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jueves, 12 de octubre de 2017

Carta del Sr. Arzobispo

Pilar de certeza y faro de esperanza

La nuestra es pequeñina y galana. Así decimos de la Santina en Covadonga. Pero hay otra imagen todavía más diminuta en su santuario zaragozano. La Basílica del Pilar la guarda con el amor que el pueblo aragonés trata las cosas que quiere de veras. Tiene sabor de patronazgo hispano y la imborrable hazaña descubridora que está unida para siempre a su fecha.

Pasé años entre Huesca y Jaca con mis primeros años de obispo y guardo esa dulce nostalgia al llegar esta fecha, cuando se atisba el color de los bosques ocres y amarillos, y se percibe el frescor de las primeras nieves que adornan las cumbres de su Pirineo. La Pilarica sabe también de llantos y sonrisas en la plegaria de los fieles que a ella se allegan, convirtiéndose por capricho de calendas en fiesta de toda la Hispanidad, cuando en su día allende los mares se descubrió intuida y ensoñada otra tierra.
Hace cinco siglos sucedió esa epopeya de la historia universal con el descubrimiento de América. Descubrir un mundo nuevo, nuevas gentes, nuevas tierras, encerraba una serie de intereses económicos, políticos y militares. Tamaña hazaña, llevada a cabo por hombres con sus luces y sombras, sus gracias y pecados, tenía también otro objetivo. No sólo llevaban ambiciones comerciales, no sólo portaban arcabuces y soldadescas, llevaban también el evangelio, la cruz del Resucitado y un mensaje salvador que anunciar y compartir como enseña. Es el reconocimiento de estos pueblos hispanos hermanos nuestros con los que tenemos en común la lengua, la fe y el afecto mutuo. Pero antes de la efeméride histórica, el 12 de octubre es para nosotros una fiesta mariana: nuestra Señora del Pilar. Hoy nos hacemos peregrinos de ese santuario zaragozano que nos reclama nuestra mirada y nuestra devoción.

María representa lo mejor de nuestra historia cristiana. La historia creyente de la Virgen nos habla de un requiebro hermoso en la fatalidad cotidiana, para asomarnos con Ella y en Ella a cómo en la tierra de todos nuestros imposibles Dios puede hacer florecer su divina posibilidad. ¿Qué representa para nosotros lo imposible? ¿Nos atreveremos a ponerle nombre y circunstancia? Tantas cosas nos pueden resultar así de inasequibles, de desbordantes, hasta provocar las lágrimas que furtivamente hemos ido a compartir con la dulce Señora en esa ermita escondida del corazón. Ella nos dice que Dios tiene recursos, que nos sabe amar y que es el único que no juega con nuestra felicidad, trocando de este modo nuestro llanto en danza, quitándonos los lutos para revestirnos de la algazara de una fiesta que no acaba.

Cuenta la tradición que el apóstol Santiago, llegó hasta el Finisterrae de entonces, nuestro suelo patrio, para anunciar el Evangelio. No le debió ir del todo bien y, desfondado, se sentó a la orilla del río Ebro, en la Zaragoza de entonces, con un gesto de cansancio fatal. María se hizo presente en el corazón abatido de Santiago, y el que fuera llamado el hijo del Trueno quedaría fulminado no por la cerrazón de sus ingratos oyentes, sino por la ternura acogedora de aquella mujer que fue constituida en madre de todos al pie de la cruz.

Santiago y la Virgen del Pilar en esta fiesta señera, nos mueven a pedir por este pueblo que los tienen como patronos y protectores en la tierra. Que si Santiago es patrono de España, la Pilarica aúna en su fiesta a una nación entera. A ellos nos encomendamos para que lo que nos une en la España toda, sea motivo de alegría fraterna y no división cicatera. Pedimos para que la unidad permita el abrazo de hermanos que saben tejer con sus hilos plurales el bordado bello y pacífico de una serena convivencia.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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