Posiblemente
si esta pregunta la hiciéramos a alguna gente de Lugones seguro que más de uno sabría
responder con exactitud el bloque, fila y número de nichos dónde reposan los
restos de sus seres queridos. Porque lo que está en nuestro corazón ni se borra
ni se olvida. Si las personas se empeñan en defender con uñas y dientes su
sepultura, su cristal, su puerta, o que el jarrón de encima no manche el nicho
de “mi padre”, es porque para nosotros el cementerio no es un lugar cualquiera
sino un referente muy particular que aún con el paso del tiempo sigue desatando
nuestras emociones, nostalgias y recuerdos, pues en la mayoría de los casos nos
remite a las personas más especiales que desaparecidas ya a nuestros ojos Dios
había puesto en nuestras vidas y que en muchos casos nos han ayudado a ser lo
que somos.
Estos días vamos
a limpiar, adornar y a recordar en sus sepulturas a los nuestros mientras la
memoria silenciosa se hace en la faena lacrimosa, y afloran así en el
pensamiento rebelde y racional las “últimas preguntas” sintetizadas en la que
titula este artículo: ¿estarán en el cielo?; ¿estarán aún en el purgatorio?;
¿se habrá condenado aquél que era un cataplasma?... Nuestras abuelas, que ni
sabían que es teología y que toda su filosofía la estudiaron en la “Universidad
de la Vida”, sabrían sin la menor duda contestar mejor que nosotros: ¡Están con
Dios!, donde ya no hay ni muerte, ni
luto, ni llanto, ni dolor (Ap.21,4)
San Pablo nos
recuerda que es una piadosa costumbre orar por los muertos, para que lo que
anticipamos en párrafo anterior sea una realidad y que en este año de la
Misericordia deberíamos acentuar. Una de las obras de misericordia es
enterrar a los muertos, pero no quiere decir esto que suplamos el oficio de los
empleados de la funeraria. Cumplimos esa función de enterrar con misericordia a los muertos cuando
consolamos de corazón a una familia que ha perdido un ser querido, cuando acompañamos
a la persona que ha enviudado, cuando encomendamos el alma del que ha partido,
y si rezamos o llevamos flores al que ya sólo las arañas se acuerdan al tejer
su tela frente a su epitafio… Consolar es estar con el que está solo; acordarse del olvidado… En nuestra parroquia son
varias las personas sensibles a esta realidad, las cuales encargan misas por las Animas del Purgatorio: ¿Por qué apuntar
misas por muertos que desconozco, pudiendo hacerlo sólo por mi “abuelo”?...
pues por misericordia, puesto que mi abuelo podría estar entre aquellas almas
que no han completado su ciclo beatífico…
Recuerdo en
una visita a Nápoles (Italia) que un amigo sacerdote me llevó a un cementerio
ya clausurado y ubicado en una profunda cueva donde había permanecido la
costumbre que gente anónima “adoptase” a los difuntos que reposaban en las sepulturas
más deterioradas o abandonadas, comenzando entonces a cuidarlas y a rezar para
que el alma del desconocido -o conocido- difunto que allí reposaba, pudiese
llegar a Dios si es que por sus actos en vida aún no lo había logrado, y, para
que llegado a Él, fuese igualmente intercesor de su “adoptante” en la “Comunión
de los Santos”… me gustó esa piadosa y cristiana costumbre y le pregunté a mi
amigo cuál era el origen de ésta: ¡La Misericordia!, me contestó.
Por último
no quisiera terminar sin tener una referencia sobre la reciente Instrucción de
la “Congragación para la Doctrina de la Fe” de la Santa Sede titulada: “Ad resurgendum cum Christo”, acerca de
la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de
cremación. Algunos medios de comunicación han envuelto este documento en
un reduccionismo sensacionalista que no responde
a la verdad que desarrolla el mismo y que sólo pretende el trato adecuado,
piadoso y cristiano de los restos cinerarios de nuestros difuntos. Por ello lo
sintetizamos aquí, al tiempo que incluimos la Instrucción completa en esta Hoja
Parroquial de este mes para que cada cual saque sus conclusiones desde el texto original.
El texto está formado por ocho
puntos:
Los dos primeros de una carga
más bien teológica y el resto desde un enfoque más pastoral.
En el tercer punto se
recomienda (no obliga) la inhumación.
En el cuarto se pide que
siempre se respete la voluntad del finado.
En el quinto se
aconseja la conservación de las cenizas en el
cementerio o columbario
En el sexto señala que sólo en
casos excepcionales han de conservarse las cenizas en el hogar
En el séptimo pide que no
se permita la dispersión de las cenizas así como su trasformación en joyas etc.
En el octavo señala que cuando
el finado haya pedido la cremación por ideas contrarias a la fe se le nieguen
las exequias (funeral)
Cabe
recordar que las directrices de la Iglesia sólo atañen a los que viven y
practican la fe católica, por lo tanto está de más cualquier crítica o
aspaviento de aquellos que sin ni siquiera ser cristiano se han apresurado en
cargar tintas (como siempre) contra la doctrina eclesial que refrenda el Papa
Francisco, al que, a conveniencia, algunos pretenden manipular.
Pienso que
todo lo expuesto en este documento es de sobrado sentido común desde cuestiones
muy sencillas de entender: ¿Cuántas veces las cenizas de un ser querido
conservadas en casa han acabado dónde no debían al faltar la generación que lo
conoció?; ¿cuántas veces las familias que han esparcido las cenizas luego se han
arrepentido por no tener ni un lugar dónde llevarle flores?; ¿puede
considerarse cristiano convertir las cenizas de “la abuela” en una pieza de
joyería para llevar al cuello?...
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