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jueves, 21 de abril de 2016

Carta semanal del Sr. Arzobispo



A pesar de las medidas de seguridad que Roma está teniendo tras los últimos atentados terroristas del radicalismo islámico, la Ciudad Eterna abre sus puertas a tantos peregrinos que durante este año santo jubilar, se allegan a ese corazón de la cristiandad para visitar los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo.

Lo hemos hecho un numeroso grupo de peregrinos de la diócesis de Oviedo que he tenido la gracia de poder acompañar presidiendo la peregrinación. Siempre nos proponemos estar abiertos a lo que Dios tenga a bien decirnos: cuando quiera, como quiera, lo que quiera. No vamos como peregrinos con una predisposición de turistas: que todo lo llevamos contado, pesado y medido, hasta el punto que no cabría ningún tipo de regalo del cielo con el que Dios pueda sorprendernos. Efectivamente, no vamos a poner precio a unos días de fatiga y cansancio para pasar al Señor la factura de algo que pudiera debernos, o algo que le pedimos y que queremos pagar según la tarifa de nuestro precio.

Al terminar estos días, puedo decir personalmente y también haciéndome eco del sentir de los hermanos y hermanas a los que he acompañado como Obispo, que el Señor nos ha querido regalar lo que estábamos necesitando. Quizás han sido viejas palabras que ya estaban del todo olvidadas, esas que en otro tiempo y escenario Dios no dejó de susurrarnos para nuestro bien. O han sido palabras que ha estrenado en estos días para que podamos entender algo que nuestra lentitud o torpeza nos impide gozar y saber. Acaso ha sido una purificación de la mirada para ver con otros ojos lo que el prejuicio o el rechazo no nos deja asomarnos para descubrirlo desde la atalaya del mismo Dios.

Comenzamos yendo a las Catacumbas de San Calixto, en la vía Apia antigua. No era el escondrijo de unos primeros cristianos asustados, sino donde ellos celebraban la eucaristía sobre las reliquias de los mártires. Y de allí salieron nuevos mártires. Hoy los martirios son de otra manera, al menos en nuestros lares. Puede que se nos esté pidiendo sufrir y reaccionar evangélicamente ante la intolerancia, la censura, el acoso despectivo y la burla agresiva. Ni reaccionar indebidamente, ni quedarnos apabullados. Aprender de los primeros cristianos y de los que ahora pagan sin metáforas con la propia vida, es la lección que cabe que aprendamos y practiquemos.

Asistimos a la audiencia del Papa Francisco. Nos ayudó a vivir ese momento central de nuestra peregrinación con motivo del jubileo de la misericordia: «Todos somos pecadores, todos hemos pecado. Llamando a Mateo, Jesús muestra a los pecadores que no mira su pasado, la condición social, las convenciones exteriores, sino que más bien les abre un futuro nuevo. Una vez escuché un dicho bonito: “No hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro”. Basta responder a la invitación con el corazón humilde y sincero. La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón. La vida cristiana, entonces, es escuela de humildad que nos abre a la gracia».

Así pudimos reconocerlo en la visita que hicimos a Asís: San Francisco tuvo pasado, que acertó a reconducirlo. Y tuvo futuro: el que el Señor le mostró. Todo un reclamo para vivir con esperanza nuestra vida cristiana, pasando por la puerta de la misericordia, cuando nuestro pasado no nos hace rehenes de nuestra debilidad sino mendigos de la misericordia, y nuestro futuro nos abre a la novedad hermosa de Dios que nos invita a volver a empezar siempre.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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