Subir a Covadonga siempre es un regalo para nuestra vida cristiana que se nutre y se acrece al amparo de nuestra madre la Santina. Con esta actitud subimos un nutrido grupo de cristianos que conformamos la comunidad diocesana. Íbamos a trabajar mirando el curso pastoral entrante, teniendo a las espaldas el que acaba de terminar. Nos proponíamos dar gracias, reflexionar sobre los desafíos y urgencias, y esbozar una programación que ponga delante de modo ordenado lo que entendemos que podemos hacer en los meses que nos aguardan cuando comience en septiembre, tras la fiesta de la Virgen de Covadonga, en nuevo curso pastoral.
Subimos con la ilusión de quien conserva toda la lozanía del encanto de la vez primera cuando fue llamado y enviado a la viña. También con el desgaste variopinto que inevitablemente nos acarrea la vida entre las prometedoras primaveras y los agostadores estíos. Acaso con la inhibición de quien se enfrasca en su lámpara de Aladino, ensimismado en su pobre espejo de narciso, o con la ansiedad de quien se cree la medida de todo el universo y vive inquieto en el frenesí de sus intentos jamás colmados ni cumplidos.
Pero también acudimos a esa cita desde la certeza de que somos pobres siervos, que llevan en sí un tesoro escondido en una vasija de barro, portadores de una presencia que nos supera y portavoces de una palabra inmensa, que nuestras manos reparten y nuestros labios relatan con la confianza de un niño y la docilidad de un discípulo nunca amaestrado. Y así llevamos la convicción largamente vivenciada de que no somos Dios que todo lo puede, todo lo sabe y todo lo tiene, pero estamos ciertos de que lo que yo no puedo Dios lo hace posible con los que ha puesto a mi vera, lo que yo no sé Él me lo enseña en los hermanos que me ha dado, lo que yo no tengo me lo regala gratis en los que me ha dado como fraterna compañía.
Estuvimos las tres grandes vocaciones cristianas: sacerdotes, consagrados y laicos, que somos los que componemos en realidad este Pueblo de Dios al que pertenecemos. También estábamos todas las realidades de nuestra rica y variopinta geografía diocesana: las parroquias más rurales, las más urbanas y las que pueden ser parroquias intermedias por su población y ubicación en nuestra tierra, que eran representadas por los arciprestes. Finalmente, todas las realidades pastorales que tenemos vivas en la Diócesis, estaban allí presentes con sus delegados y delegadas episcopales: catequesis, enseñanza, liturgia, jóvenes, cáritas, vocaciones, penitenciaria, sordos, bienes culturales, universidad, cultura y nueva evangelización, medios de comunicación, peregrinaciones, cofradías, etc.
Vimos que con todo el trabajo previo que se había realizado semanas atrás, emergían dos temas importantes: la formación integral de nuestro pueblo cristiano en todos los sentidos y la necesidad de reconfigurar las unidades pastorales de otra manera para poder llegar a todas las comunidades de un modo adecuado ante la precariedad vocacional de sacerdotes. Por último, una efeméride particular como es el primer centenario de la coronación canónica de la Santina de Covadonga, con todo un programa amplio y ambicioso: dimensión religiosa y sacramental, dimensión cultural y dimensión social y misionera. Llegará el momento de explicar con detalle este año santo jubilar mariano.
Fue un encuentro gozoso, en donde la oración, la reflexión y la fraternidad, hicieron de los dos días que duró, un momento de gracia para todos nosotros y para la Diócesis por el modo de trabajo en verdadera comunión eclesial.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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