Una vecina como Práxedes siempre desentona. A primera vista en su vida todo era normal: era una mujer sencilla, hija de minero, casada con un electricista, madre de tres hijos, que vivía en un pueblo normal. Pero desentonaba en aquel Mieres de principios del siglo XX.
Y es que cuando una mujer se sumerge en Dios, puede resultar hasta peligrosa, porque adquiere una luz especial, una lucidez libérrima, que trae de cabeza al egoísmo reinante, y a todos los mediocres servidores del Altísimo. Y es que todo amigo íntimo de Dios, y eso son los santos, desentonan, porque Dios jamás es inofensivo.
Y para esta mujer Dios no era un disfraz, sino una espuela, un camino a recorrer, por eso Práxedes se metió hasta los ojos en ``el embarro fraterno'' de su querido vecindario. Porque es en el ''barro fraterno'' dónde están los problemas, los sufrimiento, la soledad, las dudas. Y ella estaba allí con su sencillez, , su laboriosidad, su amor a Dios, su entrega al marido y a los hijos, con su prudencia delicada.
Lo suyo era la santidad, pero sin ruido, sin falsedad, sin falsedad, sin grandezas. Los días de su vida eran para andar, andar, un paso tras otro, siempre hacia adelante, para sumergirse en ese Dios que desaparece, y para estar cerca de las necesidades de los vecinos.
Práxedes era así: una buena madre, buena vecina, humilde, sencilla, delicada, amable, servicial, generosa. Adorable. Toda su vida la vivió en un pueblo, sólo al final de su vida vivió en Oviedo, pero era la ''vecina'' que todo el mundo buscaba. Hoy , seis de octubre, se cumple el aniversario de su muerte, y Práxedes ha sido ya declarada Venerable, por el Papa Francisco, así que, ¡Ruega por nosotros!.
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