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jueves, 28 de abril de 2016

Palabras volanderas sobre la familia. Carta Semanal del Sr. Arzobispo


La pasada semana celebramos en Madrid la Asamblea Plenaria nº 107 de la Conferencia Episcopal Española. Es una de las dos reuniones anuales en las que todos los obispos de las diócesis españolas nos encontramos para orar juntos pidiendo al Señor la luz y la fortaleza de su gracia, para reflexionar sobre los retos que tenemos delante y para compartir fraternamente los cauces que vemos se nos abren en el horizonte. Estamos en una realidad que tiene la fecha de nuestro tiempo y el domicilio de nuestros lares, y es ahí en esa encrucijada espacio-temporal donde se dilucida lo que podemos aportar con humildad sincera y con audacia apasionada. En ese encuentro abordamos la exhortación postsinodal del Papa Francisco, “Amoris laetitia”. Es un documento pontificio sobre la familia y el amor, como síntesis papal de los dos últimos Sínodos de Obispos que se han celebrado en Roma. Lástima que algunos titulares hayan reducido a un par de cosas lo que más ampliamente aborda Francisco en este largo documento. Como decía el Cardenal Blázquez en su discurso de apertura de la Asamblea, en la exhortación apostólica es primordial el discernimiento cristiano. El cual supone la aceptación de la doctrina de la Iglesia y el respeto de las normas canónicas, pero debe buscar la voluntad de Dios en una situación concreta de una persona singular. Al mismo tiempo que no se puede separar de la exigencia de la verdad y del Evangelio, la conciencia personal no puede ser sustituida: es como un santuario que nadie puede invadir pero que es preciso que esté bien formada. Por ello es imprescindible el acompañamiento de los cristianos adultos, en comunión leal en la Iglesia, en obediencia fiel a Dios y la escucha atenta de la conciencia, factores todos que convergen en el discernimiento cristiano. Preguntado el Papa en su viaje de vuelta desde la isla de Lesbos sobre algunos puntos de “Amoris laetitia”, fue muy claro en que los auténticos retos en torno a las familias, no consisten en lo que mayormente ha sido polemizado a grandes titulares sobre el asunto de la comunión de los divorciados vueltos a casar, como si fuera lo único importante que se esperaba clarificar. De hecho no se aborda directamente tal cuestión, y se deja dentro de un complejo discernimiento que habrá que ayudar a comprender y a practicar para evitar la banalización de algo tan supremo como es recibir el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía debidamente en gracia de Dios. Claro que hay que salir al encuentro de estos esposos que han formado una nueva familia y quieren vivir la vida cristiana. Pero hay muchas maneras de acoger y acompañar a estas personas, y tratar de entender su situación concreta para ayudarlas en coherencia con el Evangelio y con la doctrina moral de la Iglesia que durante su larga historia ha afirmado la tradición cristiana. El Papa Francisco dijo en el avión algo que está presente en su exhortación postsinodal: «cuando convoqué el primer Sínodo, la gran preocupación de la mayor parte de los medios era: ¿podrán comulgar los divorciados que se han vuelto a casar? Como yo no soy santo, esto me dio un poco de fastidio y un poco de tristeza. Porque esos medios no se dan cuenta de que no es ese el problema importante. La familia está en crisis, los jóvenes ya no quieren casarse, hay una disminución de la natalidad en Europa que es para llorar, la falta de trabajo, los niños crecen solos... Estos son los grandes problemas». Estas palabras volanderas del Papa Francisco a su regreso de Lesbos señalan el verdadero horizonte en donde debemos los cristianos situarnos ante los retos de la familia.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm Arzobispo de Oviedo

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