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viernes, 13 de octubre de 2017

Homilía del Sr. Arzobispo en la Festividad de Nuestra Señora del Pilar

Hermanos sacerdotes concelebrantes, Señor Delegado del Gobierno de España, Señor Coronel Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil en Asturias, autoridades militares, judiciales y civiles que nos acompañan, hermanos y hermanas en el Señor.

En esta fecha señera son varios los motivos que enmarcan el marco de nuestra fiesta. Porque recordamos una epopeya histórica de gran magnitud cuando se descubrió América haciendo de este día un festejo de hispanidad. La Virgen del Pilar centra nuestra atención como cristianos por una historia vivida con gratitud desde los primeros momentos de nuestra evangelización patria cuando nos trajo el mensaje de Cristo el apóstol Santiago. Y el día nacional hace que en estos momentos tengamos vivo el afecto y la plegaria para pedir por España y su unidad. La Guardia Civil está en las estrofas de nuestro agradecimiento.

Fue hace más de cinco siglos. La voz de Rodrigo de Triana desde la cofa de la carabela Pinta, hizo que se iluminase aquella noche como el amanecer de una historia fraterna que aún alumbra los caminos y los días. Habían sido dos meses y nueve jornadas de travesía. Eran las dos de la madrugada de aquel 12 de octubre inolvidable para aquellos pueblos y para nuestra España. Al día siguiente desembarcaron en la isla de Guanahaní (que ellos bautizaron como San Salvador), situada en el archipiélago de las Bahamas, y tomaron posesión de la nueva tierra en nombre de los Reyes Católicos, en nombre de la Corona de Castilla y Aragón.

Descubrir un mundo nuevo, nuevas gentes, nuevas tierras, encerraba una serie de intereses económicos, políticos y militares. Pero semejante hazaña, llevada a cabo por aquellos hombres con sus luces y sus sombras, sus gracias y pecados, tenía también otro objetivo. No sólo llevaban ambiciones comerciales, no sólo portaban arcabuces y soldadescas, llevaban también el evangelio, la cruz del Resucitado y un mensaje salvador que anunciar y compartir. Así se ha hecho el reconocimiento de estos pueblos hispanos hermanos nuestros con los que tenemos en común la lengua, la fe y el afecto mutuo. En un día como este, tenemos este recuerdo de una tierra y unos pueblos hermanos, que en una medida creciente también van haciendo un viaje inverso allegándose hasta nosotros para encontrar cabida en la madre patria y en nuestras iglesias diocesanas de España.

Pero debemos dar un paso atrás en el tiempo, porque mucho antes de esa efeméride histórica, el 12 de octubre es para nosotros una fiesta mariana muy querida y muy particular: nuestra Señora del Pilar. Hemos escuchado en el Evangelio de hoy, cómo una mujer sencilla le echó un piropo nada menos que a Jesús: “dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Es el piropo a la buena madre que debe llenar de gozo agradecido a un buen hijo. Y sin embargo, Jesús modificó tal exclamación. No porque quisiera poner gravedad ante un “¡viva tu madre!” que prorrumpió aquella mujer sencilla. Sino, más bien, porque Jesús quiso situar en su justa medida la alabanza, el piropo que en Él hacían a su madre. “Más bien dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,28). María quedó para siempre marcada por aquella palabra que se le invitó a escuchar cuando el ángel le anunció que podría ser madre del Mesías. Su reparo “¿cómo será esto si yo no conozco varón?”, no era la sospecha del escéptico, sino la petición de ayuda de quien se encuentra desbordado ante una palabra demasiado grande. Lo imposible para ti, es posible para Dios, fue la respuesta de ayuda que ella recibió. Y su reacción no se dejó ya escapar jamás: que esa palabra se haga carne de mi carne. Y Dios desde entonces la habitó.

María representa lo mejor de nuestra historia cristiana. La historia creyente de la Virgen María nos habla de un requiebro hermoso en la fatalidad cotidiana, para poder asomarnos con Ella y en Ella a cómo en la tierra de todos nuestros imposibles Dios puede hacer florecer su divina posibilidad. ¿Qué representa para nosotros lo imposible? ¿Nos atreveremos a ponerle nombre y circunstancia? Tantas cosas nos pueden resultar así de inasequibles, de desbordantes, hasta provocar las lágrimas que furtivamente hemos ido a compartir con la Dulce Señora en esa ermita escondida del corazón. Ella nos dice que Dios es más, que tiene recursos, que nos sabe amar y que es el único que no juega con nuestra felicidad, trocando de este modo nuestro llanto en danza, quitándonos los lutos para revestirnos de la mejor algazara de una fiesta sin par.

Ella guardó en su corazón lo que Dios le decía y lo que Él a veces callaba, reconoció el paso del Señor cuando era patente su compañía y cuando parecía que no estaba. Así nos enseña María a vivir la vida: desde lo que el Señor dice y desde lo que calla, desde su presencia evidente y desde su ausencia aparente.

Si las piedras que sostienen la Basílica del Pilar pudieran hablar, nos darían testimonio de la petición de tantos hermanos nuestros que a través de los siglos han ido y venido precisamente a ese lugar buscando el pilar que es capaz de sostener la firmeza ante cualquier zozobra y contradicción. Es el pilar símbolo de un sí en el que comienza la historia cristiana, y en ese sí de la Virgen el pueblo cristiano no ha cesado de fundamentar su fe que se ha dilatado misioneramente por toda la hispanidad.

Cuenta la tradición que el apóstol Santiago, llegó hasta el Finisterrae de entonces, nuestro suelo patrio, para anunciar el Evangelio. No le debió ir del todo bien y desfondado, se sentó a la orilla del río Ebro, en la Zaragoza de entonces, con un gesto de cansancio fatal. Santa María se hizo presente en el corazón abatido de Santiago, y el que fuera llamado el hijo del Trueno quedaría fulminado no por la cerrazón y dureza de sus impávidos oyentes, sino por la ternura acogedora de aquella mujer que fue constituida en madre de todos al pie de la cruz.

Por último, esta fecha nos emplaza a la fiesta nacional de un pueblo que tiene la edad como patria unida de los cinco siglos que nos contemplan en toda su lontananza. Es un desfile de años y años en el que hemos podido pasear lo mejor de la entraña de lo que significa España. Con nuestros altibajos, con las invasiones que hemos sufrido desde fuera y lo que internamente también demasiadas veces nos ha enfrentado como hermanos. Pero la riqueza plural de nuestra tierra y nuestra historia, pone el espacio y el tiempo para reconocer con gratitud la idiosincrasia que nos identifica con el nombre y la bandera de este pueblo llamado España.

No es fácil el momento que ahora vivimos. Pero saldremos airosos, así lo creo y lo espero. Por encima de intereses inconfesados en quienes pretenden proteger sus corrupciones varias, por encima de los que se empeñan en imponer su anarquía antisistema para romper España y debilitar Europa, por encima de la mediocridad asustada de algunos políticos y la felonía torpe de algunos clérigos, por encima de todo esto está la nobleza de un pueblo que no quiere dejar que se le escape lo mejor de su historia, lo mejor que nos une siendo distintos como pueblos diversos, lo mejor del compromiso de nuestros dirigentes excelentes, de nuestros jueces y fuerzas de seguridad, gente buena, responsable y honesta desde su ámbito vela por el bien común.

Hoy, en este día tenemos una mirada especial a la Guardia Civil, que se honra en tener como Patrona a la Virgen del Pilar. Vuestro benemérito Instituto vela por la paz de nuestro Pueblo, de nuestras tierras, de nuestras gentes. Con el riesgo de su vida y la entrega cotidiana de su tiempo y dedicación, nos acompañan como garantes no de un orden sin más, sino de un orden en el que se hace posible la convivencia en el respeto, en la justicia y en la paz de un Estado de Derecho. Pedimos por todos vosotros, por vuestra alta misión, para que también nos sostengáis a los ciudadanos cada vez que cualquiera pueda atentar de cualquier modo contra esos valores de la vida, la paz y la justicia, que coinciden con los mismos que el Señor nos ofreció, los que Santiago el Apóstol nos predicó, y la Virgen del Pilar nos sustenta en su santa Columna. Pedimos por vosotros para que –al igual que otras fuerzas de seguridad militares, policiales y judiciales, a las que también agradecemos su presencia y brindamos nuestro afecto y gratitud–, no dejéis de realizar vuestra bella y fundamental misión. La brillante historia de la Guardia Civil nos permite saludar con vosotros la bandera de una Patria común que desde hace más de 500 años hace de nuestro Pueblo una unidad territorial, una unidad cultural y una unidad de fe cristiana. Pido al Señor que no se rompa esta unidad, y en la medida que a vosotros os corresponda, no dejéis de aportar vuestra impagable tarea de salvaguarda de los valores que fundamentan esta triple unidad que han hecho de nuestra Patria de España algo tan hermoso y tan fecundo en la mejor hispanidad.

Tenemos un recuerdo por vuestros compañeros que tanto en España como en otras partes de mundo llevan adelante con alto riesgo, su aportación particular en beneficio de la paz. Y de un modo especial a aquellos que han caído con la ofrenda suprema de la vida. A todos vosotros y a vuestras familias, nuestro afecto y reconocimiento, junto con nuestra más sentida oración.

Queridos hermanos tal y como lo hemos pedido en la oración principal de la Misa de este día: que la intercesión de María fortalezca nuestra fe, haga segura nuestra esperanza y dé firmeza a nuestro amor. Es la vida teologal del cristiano que viene amparada, acompañada y sostenida por la ayuda materna de Santa María, como también ella sostuvo al apóstol Santiago a orillas del río de su cansancio, de su temor y de su fuga.

El Señor y su Madre bendita os conceda siempre el regalo del bien y el don de la paz.

+ Jesús Sanz Montes, OFM
Arzobispo de Oviedo,
Oviedo, 12 de octubre 2017

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