Te precede la aurora, peregrina, por senderos de flores y de estrellas,
y a tus pies en la tarde acompasada hay fervor de plegarias y promesas.
Hoy Asturias te rinde pleitesía
y trata de seguir también las huellas
que van desde tu amor a nuestras almas,
que nacen del fervor y a ti regresan.
Tú, -la madre de Dios, la excelsa madre,
patrona de santuarios, en iglesias
y en ermitas de mil advocaciones,
donde el alma del pueblo reverencia
tus misterios de gozo o de quebranto,
en la alegre liturgia de sus fiestas-,
no eres Virgen de aquí, o de allí, ¡oh María!,
tú eres una, y por tal se te venera,
la Virgen en La Luz, o en Covadonga,
o en cualquier santuario que te alberga,
sólo cambia tu nombre, tu figura,
tus adornos, tu faz, tu vestimenta.
por las altas montañas de Judea,
hacia el templo después, luego hacia Egipto,
y de nuevo a tu patria nazarena.
Hoy también sigues, madre, como entonces
recorriendo los pueblos de esta tierra
que fue cuna de España. Y sus montañas
son cual manos orantes que se elevan
hacia el cielo pidiendo protección
en rosario de agrestes cordilleras,
que hasta aquí transportó la fe algún día,
fe de un pueblo que te ama y te venera
en ese altar mayor que es Covadonga,
inmensa catedral de sueño y piedra.
De piedra fue la gruta que albergó
el cuerpo de tu hijo, hasta que viera
la luz resucitada del domingo
que disipó por siempre las tinieblas.
De piedra fue la cueva en la que, santa
una noche, al Dios vivo nos nacieras.
Y de piedra es la gruta en donde brota
una larga liturgia de siluetas,
en torrente de sombras y recuerdos
que la luz de los cirios desperezan.
Excavada en la piedra era la casa
humilde en Nazaret, donde creciera
tu hijo. Sobre piedra inconmovible
quiso él levantar su propia Iglesia.
Y de piedra es el templo que se iza
como grácil paloma mensajera,
que descansa un momento de aquel vuelo
que hace ahora cien años emprendiera.
Basílica de Covadonga, piedra y sueño,
basílica que al cielo se alza esbelta,
tejiendo con la ahuja de sus torres
un manto de silencios y de nieblas.
Del sepulcro de piedra salió un día
Cristo vivo, que es piedra verdadera;
y hoy también de la roca que nos salva
resucitan tus torres berroqueñas,
mostrando sus heridas luminosas
en las altas ventanas y rosetas
y la herida del pecho
estallando de luz en las vidrieras.
Basílica de Covadonga, luz y ensueño,
son tus torres cien años de grandeza,
sobre ellas la brisa de la tarde
acongoja la paz de tus veletas
que indican al cansado peregrino
de un descanso final la oculta senda.
Mas también Tú, oh María, eres basílica
posada en pedestal de oro y madera,
y es tu manto jardín, parque florido,
donde Dios cada tarde se recrea,
de marfil eres torre, y es tu imagen
ascensión vegetal, mística hoguera,
saliendo del sepulcro de la gruta
entre aromas de lirios y violetas.
Y es un lago de ensueños tu mirada
cuyas aguas purísimas serenan
las nieves de los altos ventisqueros
para brotar después bajo la Cueva.
En tu mano la rosa de los vientos
es símbolo de amores y de entregas,
sembrada de recónditos silencios,
rosa y brújula en tu mano, nos orienta
hacia el niño divino en tu otra mano,
como tú, coronado con diadema,
que es corona la roca con que ciñe
en su paz vuestra frente el monte Auseva.
Y es también asunción tu imagen niña:
Tres ángeles... la aúpan y la elevan,
guarecidos del frío y de la nieve
bajo un manto de mística arboleda,
tal parece que cantan a porfía:
“¡Que llueva, que llueva...!”,
que es de gracias divinas una lluvia
cada vez que en tu amor la fe se anega.
Tres ángeles... que un día fabricaron
esa cruz que de Asturias es emblema,
o acaso son los tres que le anunciaron
a Abrahán una larga descendencia...
Tres ángeles... que en asunción gloriosa
a tus pies, y de Dios la orden esperan
para subirte más y más arriba,
para tenerte luego aquí más cerca.
Y hoy llegaste hasta aquí ¿cómo decirte
cuánto gozo es tenerte a nuestra vera?
¡Y qué bien se está así, Virgen María,
a la sombra de Dios, bajo esa tienda,
que es tu manto, plantada entre los tuyos,
tabernáculo vivo que despliega
un Tabor entre trigos y amapolas
donde el viento tu nombre deletrea!
Haz que oigamos la voz que nos invita
a seguir sin cansancios la tarea
en los campos sembrados por tu mano
y que a punto ya están para la siega.
Haz que el “Sálvame, madre, y salva a España”
resuene como nunca hoy con más fuerza
y haz que el ángel que vela por Asturias
la ampare en esta hora y la defienda.
Y a la vez intercede por nosotros,
nosotros, que con lágrimas sinceras
pedimos tu presencia en dos momentos,
los únicos que colman la existencia:
el ahora, el aquí, en esta hora
-del ayer y el mañana ¿quién se acuerda?-
y en la hora final, aquel momento
en el cual cada uno dará cuenta
de este duro camino que es la vida.
Suplícale, pues eres madre buena,
madre de Dios y de misericordia
vida, dulzura y esperanza nuestra,
que olvide nuestros yerros y pecados
y juzgue nuestras faltas con clemencia.
Y así, podremos todos algún día
contigo disfrutar de paz eterna,
contigo y con tu hijo Jesucristo
en la gloria del Padre. Que así sea.
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