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martes, 25 de octubre de 2016
El DOMUND de Rafaela. Por Jorge Glez. Guadalix
Rafaela es tenaz como una mula de las que había antes por su pueblo. Semana a semana asiste impertérrita a las reuniones de mujeres que celebra don Jesús. A estas alturas ni don Jesús comprendería una reunión sin tener frente a sí a la tan siempre peleona como cariñosa en el fondo de Rafaela, ni Rafaela podría faltar a la cita con su párroco. Ya saben eso de que “amores reñidos son los más queridos”, que se dice en su pueblo.
Rafaela ya casi ni me llama. Alguna vez para felicitarme por el santo o preguntar por la familia. Yo, que soy un desastre para las relaciones sociales, cuando buenamente me acuerdo, que siempre es menos de lo que debiera.
Pero anoche sí que hubo llamada y de esas que yo sabía con enjundia. Y claro que la hubo, porque están preparando el DOMUND de siempre y don Jesús quiso reunirse con ellas para hablar de las misiones.
- ¿A que no sabes lo que nos ha dicho hoy don Jesús?
- No, pero estoy seguro de que me lo vas a contar.
Y me lo contó, claro que me lo contó, que para eso llamaba y bien que supo escoger la hora para que pillarme con prisas.
En definitiva, eso de que cada uno se puede salvar con su religión, que no es necesario hacerse católico para ir al cielo y que, incluso, pretender que dejen su religión para hacerse católicos podría ser hasta una falta de respeto a las personas y un obligarles a dejar su cultura y sus costumbres, que a lo mejor son tan buenas o mejores que las nuestras.
Hasta ahí podía llegar la cosa, porque en esto Rafaela es clara como el agua del arroyo Milanés, que es el de su pueblo, y que no hay forma de saber por qué se llama así. Pero eso es otra historia.
No me dejó ni hablar.
Años me he pasado, de cría, decía Rafaela, pasando la hucha por todas las casasdel pueblo hasta que me echaban a patadas. Sacrificios por las misiones. Dinero para bautizar negritos. Nos veníamos a la iglesia a rezar el rosario de rodillas y hasta con los brazos en cruz para que los chinitos se convirtieran a Jesucristo. Me acuerdo ahora, fíjate tú, de un primo de mi madre, que estaba yo creo que por América o por ahí, y que una vez que vino nos contaba de los indios que había bautizado y cómo se pasaba las semanas a caballo para acudir a los sitios más lejanos para predicar, bautizar y enseñar la fe a aquellas gentes.
¿Y me viene ahora don Jesús con que lo que hacía ese primo de mi madre era faltar al respeto a aquella gente y que lo de pedir dinero para las misiones y para bautizar chinitos era pérdida de tiempo porque todos se salvan? ¿Me vais a decir ahora que tratar de convertir a una persona a la Iglesia Católica es una barbaridad?
No. No me digas nada, si esto es un desahogo. Pero ¿sabes cuántas veces tengo la impresión de que alguien me está tomando el pelo? La única duda es si me tomaban el pelo antes o ahora.
- Rafaela… ¡Rafaela! No me seas bruta.
- No, si encima me llamarán bruta por querer enterarme bien de las cosas.
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