Enrique Chuvieco / ReL
10 septiembre 2016
Rafael Palomino es catedrático de Derecho Eclesiástico en la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Su último libro es La religión en el espacio público. Los símbolos religiosos ante el derecho (Digital Reasons).
En este estudio alerta sobre el «peligro» de que el espacio público se llene de símbolos de el «más poderoso, que no necesariamente es el más numeroso, imponiendo su iconografía» y lo ejemplifica en que aceptamos que «ondee la bandera del arco iris en el Día del Orgullo en las universidades, pero nos parece inconcebible que haya una representación del belén en un edificio público en las fiestas de Navidad».
-Acaba de publicar La religión en el espacio público. Los símbolos religiosos ante el derecho. ¿Qué papel juegan las creencias de las personas en la sociedad?
- Pienso que desde la investigación universitaria basta remitirse a los hechos y a los estudios más actualizados sobre el papel de la religión en el espacio público. Hemos pasado mucho tiempo bajo dogmas y prejuicios simplistas en torno a la religión y a la secularización de la sociedad. Al final, parece que la religión ha vuelto al espacio público porque, en el fondo, siempre estuvo ahí; por tanto, no va camino de desaparecer como si de una etapa pretérita se tratase.
- Una laicidad extrema en Occidente, arrincona a la esfera privada el ejercicio del hecho religioso, ¿no atenta esto contra las libertades de conciencia y religiosa?
- Debe aclararse que, por lo general, ese tipo de laicidad extrema no opera de forma total, global en todos los países de Europa, ni siquiera de forma uniforme en un mismo país. Pero es cierto que, desde la perspectiva de la laicidad extrema (la laicidad ideológica, si se prefiere), la religión es un fenómeno irracional, trasnochado, y que por ello no puede contarse con él para adoptar el consenso público o las decisiones que nos afectan a todos.Como mucho, puede admitirse en el ámbito privado… Y ahí viene entonces el problema que Usted entrevé: puesto que la vida de los creyentes religiosos no puede escindirse matemáticamente en el ámbito privado y en el ámbito público (no tiene una doble vida, una doble cara), si se les impone una conducta obligatoria de restricción de las manifestaciones de religiosidad, se atenta contra su libertad.
- ¿Ve en España que se estén vulnerando derechos fundamentales por este planteamiento por diversas legislaciones estatales o autonómicas?
- Me llegan noticias de un aumento significativo de actos y gestos de intolerancia hacia la Iglesia católica en España. Y esto pienso que debe preocupar a todos, creyentes o no creyentes.
- Observamos que para, supuestamente, no herir sensibilidades ateas o de otras religiones, se prohíben símbolos religiosos en escuelas y otros ámbitos. ¿Cree Ud. que se zanja así justamente el asunto?
- Realmente es una cuestión que tiene que ver mucho con la concepción de la propia escuela. Determinadas sensibilidades entienden que la escuela es de todos, pero para lograrlo termina siendo de nadie, es decir, un espacio donde las otras sensibilidades, las religiosas, no tienen cabida desde el punto de vista colectivo.
»Es muy difícil que la escuela sea un espacio aséptico, neutro, vacío de simbología. Al final se corre el peligro de que el espacio vacío sea llenado por el “más poderoso” (que no necesariamente es el más numeroso), imponiendo su propia iconografía. Así, estamos dispuestos a aceptar —por ejemplo— que en el rectorado de las universidades ondee la bandera arcoíris el día del orgullo, pero nos parece inconcebible que haya una representación del belén en un edificio público en las fiestas de Navidad.
- ¿Cuál es la diferencia entre un estado aconfesional y un estado laicista?
- El término “estado aconfesional” es totalmente genérico. Con él se indica simplemente que el Estado no acoge una religión, una confesión religiosa, como oficial. Dentro del estado aconfesional caben muchas posibilidades. Y el estado laicista es el que ha hecho del laicismo su “confesión religiosa”, es el que ha adoptado una “confesionalidad inversa” que se vuelve contra las religiones. De forma que en una línea imaginaria podemos situar tres elementos diferentes: a un lado, el estado confesional religioso; en medio los estados aconfesionales; y en el otro lado, los estados laicistas.
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