Compré mi primera camisa de cura en una tiendecita de Roma junto a Santa María Sopra Minerva cuando estaba en el último curso del seminario. Ya está gastada. Además he engordado un poco y me apretaría en el cuello, no es cómodo llevar todo el día cerrado el cuello de una camisa que, además, es de una tela que transpira regular.
Sin embargo no me la quitaría por nada del mundo. Es una obligación para todos los sacerdotes pero es, para todos nosotros, mucho más. Para cada uno de nosotros es signo de nuestra pertenencia a Dios y a la Iglesia, para los demás es una señal: Ahí tienes un sacerdote.
Vestir de cura en ocasiones es estupendo: "Padre, rece por mi madre que está enferma", "padre, ¿me podría confesar?", "disculpe, ¿me puede bendecir esta medalla que me han regalado?".
Vestir de cura es, en muchas ocasiones, cada vez más, doloroso: "¡Pederasta!", "me cago en...", "Ave María purísimaaaa", "¡cuervo!". Con todo no me la quitaría por nada del mundo.
Vestir de cura es, para algunos, una diversión en Carnaval, en la marcha del Orgullo Gay, o en un salón de plenos del ayuntamiento en El Puerto de Santa María. En las tiendas a las que voy a comprar las camisas de cura no las venden si las quieres para burlarte de Dios o de la Iglesia, bueno, supongo que hay muchas formas de hacerse con una. Todo sea por un rato de diversión, todo sea en aras de la libertad de expresión, para ser, como el otro día, "transgresores", ¿no?
Yo seguiré poniéndome mi camisa de cura y rezando por quienes se burlan de lo que es sagrado para muchos de nosotros y os invito a rezar por los "bufones con camisa de cura". Como dice un sacerdote amigo mío: "Quien escupe al cielo en la cara le cae".
(Dedicado a Javier Botella Franco)
No hay comentarios:
Publicar un comentario