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sábado, 8 de octubre de 2016

Reflexiónes al Evangelio. Por Fray Gerardo Sánchez Mielgo O.P.

Resultado de imagen de jesus y los leprosos

1ª) ¡Mientras iban de camino quedaron limpios!

Vinieron a su encuentro diez leprosos... La primera lectura nos ha recordado el milagro de Eliseo curando al leproso Naamán el sirio (figura y anticipación); el evangelista Lucas, nos recuerda la curación de diez leprosos por Jesús (realidad y cumplimiento). El relato tiene una función singular en este contexto: la apertura del Evangelio que se realizará más tarde y que se propagará en esta región por obra de los apóstoles, ha sido anticipada en el plano del signo en la curación del samaritano y su reacción. Todos ellos, necesitados, recurren a la compasión de Jesús. La lepra era un mal que les separaba de la convivencia de los demás y les aislaba de la vida social. Esperan de la compasión de Jesús un remedio para su delicada situación. Lucas suele subrayar la misericordia y la compasión de Jesús practicada sin fronteras ni limitaciones raciales o religiosas. Jesús escucha y ordena lo que se encuentra en la Ley de Dios. Es conveniente observar este detalle: la obligación, según la Ley, de presentarse a los sacerdotes después de conseguida la curación, era para expedirles un justificante oficial de la misma y su consiguiente admisión en la comunidad social y religiosa. Jesús ordena que vayan, y ellos se ponen en camino fiados en su palabra, y mientras se dirigen a los sacerdotes se produce la curación por la fuerza de la palabra de Jesús acogida con fe. Los signos son frutos de la fe y conducen a la fe que es lo importante. Naamán se decide a obedecer al profeta y consigue la curación. Los leprosos obedecen la orden de Jesús y la consiguen también.

2ª) Sólo un extranjero se acuerda de agradecer el beneficio y dar gloria a Dios!

¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?... Tu fe te ha salvado. El samaritano* prorrumpe en una clamorosa alabanza a Dios (según la costumbre entre los orientales) por lo inesperado de su curación. Él sabe muy bien que, por ser samaritano, no tiene derecho de sangre a recibir de Jesús, un judío, tal favor. Y precisamente porque no le ampara ningún privilegio su sorpresa es mayor y su gratitud más explosiva. Los otros eran judíos y se creían con derecho a recibir el don. Es verdad que todos suplican a coro: Jesús, ten compasión de nosotros. Pero en el fondo ellos tienen más derechos a ser atendidos y escuchados. Y, porque se sienten con derecho, no vuelven a agradecer el don. Sólo al experimentar la gratuidad prorrumpe el corazón humano en la gratitud y, para expresarla, se la realiza clamorosamente. La pregunta de Jesús ¿no eran diez? ¿No han sido curados todos? No revela ignorancia, sino una amarga y poco disimulada ironía. Pero es más todavía: son unas preguntas denunciantes. Es una expresión más de lo que solía encontrarse en su pueblo: el rechazo, el desdén. Sólo el extranjero y despreciado samaritano vuelve, reconoce al autor de su curación y agradece.

Este relato recuerda otro muy semejante: la parábola del buen samaritano. Jesús recurre a estos casos contrastantes para transmitir su talante abierto y compasivo y su Evangelio sin fronteras. En ambos casos los presenta como modelos: el uno de atención amorosa al prójimo y el otro de expresión de fe sincera y agradecida. Por eso Jesús le intima: levántate, camina y ten confianza, porque tu fe te ha salvado. Jesús denuncia los privilegios de Israel para ofrecer una salvación que alcanza a todos los hombres y a todas las clases sociales y religiosas. Dios ama sin fronteras y él ofrece una salvación sin fronteras. Hoy como ayer es necesario que los discípulos de Jesús entiendan y sientan que la salvación de Jesús humaniza y rompe fronteras. El hombre actual necesita recibir ese mensaje transmitido por testigos convincentes y convencidos de esta verdad consoladora.

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