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jueves, 13 de abril de 2017

Reflexión en torno al Jueves Santo. Por Rodrigo Huerta Migoya


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Jesucristo, Sacerdote de los sacerdotes

Antes de nacer Jesús ya había sacerdotes como bien refleja el libro del Éxodo, sin embargo, en la mesa del Jueves Santo el Señor vuelve a demostrarnos que Él hace nuevas todas las cosas, dando un sentido sublime al ministerio presbiteral. Antes de sentarse a la mesa lavó los pies a sus discípulos enseñándoles que el sacerdote no está para ser servido sino para servir. Pero aunque esto lo sabemos muy bien, a veces lo mal entendemos. Creemos que el sacerdote debe servirnos según gusto, complacencia o dando para bienes a todo; ante esto ya el Apóstol de Tarso decía: "¿Qué busco con ésto: ganarme la aprobación humana o la de Dios?" (Gal 1,10); y es que el ejemplo a imitar ya está trazado. Los fieles no son dueños de su sacerdote ni pueden exigirle que les atienda según sus criterios personales "o la carta", sino según Cristo que es quien nos los envía. También al respecto San Pablo matiza: "y todo lo que hagáis, hacedlo de buen ánimo, para el Señor, y no para los hombres" (Col 3, 23-24). El Maestro lavó y besó los pies a sus discípulos, a pesar de que a ellos no les gustaba la idea; igualmente hoy se palpa esta realidad en el quehacer cotidiano entre la grey y sus pastores. Dos gracias que en la última cena nos fueron legadas y que jamás seremos conscientes de su infinita grandeza: ese pan que se convierte en su cuerpo y la misión en la que hombres limitados entreguen su cuerpo para que Cristo se haga presente por medio de ellos y nos siga partiendo y repartiendo el alimento de la salvación.

Jesús, del establo al matadero

Cristo cumplió las condiciones que Dios había dado a Moisés y Aarón sobre la víctima pascual, pues se pedía que fuera una criatura ''sin defecto'', como recuerda la primera lectura del libro del Éxodo. He aquí que cuando hablamos de la humanidad del Mesías maticemos: ''semejante en todo a nosotros menos en el pecado''. Qué hermoso paralelismo del comienzo y el final de la vida terrena del Mesías: nace donde se crían los corderos como aquél establo en Belén, y es crufcificado -sacrificado en la Pascua- el tiempo en que se matan los corderos. El Dios cristiano se hace así «pelicano bueno», en palabras de Santo Tomás de Aquino, cual símil de esa criatura mitológica que se arranca su propia carne para dar alimento (esto es vida) a sus propios hijos.

Jesús, nuestro único alimento

Dentro de las eucaristías que celebramos a lo largo del año litúrgico vamos orando ante el Señor y con el Señor de tantas realidades que afectan a la vida del cristiano: la caridad, las vocaciones, los enfermos, la conciencia social, las misiones, la muerte de un ser querido… Si al salir de cada celebración tuviésemos que explicar que hemos celebrado, no podríamos decir otra cosa que "el Jueves Santo". Solemso decir: El Domund, el funeral de Pepe etc. ¿Y la Eucaristía? ¿No era realmente lo que nos convoca y estábamos viviendo?... Por desgracia es ya algo constatado que la Santa Misa hoy está siendo empleada de forma desnaturalizaa y como trampolín de tantas vanidades humanas como el virtuosismo musical, el plasma cultural, la proyección o el estatus social y tantas otras... Los cristianos hemos de luchar por preservar lo más grande que tenemos, también desde las múltiples maneras como podemos hacer: orando a la vez que acompañando al Señor no sólo en esta noche sino un rato cada día y ayudando a mantener el silencio en el templo. Participando y escuchando en la eucaristía, sea cual sea e motivo de la convocatoria. No sólo yendo a misa.

Escuchaba en esta cuaresma a un sacerdote de Avilés contando una de sus últimas experiencias en la Parroquia. Resultó que se dispuso a ir a ver a una feligresa que llevaba tiempo enferma, ya precavido de que igual le costaría poder comulgar llevó una partícula eucarística partida a la mitad para que la piadosa mujer pudiera recibir al Señor, a pesar de sus dificultades para tragar. Llegado el momento parecía que ya había comulgado cuando, de repente y sin querer, la escupió cayendo al suelo. El sacerdote que llevaba un purificador en la mano se agachó a recogerla, a lo que la hija de la pobre anciana salió al paso diciendo, ‘’no se preocupe, deme eso, que ya lo tiro yo a la basura’’. El sacerdote, atónito, exclamó: "¡de ninguna manera!". Guardó al Señor en el porta-viático de nuevo y al llegar a la parroquia lo metió en el Sagrario en un vaso de agua a la vez que oraba a Jesús allí presente. Esta es la realidad de nuestro mundo. Un mundo hambriento que no es capaz de reconocer siquiera el Maná más pleno que no llueve del cielo, sino del costado de Cristo entregado.

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