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jueves, 7 de julio de 2016

“Fumar puede matar al hijo que espera”. Por Guillermo Juan Morado



Los responsables de las campañas anti-tabaco, que, a la hora de cobrar impuestos por el consumo del mismo, no hacen ascos a nada, han diseñado unas cajetillas trágicas. Me hacían pensar, esos diseños, en las antiguas “tablas de ánimas”: Las pobres almas del purgatorio padeciendo entre llamas purificadoras. Es verdad que el aviso era certero: “Si pecas, ya sabes a lo que, en el mejor de los casos, te expones. A purgar graves penas”. ¿Habrán evitado los pecados esas tablas? Quizá sí, al menos en parte. Quizá no del todo.

Hoy el consumo de tabaco se ve como un mal. Un mal unánimemente perseguido y criticado. Pero, también, como un mal “tolerado” – en teoría solo se pueden “tolerar” los males – por el beneficio económico que proporciona esa industria. Y no tanto por la defensa de una libertad del individuo, cada vez más cercenada. Ni tampoco, solo, por la defensa de la salud pública.

Uno, en una cajetilla, puede ver retratadas todas las plagas posibles. Todos los tormentos. Todos los desastres. Pero, como el Estado es muy “tolerante”, si la “tolerancia” le sale a cuenta, puede seguir comprando tabaco en un estanco.

Vayamos al caso. En una cajetilla han puesto a una pareja – un hombre y una mujer – muy compungida por la pérdida de su bebé. Los padres aparecen como muy disgustados, abrazando lo que parece ser un osito de peluche quizá dedicado a su hijo no nacido.

Se ve un pequeño ataúd, blanco, y hasta una vela encendida. Es una escena de tanatorio, de capilla ardiente. Unos padres que se duelen por la pérdida de su bebé. Todo muy normal.

Claro, si fumar perjudica al niño en proceso de gestación, como parece que es el caso, no se debe fumar. Porque, en efecto, “fumar puede matar al hijo que espera”.

¿Y qué cabe decir del aborto? El aborto no solo “puede” matar al hijo que se espera, sino que, salvo excepciones muy raras, lo mata de hecho. El tabaco se compra, aunque el Estado gane dinero con esa adquisición. El aborto lo cubre el Estado, sin ganar nada a cambio.

El consumo de tabaco que “puede matar al hijo que espera” se anuncia como un mal, aunque se tolere el ejercicio de ese mal. El aborto se presenta como un derecho.

Algo no funciona. Parece que, según el capricho, “algo” – un feto humano – puede ser, o no, “alguien”. Puede ser, o no, “el hijo que espera”. Y esa sutil y vital diferencia depende de la decisión de los padres. No de lo que el hijo es, sino de lo que los padres – de uno, o de los dos - deseen aceptar que sea.

¿Los abortorios, subvencionados por el Estado - sin que el Estado gane nada, sino que solo gasta, a costa de los contribuyentes – pondrán en su entrada el mismo aviso: “Abortar puede matar – mata – al hijo que espera”?

Hasta ahora, no he visto una advertencia de ese género. Quizá nos falta la convicción de los que tallaban, o pintaban, las tablas de ánimas”. Lo malo es malo. Y tolerar un mal es certificar que es un mal. Y no denucniarlo como mal, es ser cómplice.

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