JMJ: la otra revolución
Es como un reguero de gente joven que con sus mochilas y viseras, se ponen en danza una vez más como ocurre hace más de treinta años. Fue aquel Papa joven que se metió a la juventud del mundo en el corazón y él tuvo cabida en el de ellos, San Juan Pablo II, quien comenzó estos encuentros de la Jornada Mundial de la Juventud. De Asturias han salido varios grupos por caminos diversos teniendo Polonia como meta. Trescientos jóvenes van a participar de nuestras comunidades y parroquias. Tengo el honor y la bendición de poder acompañarlos. Del 25 al 31 de julio, estaremos en Cracovia junto al Papa Francisco. Vamos junto a los jóvenes, varios sacerdotes, religiosas y laicos adultos.
A pesar de que algunas estadísticas insisten en que los jóvenes ya no van la Iglesia, que han dado la espalda al hecho cristiano, lo cierto es que ahí estarán, una vez más. Que no se enfaden las encuestas, ni los creadores de opinión de la prensa laicista, ni los políticos que siguen trabajando a destajo para extirpar cualquier huella cristiana en la sociedad. Si una vez más, la afluencia sorprendente de tantos jóvenes cristianos desmienten sus cálculos y complican sus previsiones, que no se nos enfaden.
No lo hacemos para provocar a nadie. Es una convocatoria del Papa, y sencillamente acudimos llenos de alegría. No nos pagará el Vaticano el viaje, ni nos ofrecerán el socorrido bocata que para tantas otras movidas funciona como humilde dieta. Tampoco acudimos allí para celebrar la fiesta del “botellón”, no nos darán pastillas de diseño, ni fumaremos –qué sé yo qué yerba– en la pipa de la paz de la alianza de civilizaciones, ni nos regalarán preservativos o decretarán la barra libre para la píldora del día después.
¿Quién es capaz de reunir a casi un millón jóvenes de todo el mundo; qué se les dice; dónde está el interés y qué consecuencias tiene para quienes acudamos a Cracovia? No es un macroconcierto de algún divo o grupo del momento. Una vez más, Jesucristo y su Evangelio, esta Iglesia que está viva y que es joven, serán quienes vuelvan a proponer a los jóvenes del mundo entero una Verdad que nos hace libres, esa Verdad que tiene rostro y tiene nombre y que se corresponde con las exigencias más bellas y nobles de nuestro corazón inquieto y sanamente rebelde.
El tema del encuentro será “Bienaventurados los misericordiosos”, alargando así el mensaje de este año dedicado a la misericordia. En este mundo así de vulnerable y de asustado por tanta dureza rampante, por tanta corrupción maquillada, por tanto postureo de política irresponsable, escuchar que hay una misericordia que nos puede hacer bienaventurados, felices, dichosos, puede ser una provocación que narre la verdadera revolución que vale la pena. Otras revoluciones tiene trampa, esconden en su letra pequeña la fecha pronta de su caducidad, y esconden más todavía los intereses inconfesables que se atrincheran tras sus barricadas de rencor, resentimiento y maledicencia.
Los obispos seremos catequistas de tantos jóvenes, pero estoy seguro que éstos nos van a catequizar también con su vivencia audaz y valiente del cristianismo, capaz de mirar con ojos de esperanza y pálpitos de alegría fundada este momento que pisan nuestros pies en el mapa de la historia que nos ha tocado en suerte y en gracia vivir. Luego el Papa Francisco nos catequizará a todos misericordiosamente. Días, pues, de aventura evangélica, con esta Iglesia joven cuya revolución es la misericordia que acaba en una fiesta que glorifica a Dios y bendice a los hermanos de escucharla.
A pesar de que algunas estadísticas insisten en que los jóvenes ya no van la Iglesia, que han dado la espalda al hecho cristiano, lo cierto es que ahí estarán, una vez más. Que no se enfaden las encuestas, ni los creadores de opinión de la prensa laicista, ni los políticos que siguen trabajando a destajo para extirpar cualquier huella cristiana en la sociedad. Si una vez más, la afluencia sorprendente de tantos jóvenes cristianos desmienten sus cálculos y complican sus previsiones, que no se nos enfaden.
No lo hacemos para provocar a nadie. Es una convocatoria del Papa, y sencillamente acudimos llenos de alegría. No nos pagará el Vaticano el viaje, ni nos ofrecerán el socorrido bocata que para tantas otras movidas funciona como humilde dieta. Tampoco acudimos allí para celebrar la fiesta del “botellón”, no nos darán pastillas de diseño, ni fumaremos –qué sé yo qué yerba– en la pipa de la paz de la alianza de civilizaciones, ni nos regalarán preservativos o decretarán la barra libre para la píldora del día después.
¿Quién es capaz de reunir a casi un millón jóvenes de todo el mundo; qué se les dice; dónde está el interés y qué consecuencias tiene para quienes acudamos a Cracovia? No es un macroconcierto de algún divo o grupo del momento. Una vez más, Jesucristo y su Evangelio, esta Iglesia que está viva y que es joven, serán quienes vuelvan a proponer a los jóvenes del mundo entero una Verdad que nos hace libres, esa Verdad que tiene rostro y tiene nombre y que se corresponde con las exigencias más bellas y nobles de nuestro corazón inquieto y sanamente rebelde.
El tema del encuentro será “Bienaventurados los misericordiosos”, alargando así el mensaje de este año dedicado a la misericordia. En este mundo así de vulnerable y de asustado por tanta dureza rampante, por tanta corrupción maquillada, por tanto postureo de política irresponsable, escuchar que hay una misericordia que nos puede hacer bienaventurados, felices, dichosos, puede ser una provocación que narre la verdadera revolución que vale la pena. Otras revoluciones tiene trampa, esconden en su letra pequeña la fecha pronta de su caducidad, y esconden más todavía los intereses inconfesables que se atrincheran tras sus barricadas de rencor, resentimiento y maledicencia.
Los obispos seremos catequistas de tantos jóvenes, pero estoy seguro que éstos nos van a catequizar también con su vivencia audaz y valiente del cristianismo, capaz de mirar con ojos de esperanza y pálpitos de alegría fundada este momento que pisan nuestros pies en el mapa de la historia que nos ha tocado en suerte y en gracia vivir. Luego el Papa Francisco nos catequizará a todos misericordiosamente. Días, pues, de aventura evangélica, con esta Iglesia joven cuya revolución es la misericordia que acaba en una fiesta que glorifica a Dios y bendice a los hermanos de escucharla.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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