Llega el verano y con él las vacaciones escolares y un montón de tiempo libre para nuestros hijos. A la mayoría de nosotros, padres y madres de familia, nos asalta la duda: “Dos meses por delante, muchos días de ocio… ¿qué deberes o tareas debe hacer nuestro hijo?”.
Es probable que los maestros y profesores de vuestros hijos os hayan facilitado un cuadernillo de fichas o recomendado algún libro para repasar y afianzar lo aprendido durante el año y no perder el hábito de trabajo. La iniciativa es muy positiva y como el día es muy largo, organizándose bien da tiempo para todo.
El verano nos brinda una oportunidad maravillosa para pasar más tiempo con nuestros hijos, hacer planes juntos y conocernos mejor. Es un momento ideal para mejorar el desarrollo emocional y afectivo de nuestros hijos a través de tareas que les ayuden a fortalecer su autoestima, conocer sus propias fortalezas y debilidades, mejorar la confianza en sus propias capacidades y reconocer sus propias emociones y sentimientos. Es muy complejo determinar una receta para todos, dado que cada persona es un mundo y cada familia un universo, pero sí podemos tener en cuenta una serie de propuestas para después adaptarlas a nuestro propio contexto familiar.
Realizar actividades que supongan un “reto posible” para nuestros hijos dentro de sus posibilidades, o lo que es lo mismo, dentro de su zona de seguridad. Verbalizarles que confiamos en ellos. De manera que pueda darse cuenta que es capaz de realizar muchas más cosas de las que se considera capaz y que las dificultades que pueda encontrarse podrá solventarlas buscando y sabiendo “pedir ayuda”. De esta manera les estaremos transmitiendo una actitud positiva ante la vida: “yo puedo, soy capaz, confío en mí”.
Ejercitar la “escucha activa”. Buscar momentos, a lo largo del día, en los que podamos conversar en familia y en particular con cada uno de nuestros hijos, respetando los tiempos y evitando interferencias. Comunicarles nuestros sentimientos y escuchar los de ellos, después de haber pasado un día juntos realizando una determinada actividad, fomentará una relación de empatía mutua muy positiva: “Sentirse escuchado y comprendido es sentirse valorado y querido”.
Fomentar momentos para “reírnos juntos” y sobre todo para “reírnos de nosotros mismos”. La risa genera distensión, apertura a los demás, aceptación de nuestras propias debilidades y dificultades, pero sobretodo, fortalece los vínculos afectivos y minimiza nuestro sentido del ridículo que en muchas ocasiones se convierte en una barrera para nuestro desarrollo personal: “Bienaventurados los que se ríen de sí mismos porque nunca se aburrirán”.
Facilitar momentos para “disfrutar de las pequeñas cosas” y “expresar gratitud”. Enseñarles a disfrutar de las pequeñas cosas, a valorar y sentirse afortunados por lo que tienen, en lugar de ansiar lo que no tienen y a dar las gracias por todo ello, nos va a ayudar a toda la familia a sentirnos más felices y ser más optimistas.
Estas sencillas pautas nos ayudarán a disfrutar de nuestros hijos y llegarán a septiembre con las pilas emocionales y afectivas cargadas. ¿Os atrevéis a ponerlo en práctica?
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