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jueves, 8 de junio de 2017

¿Fue Jesucristo Sacerdote?.Por Pedro Trevijano

El Sacerdocio de Jesucristo era para mí, y sigue siendo, una verdad inconcusa e indiscutible. Sin embargo desde que escribo en periódicos digitales me estoy encontrando con personas que niegan el Sacerdocio de Jesucristo. No hace muchos días me he encontrado con esta afirmación que resume la argumentación de los que así piensan: «Jesús no se propuso fundar una nueva religión, sino sólo reformar la suya, y como laico no tenía capacidad para consagrar sacerdotes. Dicho
con todo respeto: Jesús no fue el primer cristiano hasta que sus seguidores lo convirtieron en Cristo».

Es indiscutible que Jesús, de la tribu de Judá, no fue un sacerdote de la religión judía. Pero nuestra fe nos enseña que Jesús es el sacerdote por excelencia del Nuevo Testamento, de la Nueva Alianza. En este sentido son muy significativas las lecturas de la Misa de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. La del Antiguo Testamento, Isaías 52,13-53,12 es el episodio del Siervo de Yahvé que se ofrece en sacrificio por nuestros pecados y carga con ellos para conseguirnos la justificación. La del Nuevo Testamento, Hebreos 10,12-23, nos presenta a Cristo como el gran Sacerdote que, «habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios» y «con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados», mientras el evangelio es Lucas 22,14-20, en el que se nos narra la institución de la Eucaristía.

El Concilio de Trento aborda esta diferencia entre el sacerdocio judío y el de Jesucristo en su Doctrina acerca del santísimo sacrificio de la Misa. Dice así: “fue necesario, por disponerlo así Dios, Padre de las misericordias, que surgiera otro sacerdote según el orden de Melquisedec (Gén 14,18; Sal 109,4; Heb 7,11), que pudiera consumar y llevar a la perfección a todos los que habían de ser santificados (Heb 10,14)”… «ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino y bajo los símbolos de esas mismas cosas, los entregó, para que los tomaran, a sus Apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento» (Denzinger nº 938).

Este texto nos plantea un problema: ¿quién era Melquisedec?: «Melquisedec, rey de Salem, sacando pan y vino, como era sacerdote del Dios Altísimo, bendijo a Abram» (Gén 14,18-19), quien a su vez «le dio el diezmo de todo» (Gén 14,20), reconociendo así Abram la supremacía del otro, por lo que la Iglesia ha visto en Melquisedec la prefiguración del sacerdocio de Cristo.

No sólo Cristo es Sacerdote, sino que en realidad hay un único Sacerdocio, el de Cristo. Por ello nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, ‘único mediador entre Dios y los hombres’(1 Tim 2,5)» (nº 1544); «El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdocio de Cristo: se hace presente por el sacerdocio ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo; ‘Y por eso sólo Cristo es un verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos’» (nº 1545).

Con todo esto creo se puede decir que no sólo Cristo es Sacerdote, sino que su Sacerdocio es una verdad de fe. Todos los demás sacerdocios, el común de los fieles, el ministerial de los sacerdotes y obispos lo son por participación en el único sacerdocio de Cristo. Quienes niegan el Sacerdocio de Cristo, se olvidan del pequeño detalle que la segunda Verdad de Fe más importante del Cristianismo, no ya sólo del Catolicismo, (la primera es un solo Dios en tres Personas), es que la Segunda de estas Personas, el Hijo se ha hecho hombre para salvarnos por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección, y abrirnos así las puertas del Cielo, haciéndonos participar en la vida trinitaria. Claro que para entender esto, se necesita aceptar la resurrección de Cristo y la realidad de la vida sobrenatural. Es decir, se necesita la fe, porque si no tenemos fe, tenemos que quedarnos con que la única realidad existente es la realidad material. Personalmente me niego a eso, porque supone, entre otras cosas, que mi máxima aspiración, ser feliz siempre, es inalcanzable, con lo que seríamos víctimas de una gigantesca y terrible estafa. Por ello concluyo: Creo en Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.

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