"Corpus Christi"; la celebración del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo es lo que nos ocupa hoy y que será la última solemnidad que celebremos en Domingo en lo que nos queda del año litúrgico.
Antaño con gran sentido, el Corpus tenía lugar siempre el jueves por ser el día Eucarístico, el mismo día que el Redentor nos reveló este misterio, sin embargo, la Iglesia, Madre y Maestra, acertó trasladando ese día al Domingo por razones pastorales y de sentido común. Gracias a dicha modificación el día de Jesús Sacramentado ha sido resguardado del maltrato político que nuestro calendario religioso sufre y que ha hecho mella en la práxis desfigurando festividades como las de San José y Santiago Apóstol que pasan hoy por no festivo de y por ello dispensados de precepto.
El sentido de este día no se ha de limitar a su historia fundacional repetida año tras año, ni tampoco importa la evolución social ni otros detalles muy secundarios que tomamos erróneamente por principales. Es verdad que hablar de Corpus invita a rememorar sus orígen, el cual se basa en tomar conciencia que estamos delante del mismísimo Cristo. Por mucho que endulcemos las historias que desde el Medievo han llegado a nosotros, poder orar ante el Santísimo mirándole fijamente para expresarle nuestra adhesión profunda o incluso reconocernos hombres de poca fe, y como el Apóstol Pedro decirle: "creo Señor, pero aumenta mi fe".
A Jesús unos le oyeron y otros le escucharon; unos le siguieron y otros lo condenaron; unos le creyeron y otros le difamaron. Él vino a cumplir la voluntad del Padre, muriendo nos dio vida y resucitando la Justificación. Volvió a Dios y Señor nuestro, ascendiendo al cielo, más no nos deja solos sino que nos envía al Espíritu Santo para nuestra fuerza y consuelo.
El Señor aguarda nuestro encuentro con Él, haciendo de la puerta del Sagrario la del hogar del Padre que espera el retorno del Hijo. Está ahí, vivo, como a lo largo de los siglos lo han experimentado tanto incrédulos como creyentes.
Los milagros de Jesucristo no concluyen en el Nuevo Testamento, ni sólo se prolongan en los hechos prodigiosos que la ciencia certifica para su aprobación eclesial. El mayor milagro repetido se da en cada Eucaristía mediante la transustanaciación, que es Él mismo.
En este enclave tiene lugar el día de la Caridad, que no es una jornada más para una cuestación, sino que todo es la misma realidad. Nadie puede dar lo que no tiene, como podemos ser caritativos si en nosotros no hay caridad. Sólo comulgando al Amor podremos dar amor a los demás. No es imaginable una sociedad fraterna sin recibir a Jesucristo, pues sólo Él es amor, sobre todo el Amor de los amores.
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