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jueves, 7 de abril de 2016

Carta semanal del Sr. Arzobispo


Jornada por la vida, la vida en una jornada

María dijo sí, y la Palabra se hizo carne en ella. Fue su actitud siempre, deseando que cuanto el Señor le fue diciendo en cada circunstancia se hiciera vida en sus entrañas. Ella guardó en su corazón lo que entendía o no, lo que Dios le hablaba o lo que callaba. En su sí aprendemos a pronunciar el nuestro. Y en este sí encontramos la verdadera cultura de la vida los cristianos. Cuando nosotros decimos no a determinadas derivas, lo hacemos cuando se pone en entredicho nada menos que la misma vida. Por eso proclamamos, defendemos y acompañamos todo cuanto la respeta en cualquiera de sus formas, como un canto agradecido hacia la belleza y la bondad de Dios Creador. Y con la misma audacia y pasión, denunciamos -a veces contracorriente- cuanto destruye la vida, especialmente la vida más inocente como es la del no nacido abortado que termina en intereses cosméticos o en un vulgar cubo de basura. Hay trenes que van al abismo más triste en el más siniestro viaje a ninguna parte, aunque los llamen de otra manera.

Formamos parte de un sueño de Dios, fuimos eternamente pensados y queridos por Él como criaturas distintas de una creación bella y bondadosa. «¡Qué maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El Creador puede decir a cada uno de nosotros: “Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía” (Jer 1,5). Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”» (Papa Francisco, Laudato si’, 65).

En la Jornada por la Vida, hemos pedido a Dios que nos conceda la capacidad de reconocer su misericordia en todo lo creado, de modo particular en los hermanos que nos ha regalado. Como han dicho los Obispos de la subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal, «la ecología humana nos pide especialmente que cuidemos la primera “casa” en que habitamos, el seno de las madres, lugar de acogida y protección, donde se establece el primer diálogo humano, el del nuevo ser con su madre, que fundamentará toda relación humana. La vida humana necesita ser protegida desde el comienzo de su existencia y promovida y acompañada hasta su final». Por eso, como hago siempre en nuestros encuentros pastorales o celebrativos cuando veo a una mamá gestante, bendije en la misa de la Jornada de la Vida al pequeño que llevan en sus entrañas, a los padres que con su sí han dado gracias al Creador. Las nueve mamás que pude bendecir, con sus esposos y sus demás hijos, eran un canto lleno de alegría y de enorme esperanza. Cada uno de nosotros somos fruto del sí que generosamente dieron nuestros padres. Por ellos pedimos estén en donde estén, con nosotros aquí o en el cielo junto a Dios.

Nuestra mirada a la vida y nuestra defensa de la misma la abraza por entero. Toda la sociedad –especialmente el Estado– tiene la obligación de promover el bien común, lo cual significa proteger a los más débiles e indefensos: los no nacidos aún, los niños, los pobres, los gravemente enfermos, los ancianos, los moribundos. Es parte ineludible de ese bien común y expresión de una verdadera ecología integral que hemos de promover cada cual desde su responsabilidad. La cultura de la muerte nos destruye, y no promover egoístamente la vida nos envejece. Digamos sí a cuanto nos ayuda a crecer en Dios y con los hermanos, personal y comunitariamente.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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