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sábado, 25 de febrero de 2017

El valor del silencio en la Misa


Se habla con frecuencia del "mundanal ruido", los excesos de decibelios y todo lo que conlleva un ritmo de vida cargado de irregularidades sonoras que atacan nuestro oído. Y es que este mal esta ya tan inserto en nuestro convivir cotidiano, que poco a poco se ha ido colando hasta en los mismos templos y celebraciones.

Nuestras iglesias ya no son aquellos remansos de paz donde apenas se escuchaba un susurro más allá del de las piadosas mujeres, que pedían aún más silencio. Hoy eso ha desaparecido, la iglesia, e templo,  es ya un lugar dónde se habla sin pudor; se ha perdido el respeto por la otra persona a la que molesto e impido orar, y, lo que es más grave, se ha extinguido el sentido de sacralidad. Nos pasa como en el Evangelio, hemos convertido el templo en patio de mercaderes, olvidando las palabras del Señor: ''mi casa, será casa de oración''.

También en la propia liturgia ha entrado el mal del ruido "comiéndose" los espacios en blanco, que no es que no tengan nada, sino que están llamados a ser momento de interiorización. Cuando se celebra la Santa Misa para ser retransmitida por radio, no puede haber espacios de silencio, por lo que da la sensación de que la Misa coge carrerilla, por eso cuando acudo a una celebración donde el sacerdote ni siquiera se sienta un poco ni deja espacio al silencio, dando lugar al atropello de ruidos pienso: ¡este cura parece un radioaficionado!

Hay muchos momentos importantes necesitados del silencio para profundizar en lo que se está viviendo, no sólo porque lo indique la liturgia, sino por el mismo sentido común. Señalemos algunos:

Antes de empezar la Misa, o por ser más claro, entre el final del Rosario y el comienzo de la celebración, donde ha de haber un tiempo de preparación personal en el que concentrarnos en aquello que vamos a vivir, para que así fructifique más abundantemente en nosotros.

En el acto penitencial: al examinarnos las faltas con las que llegamos, dándonos un tiempo para realizar nuestro personal examen de conciencia y no pasar este momento sin más por mera rutina.

En las oraciones principales de la Misa: el sacerdote al dejar unos segundos entre la invitación al ''oremos'' y el inicio de la oración propiamente dicha, el cual nos deja ese inciso como señal de que toda la comunidad se adhiere a esa oración que el presbítero realiza en unión del pueblo fiel.

En la litugia de la Palabra: entre lectura y lectura, para poder asimilar así la Palabra de Dios proclamada.

Después de proclamar el evangelio, en las misas de diario, conviene dejar un espacio de silencio antes de la oración de los fieles; igualmente en las misas dominicales y festivas, entre el fin de la homilía y la profesión del credo (no en todas las misas de diario se dice el Credo. Una vez vi a un sacerdote que lo hacia todos los días del año y le pregunté el por qué, a lo que me respondió: ''es que sino entre que me bajó del ambón hasta que llego a la sede dejo un silencio absurdo''. Bien, para gustos colores, aunque en mi pobre opinión me parece más provechoso exprimir ese silencio para que los fieles puedan hacer suyo el evangelio que se ha proclamado.

En la oración de los fieles: no se deberían hacer siempre las preces de carrerilla, sino con calma, para que realmente hagamos nuestras esas peticiones, y no respondamos deprisa, sin apenas haberlas oído ni siempre con la misma respuesta.

Tras el Concilio, ciertas corrientes pastorales han defendido la presentación de los dones como el momento para ofrecer y poner nuestras ofrendas sobre el altar. Personalmente no comparto ese criterio, pues como algunos maestros en liturgia han apuntado, no hay más ni mayor ofrenda que la de Cristo que se entrega con su cuerpo y con su Espíritu, como nos indica la Plegaria Eucarística V.

Algunos sacerdotes, muy oportunamente desde mi punto de vista como fiel, dejan unos segundos de margen desde que se termina el canto del Santo, hasta el comienzo de la plegaria eucarística, como llamada de atención al momento más importante de la misa que va tener lugar en breves instantes.

En la consagración, o, siendo más precisos, en el momento de la elevación, es vital el ambiente y clima de silencio, favoreciendo esa relación personal con quien sabemos que nos ama -como diría Santa Teresa- si bien, no parece igual hacer ese silencio-parada tras la consagración, añadiendo incluso cantos eucarísticos o permaneciendo el sacerdote largo rato de rodillas. Ciertamente es un gesto muy piadoso que el celebrante quiera ensalzar que Cristo de esa forma, pero esto parece más propio de las exposiciones del Santísimo que en la Eucaristía propiamente dicha.

La Santa Sede, en una de sus últimas instrucciones vigentes sobre la música litúrgica, incidía en la importancia del silencio en tres momentos clave:
1-Acto penitencial y tras las invitaciones de las oraciones para que los fieles hagan recogimiento
2-Después de las lecturas o de la homilía dónde meditan lo escuchado
3-Tras comulgar dónde oran y alaban a Dios en la intimidad del corazón

Es verdad que si se cuidaran todos los momentos de silencio a los que invita la celebración esta se haría demasiado larga, pero a veces, no es tanto los minutos sino los segundos bien cuidados. En resumen, lo que pretendo decir no es nada nuevo, sino que la celebración no lleve ritmo de motocicleta. El reloj es cierto también que acosa a los sacerdotes, pero nunca puede estar por encima de la dignidad, cuidado y fervor con el que se ha de celebrar la Eucaristía.

Sólo desde el silencio y en el silencio podremos vivir correctamente la celebración del banquete pascual con un verdadero aprovechamiento para nuestras almas, encarnando en nosotros aquella máxima de la Santa de Calcuta que decía: ''el fruto del silencio es la oración''.

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