Desde hace ya noventa años, el Domund nos sigue convocando para dilatar nuestra mirada misioneramente, más allá de lo que a diario llena nuestros afanes, relata nuestras preocupaciones y enciende nuestras esperanzas. Lo vivimos con esa conciencia de universalidad, de sabernos parte de una casa común como es la humanidad entera en esta tierra que Dios nos ha dado a todos. Los medios modernos de comunicación nos permiten que en tiempo real, de modo inmediato, podamos tener acceso a lo que sucede para bien y para mal en las antípodas del mundo. Pero esa información puede quedarse en una simple curiosidad o en una tibia condolencia. La admiración debería mover nuestra caridad solidaria abriendo el corazón, la plegaria y el bolsillo para compartir con otros hermanos lo que nosotros gratuitamente hemos recibido.
El papa Francisco ha dedicado un extenso mensaje con motivo del Domund de este año, centrado en la misericordia. Dice en su escrito: «La Iglesia puede ser definida “madre”, también por los que llegarán un día a la fe en Cristo. Espero, pues, que el pueblo santo de Dios realice el servicio materno de la misericordia, que tanto ayuda a que los pueblos que todavía no conocen al Señor lo encuentren y lo amen… A los discípulos de Jesús, cuando van por los caminos del mundo, se les pide ese amor que no mide, sino que tiende más bien a tratar a todos con la misma medida del Señor; anunciamos el don más hermoso y más grande que Él nos ha dado: su vida y su amor».
Somos en verdad misioneros de la misericordia, de modo especial en un mundo tan cruelmente inmisericorde, tan violento y endurecido. Dios ha querido poner en nuestras frágiles manos ese mensaje de ternura y perdón, de esperanza y misericordia, haciéndonos misioneros en la trama cotidiana, en el ambiente y ámbito que a diario pisan nuestros pies y por donde deambulan nuestros sueños junto a las personas que Dios ha puesto a nuestro lado. Pero con esa mirada amplia, asomada a los confines misioneros a los que somos enviados.
Como dice el papa Francisco: «Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de salvación, que es don de Dios para todos. Esto es más necesario todavía si tenemos en cuenta la cantidad de injusticias, guerras, crisis humanitarias que esperan una solución. Los misioneros saben por experiencia que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y paz.El mandato del Evangelio: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20) no está agotado, es más, nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales, a sentirnos llamados a una nueva “salida” misionera».
Y tomando en consideración los noventa años transcurridos en esta iniciativa, no deja de invitarnos a la generosidad como hicieron también los papas anteriores que igualmente decidieron que las limosnas recogidas con este motivo en las diócesis, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones y movimientos eclesiales lleguen como ayuda a los misioneros: «No dejemos de realizar también hoy este gesto de comunión eclesial misionera. No permitamos que nuestras preocupaciones particulares encojan nuestro corazón, sino que lo ensanchemos para que abarque a toda la humanidad».
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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