Dentro de este otoñal octubre, vamos desgranando las cuentas de la vida en este rosario nuestro. Es un mes dedicado con piedad mariana a rezar el santo rosario. Práctica piadosa que cuenta tras cuenta, aprendemos a pasar los días con todos sus misterios: los de más gozo que de alegría nos llenan, los que proyectan la luz que nos hace luminosos en medio de las penumbras, los de dolor que nunca faltan ni en las duras ni en las maduras, y los de gloria con los que termina finalmente la andadura de nuestro caminar cristiano. Rezar el rosario es como vivir la vida con todas sus cuentas, saber vivirla con María por la cuenta que nos tiene. Y precisamente en este mes especialmente mariano como el florido mayo, va a tener lugar un evento que no por estar ubicado en una parroquia deja de ser reclamo y contento para toda nuestra Iglesia diocesana: la coronación canónica de la Virgen de Guía, en el hermoso rincón de Llanes, en el occidente asturiano.
Una corona sobre la cabeza siempre ha sido signo de distinción, de nobleza reconocida, de compromiso por parte de quien la llevaba con dignidad responsable con la entrega que les implicaba ser coronados para bien de un pueblo y no simplemente como imparable sucesión de una dinastía. Pero hay una coronación que ha traspasado el curso de los siglos por lo mucho que significó y el alto precio que tuvo: la coronación de espinas del Señor Jesús. Símbolo de una realeza, la más real de todas ellas, que sin embargo sólo se comprendía desde el servicio más humilde, desde la entrega más verdadera, desde la obediencia más increíble que se tornó en la más fecunda y sincera.
Junto a esta coronación de Jesús, la Biblia nos relata otra al final de sus páginas y que tiene a María como protagonista. Allí leemos: «Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Apoc 12, 1). A continuación relatará este libro del Apocalipsis la batalla que en la historia se da entre el bien y el mal, entre lo que Dios propone y lo que el maligno quiere arrebatar. En esta encrucijada aparece María coronada de esas doce estrellas para darnos a su Hijo que nos hace salir victoriosos de las insidias y zancadillas tentadoras del diablo. María coronada como reina de nuestro bien y de nuestra paz. No es una extraña y pagada princesa de un cuento de hadas abstracto y lejano que nada tiene que ver con nuestras lágrimas y nuestras sonrisas, nuestros mejores sueños o nuestras más temidas pesadillas, sino que tal realeza así coronada está a favor de la vida y del destino al que nos ha llamado el Señor para nuestra humilde felicidad y eterna dicha.
En Llanes, precioso rincón asturiano de nuestra cornisa cantábrica, los cristianos han mirado a María a la que devotamente invocan con esa tierna advocación que se llama Virgen de Guía. Son ya quinientos años, que en estas fechas se cumplen, de reconocer cómo Nuestra Señora ejerce su maternidad hacia nosotros sus hijos, acompañándonos de tantos modos en los mil vericuetos en el que una buena madre siempre nos guía.
Yo le pido a nuestra Madre la Virgen de Guía, que vuelva a nosotros su mirada en este año especial en el que cumplimos con Ella esos cinco siglos de piedad popular y de devoción cristiana en la comunidad cristiana llanisca. Que la Virgen de Guía sea para todos los cristianos de Llanes y la Diócesis de Oviedo una bendición reestrenada cada día. La coronación sea nuestro humilde homenaje a quien deseamos sea la reina de nuestras vidas.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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