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miércoles, 2 de agosto de 2017

Los cuerpos y las almas. Por Juan Manuel de Prada

(ABC) En el célebre pasaje del Juicio de Salomón, el Rey de Israel entregaba el hijo en disputa a la mujer que clamaba por su supervivencia. Basta recordar este episodio y compararlo con la aberrante parodia judicial que ha precedido a la muerte del niño Charlie Gard para que entendamos cómo la iniquidad ha suplantado a la justicia, ante la pasividad (¡y hasta el aplauso!) de las masas cretinizadas. Sobrecoge comprobar que un juez pueda decretar alegremente la muerte de un niño enfermo, acallando a los padres que claman por su supervivencia, impidiéndoles que traten de curarlo con tratamientos alternativos, prohibiendo incluso que el niño pueda morir en su casa. Para que todas estas aberraciones puedan perpetrarse con amparo legal ha tenido que producirse antes un eclipse de la conciencia acongojante; y una malversación completa del Derecho.

Para lograr la aceptación social de la eutanasia, los medios de adoctrinamiento de masas eligen estratégicamente casos extremos y bizantinos, presentándolos como pugnas entre la voluntad del enfermo que desea poner fin a sus sufrimientos y unas estructuras opresivas y oscurantistas. Pero en el caso de Charlie Gard concurrían unas circunstancias muy especiales que nos permiten vislumbrar el infierno totalitario que se oculta tras esa máscara falsamente compasiva. Aquí el niño Charlie Gard no podía expresar su voluntad de supervivencia; pero en su nombre la expresaron las únicas personas que estaban legitimadas para hacerlo, en uso de las atribuciones que les confería la patria potestad. Es, en efecto, obligación de los padres velar por la salud de sus hijos y luchar por su supervivencia, así como representarlos legalmente; pero la iniquidad disfrazada de justicia les impidió cumplir con su obligación.

La patria potestad ha sido siempre una institución odiada y combatida acérrimamente por el Leviatán moderno, que para imponerse en plenitud necesita envilecer a las nuevas generaciones, apartándolas de la influencia familiar y convirtiéndolas en jenízaros de su religión monstruosa. Para lograr la debilitación de la patria potestad se han perpetrado todo tipo de aberraciones que han ido convirtiendo la familia en un campo de Agramante: se ha adelgazado la protección del matrimonio, se ha fomentado el divorcio, se han exaltado las formas caprichosas de convivencia, se han alentado (con la golosina de la igualdad) la competencia entre los sexos y la ruptura entre las generaciones, se han promovido todo tipo de injerencias abusivas, desde dificultar la libre transmisión patrimonial entre padres e hijos hasta anular por completo el derecho de corrección de los padres. Pero, pese a tantas agresiones que la han debilitado hasta la consunción, la patria potestad todavía subsistía, como reliquia de un tiempo pretérito.

El caso de Charlie Gard nos demuestra que la patria potestad es una institución definitivamente conculcada por un Leviatán que está preparado para lanzar su última ofensiva. Este Leviatán, sin embargo, no sería del todo temible si sólo quisiera matar los cuerpos; el problema es que también quiere matar las almas. Lo está haciendo ante nuestra pasividad, en las escuelas convertidas en corruptorios oficiales donde nuestros hijos son adoctrinados en los dogmas de una religión monstruosa. En el fondo, lo que han hecho con el cuerpo de Charlie Gard es mucho menos bestial que lo que se disponen a hacer con las almas de nuestros hijos. Sospecho, incluso, que al matar el cuerpo de Charlie Gard, sólo deseaban hacer una exhibición de fuerza y comprobar que nada infringe nuestra pasividad. Ahora ya saben que podrán matar las almas de nuestros hijos sin que rechistemos, ahora ya saben que nadie clamará por su supervivencia.

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