Los funerales se han convertido en incienso para el muerto de turno, logrando únicamente con ello tirar la semilla en terreno pedregoso, entrando al trapo del acto social. No ayuda en nada, sino al contrario perjudica al pueblo de Dios, que algunos sacerdotes prediquen tal día alabanzas sobre difuntos cuya existencia terrena fue un vivir de espaldas al Creador. Hacer ese día alabanzas con quién no se las merece es un anestesiar la conciencia de creyentes y familiares, engañar a los fieles y suplir por un inmerecido panegírico la Palabra de Dios, que ha de resonar especialmente en ese día para los vivos.
Sobre el tema decía un día un sacerdote con sorna, que en los últimos treinta años ha habido más canonizaciones en las parroquias y cementerios de nuestro país que en la plaza de San Pedro del Vaticano ¡y no le faltaba razón! Pero, me pregunto, ¿ha servido de algo? Sí, para lo contrario de lo pretendido: ha valido para desvalorar y desvanecer la vida cristiana de nuestros pueblos donde las familias ya no se preocupan de rezar, ¿para que?, ¿no ha dicho el cura que ya está en el cielo?...
Un amigo me contaba que en su pueblo había un monje trapense, el cual a sus ochenta y pocos años había regresado al pueblo para presidir el funeral y sepelio de su hermano; ¿saben que dijo en la homilía?, pues recomendó orar por él vivamente y vivir mortificados para ayudar al alma de ese ser querido a librarse pronto del Purgatorio; a pedir al Señor misericordia para con las faltas de su hermano y para que algún día pudiera gozar de la Patria del Cielo. Alguno pensaría que se llevaba mal con su hermano, pero todo lo contrario, y, precisamente por que le quería tanto, pidió e insistió a la familia y amigos que lo que quedaba ahora era rezar y no autoconvencerse con falacias narcotizando la conciencia.
Indirectamente, y como que no quiere la cosa, se ha permitido vivir desde hace tiempo ya de cara a la galería, justamente en un momento histórico en el que más que nunca la Iglesia necesita ser ella misma con una autenticidad que pasa por llamar a cada cosa por su nombre, predicando sólo a Cristo y su Evangelio.
Esto tampoco es nuevo, ya en 1986 la Santa Sede publicó una magistral instrucción titulada "Libertatis Conscientia" en la cual se nos regalaban "perlas" de tanta claridad como las que recoge el nº 30 de dicho documento: ''La historia del hombre se desarrolla sobre la base de la naturaleza que ha recibido de Dios, con el cumplimiento libre de los fines a los que lo orientan y lo llevan las inclinaciones de esta naturaleza y de la gracia divina. Pero la libertad del hombre es finita y falible. Su anhelo puede descansar sobre un bien aparente; eligiendo un bien falso, falla a la vocación de su libertad. El hombre, por su libre arbitrio, dispone de sí; puede hacerlo en sentido positivo o en sentido destructor''.
En cierta ocasión en una boda en la Parroquia en la que unos amigos de los novios se encargaron de preparar las peticiones (Oración de los Fieles) presentaron una que decía: "por nuestros familiares difuntos, que hoy nos contemplan orgullosos desde el cielo...": ¿Cómo?... Mientras la escuchaba me vino al pensamiento esa preciosa oración que nunca me cansaré de recomendar y que comienza diciendo: ¡Quién, san Jerónimo fuera, para poder explicar lo que padecen las almas que en el purgatorio están!
Pero el Purgatorio no es una idea desfasada; es más fácil para muchos, acallando su conciencia, instalarse en el ''Dios te quiere; Dios te ama...vive feliz que no pasa nada'', o seguir el ejemplo de la vecina que se confiesa en casa con Dios porque que opina que la confesión individual está de capa caída (¡vaya chollo!: seguro que Dios le dice siempre que todo estupendo...)
No nos dejemos engañar: Limosna, mortificación y oración.../por las Ánimas benditas/por su misericordia infinita/líbrelas del fuego el Señor/ y pueda gozar algún día/ en el Cielo de su Amor
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