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viernes, 9 de diciembre de 2016
Los nuevos leccionarios, fruto de un gran trabajo. Por Rodrigo Huerta Migoya
El día once de Noviembre del pasado año, se presentaban oficialmente en la sala de prensa de la CEE, sita en la Calle Añastro de Madrid, los nuevos leccionarios; es decir, los libros que la liturgia de la Iglesia emplea en sus celebraciones sacramentales que proclaman la Palabra de Dios. Esta renovación se debe a la adaptación imperada desde la misma Conferencia para unificar todos los textos bajo una sóla traducción, decisión que ya había sido tomada en 1996 cuando se encargó a los principales “biblistas” de nuestro país una traducción lo más fiel posible a nuestra lengua, partiendo de los textos originales en legua hebrea, aramea o griega, y de éstas, en su mayoría al latín.
El año anterior, se terminó pues este costoso trabajo para el que hizo falta más de una década y que terminó con la publicación de esta Biblia Oficial que edita la Biblioteca de Autores Cristianos, siendo entonces su director el hoy Vicario General de nuestra Diócesis Ovetense, el M.I. Sr. D. Jorge Juan Fernández Sangrador. Sale entonces a la luz la primera “contra”: la misma traducción. Me comentaba un amigo vinculado a la Pontificia de Salamanca que había cierto descontento entre algunos profesores por los retoques finales que en nada se parecen a los por ellos mismos entregados en Madrid, pero es lógico que la última palabra la tengan los Obispos, pues para ello son maestros de la Escritura, como nos recuerdan sus ínsulas. Ahora bien, hay que subrayar que los textos de los flamantes leccionarios presentan sus nuevas citas (o indicación de texto) según los versículos de la Biblia Oficial de la CEE, lo que quiere decir que no coinciden con la del “Ordo Lectionum Misase” del Beato Pablo VI, cuya numeración fue tomada de la Neovulgata, aunque el contenido, lógicamente sí que coincide.
Hay varios “pros” y “contras”, y entre los primeros algunos aciertos que aplaudir, como por ejemplo el tamaño de la letra, tan demandado como necesario, teniendo en cuenta la edad media del clero español. Las cintas que antes se deshilachaban y ahora vienen mejoradas, la encuadernación digna de todo un evangeliario o la funda que tan bien vendrá a las Parroquias rurales dónde la humedad, el polvo y tantos otros factores solían ser la perdición de los libros.
Preguntando a nuestros párrocos encontramos opiniones diversas, a unos les gusta cómo se han perfeccionado las Epístolas de San Pablo, por ejemplo el pasaje tan utilizado en las bodas (Cor.13), desde que Menchu Álvarez del Valle le diera un toque radiofónico en el enlace de su nieta y actual reina. A otros no les gusta ciertas expresiones de los salmos, como el que dice: los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios, donde ahora dice la salvación. Quizás el canto de Joaquín Madruga ha influido, o el tono de los escritos joánicos que esta pasada navidad a más de uno le ha rechinado al escuchar En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios… en lugar del texto anterior que decía: En el principio ya existía la Palabra, y la palabra era Dios… Esto no es un problema en sí mismo, ya que todo es acostumbrarse, aunque a los sacerdotes más mayores y no tanto, a veces les salen por la boca los antiguos textos sin querer, al conocer ya de memoria tantísimos pasajes.
La numeración también es nueva: I-A, I-B, I-C; II, Ferias Adviento, Cuaresma y Pascua; III-Par, Ferias Tiempo Ordinario -años pares-; III-Impar, Ferias Tiempo Ordinario -años impares-; IV, Propio de los Santos; V, Misas Rituales; VI, Misas diversas -votivas-; y finalmente el VII, para las Misas con niños.
Mientras que hasta ahora venía siendo así: I, Domingos del ciclo A; II, Domingos del ciclo B; III, Domingos del ciclo C; IV, lecturas para las Ferias del Tiempo Ordinario -“per annum´´-; V, Propio de los Santos; VI, Misas Diversas y Votivas; VII, Feriales de Adviento, Cuaresma y Pascua, VIII, Rituales, y el IX para las Misas con niños. Por tanto, de nueve pasan a siete los volúmenes, coincidiendo únicamente en la numeración el I-A y el VI, y estructurándose el orden en función de la propia vertebración del Misal, dejando atrás el modelo de la reforma postconciliar.
Las lecturas siguen siendo las mismas, evidentemente, lo único que se ha reformado son los detalles del texto, que no es poca cosa, ya que esto nos acerca a una mejor comprensión de la lectura, e incluso se ha buscado según testimonios de los responsables de este minucioso trabajo, que el texto no se acerque a la Liturgia sino que sea en sí un texto puramente litúrgico.
Un último y no menos importante “contra”, su precio. El Sr. Obispo de León, Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia, recordaba recientemente a sus sacerdotes diocesanos que los nuevos leccionarios son nominativos; es decir, imprescindibles y de obligada adquisición para todas las Parroquias. Pronto un párroco rural alegó la dificultad que suponía para las pequeñas comunidades renovar los libros por la falta de recursos, pues eran caros, y el prelado respondió muy bien añadiendo: "nuestros templos han estado siglos sin luz, pero nunca sin la Palabra de Dios; lo primero es lo primero, y si hay que prescindir de otros gastos, habrá que hacerlo..." Ante esta imposición y en cierto tono de humor reflexionaba otro cura comentando a sus compañeros: "si compro los libros no puedo pagar la luz, sin luz no veo, por lo tanto, ¿qué sentido tiene esa imprescindible compra cuando sin luz no puedo ver el leccionario?..." Quizás eso sea ciertamente un problema en las pequeñas comunidades.
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