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lunes, 2 de mayo de 2016

Detrás de cada X hay una historia. Por Monseñor Cesar Franco



Llega el tiempo de la declaración de la renta y somos muchos los que marcamos la casilla para que una parte de nuestros impuestos vayan a la Iglesia. Sabemos que nuestro dinero servirá para que la Iglesia pueda desarrollar su misión evangelizadora que abarca multitud de campos: sostenimiento de los sacerdotes, seminarios, escuelas y centros de formación, templos y lugares de culto, actividades sociales y caritativas. No hay dificultad, incluso, en marcar también la casilla de fines sociales porque la Iglesia realiza una labor importante en el campo social. Al poner la cruz en estas casillas manifestamos al Estado nuestro deseo de contribuir con las necesidades de la Iglesia. Hacienda actúa como un cauce que canaliza nuestra aportación. Debe evitarse la confusión, muy generalizada, de que el Estado paga a la Iglesia mediante una partida en sus presupuestos anuales. No es así. Son los ciudadanos, creyentes o no, quienes aportan generosamente la parte de sus impuestos a la Iglesia Católica. Por eso, quiero manifestar mi gratitud a quienes depositan su confianza en la Iglesia y, con su confianza, su limosna. ¡Gracias a todos! ¡Dios recompensará vuestra generosa ayuda! Animo también a quienes desconocen lo que hace la Iglesia a informarse de los fines a que destina la ayuda económica, y contribuyan, si lo ven oportuno, marcando la cruz en su declaración.

El lema de este año para la campaña de la asignación tributaria es porque detrás de cada x hay una historia. Una historia de quien da y una historia de quien recibe. Aunque permanezcan en el anonimato, quienes ayudan a la Iglesia tienen su historia de compromiso con la Iglesia, que sólo Dios conoce. Su decisión de ayudar a la Iglesia en sus necesidades nace sin duda de la gratitud por lo que la Iglesia hace a favor de los demás, y de la convicción de que quien siembra generosamente, generosamente cosechará. Es la historia de mucha gente que desea compartir los proyectos de la Iglesia y pone su granito de arena, el óbolo de su comunión.

Detrás de cada x hay también una historia que se hace posible gracias a la ayuda de los demás. Es la historia del sacerdote que recibe sustento para su misión; del seminarista que recibe una beca de estudios; del colegio parroquial o diocesano, que no puede subsistir sin la ayuda que recibe; de cada proyecto caritativo o social que hace posible la solución de tantas necesidades que conocemos a través de las campañas eclesiales. Son historias que dependen de la generosidad de todos nosotros. La generosidad que contribuye a que la comunión espiritual y material crezca y se materialice en obras concretas.

La Iglesia despliega su misión en el mundo por medio de la liturgia, de la evangelización y de la caridad. Por diferentes medios y cauces, desde sus orígenes, ha recibido la ayuda de creyentes y de hombres y mujeres de buena voluntad que le han ofrecido su limosna. Es la expresión del amor gratuito, de la cooperación en el bien común, de la confianza que suscita su misión en el mundo. Jesús instituyó entre sus apóstoles una comunión, no sólo espiritual sino material, que se concretó en una bolsa de dinero para los pobres. San Pablo organizaba colectas para los pobres de Jerusalén. y justificaba esta iniciativa en la caridad de Cristo que vino a enriquecernos con su pobreza. Esta caridad no ha dejado de existir en la Iglesia. Gracias a ella, la Iglesia se ha convertido en una comunión de bienes espirituales y materiales que permite, en un mundo que aspira a la solidaridad, a la fraternidad y a la compasión con los más necesitados, llevar a cabo tantas historias que se hacen posibles cuando marcamos la casilla de nuestra aportación a la Iglesia.Llega el tiempo de la declaración de la renta y somos muchos los que marcamos la casilla para que una parte de nuestros impuestos vayan a la Iglesia. Sabemos que nuestro dinero servirá para que la Iglesia pueda desarrollar su misión evangelizadora que abarca multitud de campos: sostenimiento de los sacerdotes, seminarios, escuelas y centros de formación, templos y lugares de culto, actividades sociales y caritativas. No hay dificultad, incluso, en marcar también la casilla de fines sociales porque la Iglesia realiza una labor importante en el campo social. Al poner la cruz en estas casillas manifestamos al Estado nuestro deseo de contribuir con las necesidades de la Iglesia. Hacienda actúa como un cauce que canaliza nuestra aportación. Debe evitarse la confusión, muy generalizada, de que el Estado paga a la Iglesia mediante una partida en sus presupuestos anuales. No es así. Son los ciudadanos, creyentes o no, quienes aportan generosamente la parte de sus impuestos a la Iglesia Católica. Por eso, quiero manifestar mi gratitud a quienes depositan su confianza en la Iglesia y, con su confianza, su limosna. ¡Gracias a todos! ¡Dios recompensará vuestra generosa ayuda! Animo también a quienes desconocen lo que hace la Iglesia a informarse de los fines a que destina la ayuda económica, y contribuyan, si lo ven oportuno, marcando la cruz en su declaración.
El lema de este año para la campaña de la asignación tributaria es porque detrás de cada x hay una historia. Una historia de quien da y una historia de quien recibe. Aunque permanezcan en el anonimato, quienes ayudan a la Iglesia tienen su historia de compromiso con la Iglesia, que sólo Dios conoce. Su decisión de ayudar a la Iglesia en sus necesidades nace sin duda de la gratitud por lo que la Iglesia hace a favor de los demás, y de la convicción de que quien siembra generosamente, generosamente cosechará. Es la historia de mucha gente que desea compartir los proyectos de la Iglesia y pone su granito de arena, el óbolo de su comunión.

Detrás de cada x hay también una historia que se hace posible gracias a la ayuda de los demás. Es la historia del sacerdote que recibe sustento para su misión; del seminarista que recibe una beca de estudios; del colegio parroquial o diocesano, que no puede subsistir sin la ayuda que recibe; de cada proyecto caritativo o social que hace posible la solución de tantas necesidades que conocemos a través de las campañas eclesiales. Son historias que dependen de la generosidad de todos nosotros. La generosidad que contribuye a que la comunión espiritual y material crezca y se materialice en obras concretas.

La Iglesia despliega su misión en el mundo por medio de la liturgia, de la evangelización y de la caridad. Por diferentes medios y cauces, desde sus orígenes, ha recibido la ayuda de creyentes y de hombres y mujeres de buena voluntad que le han ofrecido su limosna. Es la expresión del amor gratuito, de la cooperación en el bien común, de la confianza que suscita su misión en el mundo. Jesús instituyó entre sus apóstoles una comunión, no sólo espiritual sino material, que se concretó en una bolsa de dinero para los pobres. San Pablo organizaba colectas para los pobres de Jerusalén. y justificaba esta iniciativa en la caridad de Cristo que vino a enriquecernos con su pobreza. Esta caridad no ha dejado de existir en la Iglesia. Gracias a ella, la Iglesia se ha convertido en una comunión de bienes espirituales y materiales que permite, en un mundo que aspira a la solidaridad, a la fraternidad y a la compasión con los más necesitados, llevar a cabo tantas historias que se hacen posibles cuando marcamos la casilla de nuestra aportación a la Iglesia.

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