Por fin, ha comenzado la liga…, y no es muy edificante ver, con la que está cayendo, las cifras alucinantes que se barajan por el fichaje de algunos jugadores de fútbol. La “prensa deportiva” nos ofrece a diario noticias con números que nos dejan perplejos. La paradoja de un país como el nuestro es que no haya dinero para crear puestos de trabajo, para ayudar a los indigentes o para mejorar el decadente sistema educativo…, pero sí lo haya, de forma ilimitada, para fichajes galácticos. Ya sé que en el fútbol casi todo es mercado. Pero se han roto todos los límites… ¿Cómo es posible que se pida por el fichaje de un jugador 100 millones de euros o más? ¿Cómo es posible que un ciudadano de a pie, posiblemente en paro, diga que eso está bien, que los vale…?
Lo más triste del asunto, desde un punto de vista ético, es que los jugadores se convierten en mercancía. Quien más pague, se llevará el gato (el jugador) al agua. Si al año siguiente el equipo rival le paga más se irá con él y celebrará los goles que marque con la misma pasión que cuando los celebraba con el anterior equipo… La pasión son los euros, no los colores del equipo.
¿En qué sociedad vivimos? ¿Qué valores nos mueven? En una sociedad mercantil como la nuestra se valora lo que tiene un alto precio. Y este precio de escándalo lo tienen quienes practican un deporte cuyo mérito es dar patadas a un balón con más o menos gracia, no la acción generosa o el trabajo esforzado y silencioso de quienes contribuyen todos los días a levantar una sociedad en peligro de derrumbe integral. Si a un chaval se le pregunta como quién quiere ser cuando sea mayor, es fácil que nos diga el nombre de algún futbolista. Con seguridad no dirá el nombre del profesor que tiene delante al que ve trabajar de forma entregada todos los días por un salario discreto. La sociedad propone a estos personajes como si fueran ídolos. En los periódicos se presenta la imagen de los futbolistas de éxito pero no se suele hablar de los que se quedaron en la cuneta. Es la cultura del brillo. Y la verdad es que no necesitamos ídolos, sino líderes.
Para empeorar las cosas traigo a colación el caso de alguno de estos famosillos que presumen públicamente de que nunca han leído un libro… Aunque hay honrosas excepciones: no hace mucho leí la entrevista realizada a un jugador del Valencia que declaraba su amor por la lectura, por la filosofía más en concreto, aunque el pobre lo decía casi como pidiendo perdón… En efecto, rara avis.
Después está también el uso del fútbol como distracción respecto a cuestiones fundamentales de la vida. En efecto, mientas se habla de fútbol no se habla de economía, de paro, de sueldos de miseria… Mientras mucha gente sueña con los éxitos de su equipo no tiene en cuenta la situación dramática que puede estar atravesando. Pan y fútbol. Bueno, sólo fútbol.
Es verdad que la cuestión no es sólo lamentar que exista este problema sino ver cómo se soluciona. Debería existir en nuestra clase política voluntad para modificar esta situación. Y también voluntad ciudadana… Hay personas que pagan con gusto cientos de euros por ver a su equipo en la final de la Championspero que se quejan amargamente cuando en septiembre deben abonar los 300 euros de los libros de texto de sus hijos… Claro que hay un problema.
Gabriel-Ángel RODRÍGUEZ MILLÁN
Administrador diocesano Sede Vacante
de la diócesis de Osma-Soria
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