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miércoles, 20 de julio de 2016

Mejor, no amargados. Por Guillermo Juan Morado



Experimentar la amargura, la pena, la aflicción y el disgusto, es compatible con la fe. Vivir amargados, resentidos, frustrados, creo que no lo es.

Nadie nos ha dicho que seguir a Cristo sea fácil. El Señor es más bien exigente: “El que pierda su vida…la encontrará”.

“Perder” y “ganar”. La fe no es, en absoluto, fácil. Consiste en fiarse, de modo razonable y libre, de Dios, con la ayuda de la gracia.

Fiarse de Dios es equivalente a desconfiar un poco de uno mismo. La última y decisiva palabra no es la nuestra, sino la de Dios.

Dios – solo Él – es el contenido, el motivo y el fundamento de la fe. La Iglesia, en todo ese proceso, cumple un papel necesario, pero, en cierto modo, instrumental; ya que es, por voluntad divina, signo e instrumento.

No cabe superar lo sacramental, sino integrarlo. Pero lo sacramental acerca y aleja, facilita y hace difícil, en esa lógica compleja de la Encarnación, la apertura a Dios.

Dios sigue siendo Dios. Se nos acerca y se escapa al mismo tiempo. Dios, a veces, creo yo, pone a prueba nuestra fe. Nos pregunta, simplemente, si se basa en Él, en su Palabra – que es Cristo – , o en otras cosas.

La geografía de la fe no suele ser confortable. Y menos en un mundo dominado por la secularización, por la aparente autosuficiencia. Los creyentes, hoy, han de acostumbrarse a un entorno hostil. Ya no tanto a un jardín pacífico, sino a una especie de jungla en la que todo, o casi todo, puede estar envenenado.

No sobreviven, en entorno hostil, los débiles, sino los sabios. Y sabio es aquel que teme a Dios y confía en Él, en los días plácidos y en los menos plácidos.

Comprendo a los cristianos probados, hasta desorientados, pero me resulta más complicado aplaudir a los amargados.

Quizá estemos en la jungla. Quizá sí. Quizá los mapas son inexactos. Vale, también.

Pero Dios sigue siendo Dios. La fe sigue siendo la fe. E, igualmente, la esperanza y la caridad.

Nada, ni nadie, nos impide supervivir. Nada ni nadie nos impide luchar por ser cada día más santos.

Excusarse en las dificultades del entorno es buscar disculpas.

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