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jueves, 25 de mayo de 2017

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Construimos una comunidad acogedora

Una casa. Este es el sueño noble y necesario que toda persona humana tiene en sus adentros. Poder contar con un espacio en donde la vida se cobija, los afectos y amistades se encuentran, los temporales no anidan y nos sentimos protegidos de tantas intemperies que circulan. Desde las cuevas más ancestrales hasta las viviendas más sofisticadas, el hombre ha buscado vivir y convivir bajo el amparo de una casa.

Lo vemos cuando precisamente la casa nos falta, cuando no logramos encontrar ese espacio en el que experimentar con sosiego y paz el gozo de llevar adelante todo cuanto rodea la existencia personal y familiar con la gente que más queremos. Y por eso es dantesco ver imágenes tras un estrago bélico o terrorista que destruye sin piedad lo que se construyó con tanto esfuerzo y fue fruto de los mejores sueños. O lo vemos también cuando se te obliga a abandonar tu patria, tu tierra, tu hogar, expulsándote del paraíso pequeño en donde la vida con sus factores y amores sencillamente vivía y convivía sin más. Son las crueles imágenes de los refugiados que van errantes camino de no se sabe dónde, llevando con ellos lo que pueden cargar en sus espaldas o empujar en algo pequeño que tenga dos ruedas. Implacables escenas que te abren las carnes al ver a personas inocentes condenadas a huir.

No en vano, la Iglesia es una casa que acoge y que construye ese hogar cristiano que llamamos comunidad. No pocos de los que no hallan cobijo y sufren su condición de no tener techo, o tantos de los que no saben dónde poder comer por falta de recursos, o quienes experimentan la soledad en todas sus variantes y formas, o los que vagan y vagan de aquí para allá empujados por la mano malhadada de la violencia que les persigue en guerras y terrorismos... tantos hermanos nuestros ven en la Iglesia esa casa que les falta, ese hogar que se les niega, esa comunidad en donde son acogidos con la caridad que los cristianos aprendemos del mismo Cristo.

Hay una jornada al año en la que miramos a nuestra Iglesia diocesana sabiéndonos emplazados a abrir nuestras puertas como quien abre de par en par una casa. Construimos comunidad, este es el lema de este año. Es hermoso decirlo así. Porque no levantamos barricadas ni cavamos trincheras, sino que sencillamente abrimos la casa para acoger de tantos modos a quienes tienen necesidad de la oración que nos pone en amistad con Dios celebrando la fe y los sacramentos; o quienes tienen necesidad de seguir formándose como cristianos que quieren dar razones de su esperanza en medio de un mundo no sólo plural sino también hostil al hecho religioso en general y al católico en particular; o aquellos que de tantos modos y maneras necesitan ser escuchados en sus miedos y soledad, curados en sus muchas heridas, acompañados en sus preguntas y ayudarles a solucionar sus problemas de falta de dinero, de trabajo, de vestido, de comida, o de vivienda. ¡Cuántas puertas tiene la casa cristiana! ¡Cuántas formas de construir la comunidad para que no haya nadie que se canse de esperar la apertura de una puerta que ninguno abre!

Jornada diocesana para dar gracias por tantas parroquias vivas que llevan adelante con amor y entrega tantos servicios litúrgicos, catequéticos y caritativo-sociales. Están también las comunidades religiosas y los grupos y asociaciones cristianas. Son todas ellas una casa que construimos como comunidad los hijos de la Iglesia, viniendo al encuentro de quienes Dios nos confía y a los que nos envía con una Buena noticia, de Bien y de Paz.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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