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viernes, 15 de septiembre de 2017

Carta del Sr. Arzobispo

En Covadonga, la cita. En la vida, su regalo

Salta el sopor de una vida cotidiana demasiadas veces abrumada por el run-run que la hace mediocre y cansina. Y entonces surge un pretexto, una especie de excusa amable para sacudirnos esa inercia que llena de fatiga y de bostezos nuestros días. El pretexto es una ocasión de fecha redonda, esa que acabamos de estrenar mirando a nuestra Señora en su Santa Cueva de Covadonga. Es cierto que la vida sigue igual en sus envites, en sus convites, en sus cuestas arriba y sus cuestas abajo. Pero hay algo que nos hace ponernos en vilo por un año especial que sabe a fiesta, que nos despierta, que trata de orientar nuestra mirada y encauzar nuestro esfuerzo, poniendo nombre a la ilusión, color a la esperanza, como quien se apresta a estrenar algo aunque tenga siglos de andanzas.

Covadonga está vestida de fiesta mirando a la Santina coronada. Cien años presidiéndonos con este tocado la que es sierva del Señor, Madre nuestra y Reina de esas montañas. Pero son siglos ya, trece nada menos, los que María tiene en su haber acompañando a nuestro pueblo que al pie de la Cruz en la persona del apóstol Juan le fuera confiado. En esas montañas nació un pueblo que tuvo y tiene latidos cristianos. Son antiguas las rodadas por las que los pies peregrinos han subido a Covadonga a través de los siglos. Pies que han surcado tantos caminos que saben de lodos movedizos y arenales mullidos, de bosques umbrosos y de soles rendidos, de la paz que nos hace concordes y de las diferencias que acaban en conflicto. Pero al final de la andadura, encontramos una casa habitada por la Madre que en Dios nos hace sus hijos, una casa encendida en la que ser hermanos se convierte en un regalo tan necesario como inmerecido. Hasta allí nos allegamos los que buscamos quien pueda encender una luz alumbradora en nuestras penumbras, una respuesta verdadera para nuestras preguntas todas, un bálsamo amigo para las heridas del camino. En ese valle del Auseva, son ya siglos en donde la luz, la respuesta y el bálsamo se han dado cita para abrazar como una gracia a quienes en su vida son mendicantes del bien y de la paz, de tantas cosas hermosas todavía no escritas ni vividas.

Labios de mujer nos lo cuentan, sus entrañas vírgenes lo han concebido, su solicitud materna lo reparte: es Ella la que nos da a su Hijo. Así hace la Santina discretamente en ese rincón de Asturias, patria tan querida donde tuvo comienzo Hispania, enclave tan bendecido por la belleza natural, tan rico en una historia cristiana a la que pertenecemos, y corazón espiritual de nuestra más genuina idiosincrasia en donde palpitan latidos auténticos que nos abren a lo bello y lo verdadero.

Comenzamos así el año jubilar mariano en honor de nuestra Señora, en el primer centenario de su coronación canónica. Año lleno de esperanza, ilusión y agradecimiento. Rezaremos por el Papa Francisco para que nos confirme, como hizo Pedro en la hora primera, en la fe de la Iglesia que custodia la tradición cristiana. Pediremos también perdón de los pecados, de tantas cosas mejorables en nuestra vida ante Dios y ante los hermanos. Y nos dejaremos mirar por María, la de los ojos grandes y dulces, que sosteniendo la carita del Niño Dios que en ella clava sus ojitos, contempla a quienes peregrinos de la vida, nos allegamos en este año jubiloso para no sabernos solos ni solitarios en esa casa habitada y encendida en donde nacemos como hijos y nos hacemos hermanos. Este es el regalo que se nos brinda en un bendito centenario, en el que hacemos memoria de la Reina y Madre que llena de ternura y solicitud nuestra vida y nuestros años.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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