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sábado, 24 de diciembre de 2016

UN NIÑO DE CARNE, COMO CUALQUIER OTRO NIÑO Por Antonio García Moreno

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1.- SEMBRADORES DE PAZ Y DE ALEGRÍA.- "¡Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva...!"(Is 52, 7) Este pasaje de Isaías es, sin duda, uno de los más entusiastas y exultantes que se han escrito. Al mismo tiempo tienen sus palabras un sabor de tiempos antiguos y de paisajes bíblicos, se enmarcan perfectamente en aquellos escenarios de colinas y de montañas, en aquel ambiente de guerras interminables y crueles... La paz era tan deseada que la gente, cuando llega su anuncio por boca de los mensajeros, se llena de alegría y canta gozosa a los que la hicieron posible. San Pablo volverá a citar ese texto en su epístola a los Romanos, cuando habla de la importancia y necesidad de la predicación del Evangelio, de la difusión de la Buena Nueva... San Josemaría Escrivá tenía una gran devoción por esas palabras, y se las repetía emocionado a sus hijos de los primeros tiempos, para que comprendieran y amaran su vocación de ser mensajeros de la doctrina de Cristo, por todos los caminos de la Tierra, siendo siempre y, en todo lugar, sembradores de paz y de alegría.

2.- EL QUE A VOSOTROS ESCUCHA... "En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios..." (Hb 1,1). Es cierto. A lo largo de toda la Historia Dios no ha dejado de hablar a los hombres. Y es lógico que así haya sido, si tenemos en cuenta que Dios es nuestro Padre y nos ama. Cuando una persona ama a otra, le gusta comunicarse con ella, le transmite sus deseos y le descubre sus sentimientos, le expresa sus temores y sus esperanzas, le manifiesta sus quejas y sus satisfacciones... Dios nos sigue hablando, de otra manera quizás, pero nos sigue amando y, por consiguiente, sigue comunicándose con nosotros.

En los tiempos remotos eran los profetas, los voceros del Señor, quienes hablaban a los hombres de parte de Dios. Luego vino el Hijo de Dios y se hizo hombre. Así pudo el Señor hablar con nuestras mismas palabras, usar nuestro lenguaje, comunicarse directamente con los que convivieron con él... Luego él se marchó, pero dejó a sus apóstoles para que trasmitieran sus palabras, de tal modo que quienes les escuchan, es igual que si escucharan al mismo Jesús, según aseguró el Señor en más de una ocasión.

3.- EL PRÓLOGO DE SAN JUAN.- "Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros..." (Jn 1, 14). El “Logos” dice el texto original griego, que traduce el término hebreo “Menrah” y que la versión latina traduce por “Verbum”. En castellano siempre se dijo el Verbo. Ahora se traduce por Palabra en un afán de hacer más comprensible ese concepto joánico que intenta dar un nombre al Inefable, que precisamente por serlo escapa a nuestras posibilidades de comprensión y por tanto de nominación. De todas maneras el misterio sigue envolviendo a este Dios que nos nace en Belén como un niño...

Él se hizo carne en el seno virginal de Santa María. Sí, carne, “sarx” en griego, “bashar” en hebreo. Un niño de carne, como cualquier otro niño, pequeño y torpe, inerme y blando, casi ciego, el pelo raído y escaso, desvalido y hambriento... Un niño en brazos de su madre, buscando el pecho como lo pintara el Divino Morales, o como lo presenta Ferrucci en su “Virgen gitana”, la “Madonnina” que dicen los italianos en cuyos brazos duerme plácidamente el Niño, con toda la ternura y el cariño que su presencia implica. No es de extrañar que los santos se emocionaran al verlo y que los artistas, pintores o poetas, le dedicaran sus mejores colores y versos...

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