazo que se le da a la persona que insulta a la madre, hablando de los dibujos de Charlie Hebdo de los atentados...
Lo que afirma el Papa en el discurso de Ratisbona -su tesis de fondo- es que la violencia para imponer la fe está en absoluta contradicción con la tradición cristiana y no sólo con la vivencia religiosa del cristianismo sino también con cualquier vivencia auténtica de lo religioso, incluso en el contexto de las tradiciones islámicas. El Papa Benedicto XVI, en ese discurso, que lo concibe como una lección universitaria en el marco académico de su antigua universidad, -un discurso de un extraordinario rigor teológico y de palpitante actualidad- quiere alertar de los peligros teóricos y prácticos que se desprenden de una experiencia religiosa desligada de la razón, cuando no contraria a ella, y de una razón ajena y cerrada al horizonte de la fe. Según él, hay que superar tanto "las patologías de la fe" como "las patologías de la razón".
Se le criticó mucho...
Sí, se le criticó en círculos relacionados con lo que podía llamarse el islamismo moderado. No se le interpretó bien. Cuando refiere una cita del emperador bizantino sobre el Islam, no es que la haga suya, sino que le sirve como punto de partida para desarrollar su reflexión teológica sobre la relación libertad religiosa-libertad del acto de fe y libertad política y jurídica.
¿Qué le parece la ley de memoria histórica?, que se vayan a cambiar calles y todo eso...
No es lo más oportuno que se haya podido hacer en el arranque del siglo XXI en España. No se debe olvidar que hemos pasado en la década de los 70 de una situación histórica, dramática y complicada, a una reconciliación efectiva entre los españoles con el proceso no sólo político-jurídico, que significó y significa la Constitución vigente del 78, sino también, con el trasfondo social, cultural y espiritual que lo inspiró y lo sustentó. Deberíamos dar por finiquitada esa visión de una historia de España, partida en dos Españas, que no se reconocen mutuamente, alumbrada por la Ilustración, crecida y debatida intelectualmente al socaire de nuestras dolorosas experiencias históricas de los siglos XIX y XX. Pues no tener en cuenta suficientemente lo que supuso la Transición, su valor -un valor que trasciende lo sociológico y lo político y que alcanza a los fundamentos mismos culturales y éticos de nuestro común camino en el presente y hacia el futuro- o querer revisarlo, de algún modo, ni es oportuno, ni bueno.
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