Nos había
quedado en “el tintero” este artículo de 2013 sobre esta peculiar Lugonina, que
por “justicia” y “mejor tarde que nunca”, reproducimos aquí:
Nace en 1.918
el seno de una familia humilde de Lugones. Es la última de cuatro hermanos: Isidro, Darío, Guillermo y ella, que lo hace
con el nombre de Natividad. Su padre, Guillermo, trabajaba en la Fábrica de
Armas Santa Bárbara; su madre, Mercedes, se dedicaba a las labores domésticas y
al cuidado de los hijos.
Participa desde
muy joven en misiones catequéticas y representaciones de teatro en su Parroquia
de San Félix de Lugones, donde es muy querida y donde hizo muchas amistades con
las que siempre (incluso durante su vida
monacal) mantuvo el contacto, reuniéndose con frecuencia con algunas de sus
amigas de ese tiempo.
La Guerra Civil le hizo
vivir unos momentos muy duros y dramáticos en su vida, conviviendo de cerca con
el hambre, la muerte y la injusticia. Fue capturada por “los milicianos” y
aunque la respetaron en su integridad, la maltrataron por ser cristiana y estar
vinculada a la Parroquia, obligándola a coser, limpiar, cocinar y hacer de
asistenta para ellos.
En 1.951, con
33 años, entra en el Convento de las Salesas de Oviedo, que no abandonará ya
nunca hasta su muerte, y en 1.958 profesa solemnemente como Hermana Externa. Con problemas de
bronquitis crónica, de la que tiene que ser tratada con frecuencia y una
importante cardiopatía que afecta a su sistema vascular, fallece en su convento
del Naranco a los 92 años el 11 de Junio de 2013, tras hacer en él sus Bodas de
Oro como religiosa.
La Madre
Superiora de este Monasterio, Mª Rosa, que
amablemente nos recibe y nos facilita los datos que aportamos, la define como muy respetuosa, alegre y cordial; muy
trabajadora (atendía la portería y se esmeraba con la gente que visitaba el
convento). Discreta, obediente, caritativa y disciplinada; diciéndonos que
su frase era: “Soy hija de la obediencia”. De profunda sensibilidad ante las
desgracias (lloraba con facilidad)
fue lo que le motivó a colaborar activamente en ese campo, ubicando en una
parte del monasterio a un Padre Jesuita que atendía a niños desamparados, para
los que ella y toda la Comunidad cosían y cocinaban, atendiendo las necesidades
de los pequeños recogidos.
Al final de la
existencia de sus padres, su progenitor estaba medio ciego y desvalido, lo que
hizo que la familia directa del mismo lo llevasen con ellos para atenderle. A
su madre, totalmente demenciada y con alzheimer, se la trajo con ella al propio
convento, cuidándola con mimo y ternura hasta su muerte. Descanse En Paz.
Joaquín, Párroco
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