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miércoles, 6 de enero de 2016

¿Quiénes serían hoy los Magos – o las Magas -? Por Guillermo Juan Morado



Me parece admirable el relato evangélico de la Adoración de los Magos (cf Mt 2,1-12). El texto nos habla de “unos magos de Oriente”, quizá astrónomos babilonios, muy pendientes de escudriñar los fenómenos naturales. En cualquier caso, se trata de personas íntimamente abiertas a la verdad y que no tienen empacho en reconocerla, una vez encontrada.

Benedicto XVI, además de lo que ha escrito sobre la infancia del Señor en su trilogía sobre Jesús de Nazaret, ha dedicado varios discursos y homilías a hablar de los Magos. Hay que recordar que, en Colonia, se veneran – desde el siglo XII, pues fueron trasladadas desde Milán – las reliquias de estos sabios de Oriente.

¿Quiénes serían hoy los Magos?, se pregunta el papa Benedicto. Y apunta a tres categorías de personas: los gobernantes, los hombres del pensamiento y de la ciencia, y los líderes espirituales de las grandes religiones no cristianas.

Estas tres categorías de personas prefiguran “tres dimensiones constitutivas del humanismo moderno: la dimensión política, la científica y la religiosa” (Benedicto XVI, “Homilía”, 6-1-2007).

¿Qué sería lo común de estas tres categorías? La búsqueda de la justicia, la búsqueda de la verdad y la búsqueda del bien. Los Magos se diferencian de Herodes. Este último simboliza el poder prepotente y estridente de este mundo. Los Magos reconocen, en Jesús, un poder diverso: el poder inerme del amor. Conjugan una gran esperanza y una gran valentía. No se conforman con poco ni con lo de siempre.

Los Magos buscan la verdad, buscan de quién fiarse razonablemente. Y no desperdician, en esa tarea, ninguna pista, atentos a las señales del cosmos y de la historia. Una misma señal, una estrella, puede ser algo más que una estrella si uno no se conforma con verla, sino que intenta comprender su sentido. Todo, en el universo, nos habla de Dios, si estamos atentos a su mensaje. Ser sabio no consiste en clausurar el mundo en sí mismo, sino en abrirse al misterio, en no obstinarse en impedir que la razón haga espacio a la fe.

Los Magos buscan el bien, buscan a Dios. Y descubren, al encontrarse con Jesús, que Dios no era quien ellos pensaban. Dios no es, de hecho, como nosotros lo imaginamos. Dios es Dios. Y sale a nuestro encuentro en la sencillez del Niño de Belén.

Gobernantes, científicos, religiosos… Así eran, y son, los Magos. Son pioneros, los Magos de ayer y de hoy: “Esos personajes procedentes de Oriente no son los últimos, sino los primeros de la gran procesión de aquellos que, a lo largo de todas las épocas de la historia, saben reconocer el mensaje de la estrella, saben avanzar por los caminos indicados por la Sagrada Escritura y saben encontrar, así, a Aquel que aparentemente es débil y frágil, pero que en cambio puede dar la alegría más grande y más profunda al corazón del hombre” (Benedicto XVI, “Homilía”, 6-1-2010).

No sé ustedes. Yo, al menos, quiero integrar esa procesión que va de la búsqueda a la adoración de Jesucristo. Él, en su humildad, es el Señor, la Verdad y el Bien para nuestras vidas. Los Magos de hoy, es evidente, pueden ser hombres o mujeres. A todo ser humano le compete la tarea de velar por una mejor política, por una ciencia que se auténticamente tal, y por la religión que no se avergüence de que Dios nos sorprenda.

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